Desayuna conmigo (viernes, 31.7.20) Gracias, Dios, por la vida de mi amigo
Profundidades de lo vasco
La fuerza de los sentimientos que se adueñan de mí no me impide dirigir hoy una mirada rápida a los territorios vascos debido a que, un día como hoy de 1895, Sabino Arana creaba el Partido Nacionalista Vasco. Como castellano y asturiano nada debo opinar sobre la política seguida en otra comunidad autónoma ni del rabioso odio a todo lo español del fundador de un partido, pero como español sí que me gustaría manifestar, cuando menos, el profundo deseo de que los vascos entiendan de una vez que son lo que son por estar en España y vivir en su seno. A nadie se le oculta que, aun siendo todos los españoles iguales ante la ley, los vascos juegan con cartas marcadas y disfrutan de privilegios que los demás españoles no podemos ni siquiera soñar. Eso debería ser más que suficiente para que todos los vascos, cualquiera que sea su ideología y su filiación política, se sientan agradecidos y estimulados a aportar más que los demás al erario común español para equilibrar, siquiera un poquito, la balanza de la justicia social.
Por si ello fuera poco, el día nos trae a la memoria, además, la muerte, un día como hoy de 1556, de san Ignacio de Loyola, el vasco más universal, fundador de la Compañía de Jesús, cuyos Ejercicios espirituales, publicados en 1548, “ejercieron una influencia proverbial en la espiritualidad posterior como herramienta de discernimiento”. Nadie puede negar la importancia que, desde entonces a esta parte, los jesuitas han tenido en el desarrollo eclesial y lo que esos ejercicios han significado para la vida cristiana, aunque muchos, como es mi caso, nunca aceptaríamos el rigorismo reglamentario de la vida frente a la confianza omnímoda que tenemos en la libertad que por todas partes insufla el Espíritu Santo, que es la auténtica garantía de permanencia de la Iglesia en la historia y quien inspira y anima a los cristianos a dar auténtico testimonio de una vida que tiene mucho más que ver con la auténtica alegría y la libertad de los hijos de Dios que con un rigorismo conductual y ritual tristón y de carácter dictatorial.
Dadas mis circunstancias particulares, los lectores entenderán que mi disposición anímica de esta mañana me incline a viajar, pero no a Loyola para admirar lo vasco y, más en particular, para valorar la importancia de lo jesuítico en el desarrollo cristiano de estos últimos siglos, sino a un pueblo humilde en los aledaños del promontorio de la Peña de Francia, a Serradilla del Arroyo, para dar gracias al cielo por una vida cristiana sumamente sencilla y transparente, por la vida de un hombre humilde, enamorado de su tierra, buen padre y excelente profesional, que deja una huella perdurable en cuantas personas le han salido al paso. Buen día para todos y gracias a quienes, por empatía, se sientan animados a decir conmigo “gracias” por la vida de este mi amigo, amigo también de cuantos lo han conocido.
Que la Virgen de la Peña de Francia, bajo cuya advocación ambos crecimos de niños y cuyo amparo nunca nos ha faltado a lo largo de nuestras vidas, le haga leve la tierra y le acoja con la ternura que destila su manto, tantas veces besado con gran emoción por nosotros y por todos los serranos.
(Nota: las fotos publicadas en el desayuno de hoy son todas de Serradilla del Arroyo, menos, claro está, la aquí contigua, la de la Virgen de la Peña de Francia)
Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com