Desayuna conmigo (martes, 12.5.20) Gracias, enfermeras

La eucaristía no es un estandarte festivo

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Aunque no sé, afortunadamente, de ningún familiar o amigo que haya tenido que pasar por las oficinas desde las que el coronavirus ejerce su poder, las nunca bien valoradas UCI, en este día internacional de la enfermera, que hoy celebramos, me veo complacidamente forzado a dar las gracias a todas las enfermeras de España por su ejemplar y sacrificada dedicación al cuidado de tantas víctimas de tan incómodo y desconsiderado huésped. Con muchas horas de trabajo extra gratuitas a sus espaldas y con peligro evidente para sus propias vidas y las de los suyos, además de prestar las atenciones profesionales propias, han tenido que suplir las carencias emocionales de sus pacientes, derivadas de la terrible soledad que la prevención contra el virus impone. Enfermeras y, además, madres, hermanas y amigas de sus pacientes.

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Seguramente, su gesta profesional y su heroísmo humanitario se seguirán recordando como un ejemplo maravilloso de dedicación dentro de muchos años. Por eso precisamente, nos sentimos obligados a darles las “gracias” y a dejar constancia de su gesta en un blog como este, que propugna un cristianismo cuya base de operaciones sea la gratuidad como la mejor y más eficiente norma de comportamiento individual y profesional que se pueda establecer entre los seres humanos. De hecho, el leitmotiv de la Iglesia es “la gracia”, a imagen y semejanza del Dios de la fe, que se da gratuitamente a los seres humanos en la creación y en la redención. Nadie cuestiona que el dinero sea absolutamente necesario para la vida y que, no habiendo otra manera digna de conseguirlo que trabajando, todo trabajador sea acreedor a un salario que le permita vivir dignamente, pero de ahí al lucro como leitmotiv de la vida humana hay un abismo que solo bordean los que convierten todo en mercancía.

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Como contribución a la celebración de este día, he leído que “el actual sistemano responde a las necesidades de salud de una población envejecida y dispersa. Hemos visto la importancia de la corresponsabilidad y complicidad de los ciudadanos para controlar la pandemia y por ello es importante, además de las tecnologías, empoderar a los pacientes, a través del impulso de la educación para la salud desde la atención primaria, donde las enfermeras desempeñan un papel crucial y pueden promover el autocuidado responsable en los ciudadanos y convertirles en protagonistas de su salud”. Es decir, las enfermeras, nuestras enfermeras, las que, sonrientes y entregadas, hacen llevadero el dolor de los enfermos y dulce y amiga su muerte, tienen, además, la extraordinaria función de ir enseñando poco a poco, desde la atención primaria hasta la UCI, a los enfermos a ser los protagonistas de su propia salud y, llegado el momento, los dueños de su propia muerte.

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En enero de 1974, se tomó la decisión de celebrar el 12 de mayo el día internacional de la enfermera por ser ese el aniversario del nacimiento de Florence Nightingale en 1820, considerada la creadora de la enfermería moderna. El eslogan de este año es: “llevando el mundo hacia la salud”. Los más de veinte millones de enfermeras que hay en el mundo “entienden de esperanza y valor, alegría y desesperación, dolor y sufrimiento, así como de vida y muerte. Al ser una fuerza siempre presente para el bien, las enfermeras escuchan el primer llanto de los bebés recién nacidos y son testigos del último aliento de los moribundos. Están presentes en algunos de los momentos más preciados de la vida al igual que en algunos de los más trágicos. Las enfermeras sirven a la humanidad y, mediante sus acciones, protegen la salud y el bienestar de las personas, las comunidades y las naciones”.

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Como colofón a esta celebración y habida cuenta de lo que está ocurriendo con la pandemia que padecemos, se impone la necesidad de que cada país haga un esfuerzo considerable por reforzar su propia sanidad en dos frentes: el del personal sanitario y el de la instrumentación necesaria para prestar un servicio de calidad. Es posible que, en los próximos meses y años, tengamos que mirar mucho más al puchero que al bisturí por razón de salvaguardar la vida en sí misma, ya que sin ella de poco sirven las medicinas y las herramientas quirúrgicas. Sin embargo, una garantía de esa misma vida será saber que hay suficientes profesionales bien cualificados para velar por ella y suficientes medios tecnológicos para conseguirlo. Debemos recuperar lo antes posible el nivel sanitario de antes de la pandemia y mejorarlo en lo posible. El virus no solo nos ha obligado a valorar la vida como es debido, sino también nos ha demostrado que nuestra sanidad, con ser muy buena, era muy débil y deficiente.

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Son auténticos milagros los que se han venido consiguiendo en el terreno de la sanidad estos últimos años. Lo recuerda bien el hecho de que, en América, un día como hoy de 1987, se le extrajera el corazón a un hombre vivo para trasplantarlo a otro, mientras que a él se le injertaba el pulmón y el corazón de una víctima de tráfico. De verdad que hay quirófanos que, más que talleres para recomponer organismos, parecen cajas mágicas de aconteceres imposibles. Ello viene a demostrar que los humanos, que muchas veces despreciamos millones de vidas malgastándolas en guerras insensatas o permitimos que perezcan por falta de alimentos, poniendo todo nuestro empeño en salvar una sola vida le damos el valor incalculable que realmente tiene. Ojalá que el criterio médico sobre la vida fuera el rasero para medir todos los comportamientos humanos siempre que haya vidas de por medio.

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Recordemos, finalmente, que un día como hoy de 2009, ayer mismo por así decirlo, el papa BXVI oficiaba la primera misa al aire libre en la historia de Jerusalén.  La misa tuvo lugar en el valle de Josafat, muy cerquita del Huerto de los Olivos, una zona que he tenido la suerte de recorrer a pie, ante unas seis mil personas.  En la misa, el papa pidió a los cristianos, judíos y musulmanes que "promuevan la cultura de reconciliación y la paz, por muy lento que sea el proceso y gravoso el peso de los recuerdos". Por muy emotivo que resultara el espectáculo de dicha celebración, llevado a efecto en medio de un gran despliegue policial, los católicos deberíamos ser muy conscientes de que la eucaristía no es una bandera a exhibir con motivo de ningún encuentro multitudinario o un estandarte a pasear por nuestras calles, sino una celebración íntima, en la que los comensales comen el pan de vida y beben el vino de salvación.

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Centrar un espectáculo masivo, como ese y tantos otros, en la celebración de la eucaristía me parece que es un gran disparate. La eucaristía no es el carnet de identidad que un cristiano ha de exhibir en cualquier lugar, sino el hecho constitutivo de ser tal. Ojalá que los católicos seamos capaces de profesar a la eucaristía el respeto debido, el que se merece como pan de vida y bebida de salvación. Todo lo demás que hagamos con ella es digresión o diversión. Entre cristianos, judíos y musulmanes podría producirse de hecho una reconciliación sincera y cuajar una paz sólida si juntos formaran una sola eucaristía, cosa que requiere muchísimo más que asistir a la celebración de una misa, aunque la celebre el papa, por emotiva y multitudinaria que sea y por muy oportuno que sea el escenario escogido para la celebración. Si se me entiende bien, diré que no deja de ser una frivolidad que la Iglesia católica tire de la misa para celebrar casi cualquier cosa.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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