Desayuna conmigo (martes, 21.7.20) ¡Guau!
Asuán
Efectivamente, hoy se celebra el “día mundial del perro”, ese animal que se merece sobradamente la calificación de “el mejor amigo del hombre”. Esta celebración radica en la inmensa labor que prestan los perros a los humanos en su tarea del vivir diario. Dicen que en el mundo hay más de trescientos millones de perros de toda raza y condición, una cantidad que mete en danza por lo menos a la cuarta parte de la humanidad. Sería imposible cuantificar la cantidad de bienes de todo orden que los perros aportan a los seres humanos que eligen tenerlos a su lado y convivir con ellos.
Confieso haber tenido debilidad por este animal. De niño, tuve uno, Tobi, de mediano tamaño y muy juguetón. Sin duda, fue uno de mis más fieles compañeros de juegos infantiles y, cuando el hecho de vivir en un mundo agrícola me obligaba a transitar solo por caminos y veredas entre matorrales y montes, él era mi mejor salvaguarda y el que hacía saltar por los aires mis miedos. De mayor, hace ya un tiempo, tuvimos en casa un perro muy fornido, atlético y de poderosa mandíbula, Pachu, un ariete de defensa frente a cualquier extraño y un pozo inagotable de mimos y ternuras casi humanas para nosotros. Lo pasamos muy mal cuando murió de puro viejo, a los 18 años de su edad. Tras esa experiencia, renunciamos a tener más, pues el perro requiere atenciones y cuidados que resultan difíciles para ciertas edades, salvo, claro está, cuando el perro se convierte en el talismán que llena huecos humanos y remedia la aguda dolencia de la soledad.
En la pequeña ciudad donde vivo siempre he propugnado la conciencia de que los perros, que muchos sacan a pasear por las calles con las secuelas que es fácil imaginar, son prolongación de la persona del dueño, es decir, que el dueño de un perro lo es de todo él y, por tanto, de cuanto el perro haga. Afortunadamente, en nuestras calles cada vez vamos viendo menos excrementos de perro y a más dueños que se habitúan a recogerlos. Pero solo de tarde en tarde se ve a alguno que lleva una botella con agua y lejía o amoniaco para diluir las credenciales que el perro va dejando a su paso por doquier. Espero que comportamientos cívicos como esos sean habituales pronto, pues los orines de perro en las puertas de las casas o en las esquinas de los edificios ensucian tanto y son tan molestos como sus excrementos. Ahí lo dejo para aviso de responsables y navegantes.
Celebremos, pues, este día como es debido, es decir, tratando de dar a este animal algo de lo muchísimo que él aporta a los seres humanos en tantísimos aspectos de su vida: guía, defensa, compañía, alegría, fidelidad, etc. El peor crimen que se puede hacer con él es abandonarlo cuando estorba o ya no puede con su alma por viejo. También los perros viejos son acreedores a nuestras atenciones, aunque no fuera más que por puro agradecimiento. La sensibilidad que manifestemos, en general, al mundo animal y, en particular, al perro, es reflejo del grado de humanidad de nuestros comportamientos
En la introducción hemos hablado de “algo grande”, como la presa de Asuán, debido a que se terminó de construir un día como hoy de 1970. Una gran obra humana muy relevante, de enorme importancia para la economía de Egipto al regular el cauce del bajo Nilo. Esta obra faraónica tiene 3600 metros de longitud, con una base de 980 metros de anchura y una cúspide de 40 (me resultó impresionante recorrer en cierta ocasión de parte de ella), y una altura de 111 metros. El embalse es realmente un mar artificial creado por el hombre. Baste este apunte para dejar constancia de lo que los humanos podemos hacer cuando aunamos fuerzas en pro del bien común.
También hemos hablado de algo “muy bueno”, como fue la abolición del “régimen foral” de las provincias vascongadas un día como hoy de 1876. Tras la desaparición del “absolutismo”, el “liberalismo”, régimen centralista, decretó la igualdad de leyes y de instituciones para todas las provincias del Estado y eliminó los fueros y privilegios que pervivían en varios territorios y sectores sociales. Se conseguía así algo tan equitativo como que todos los ciudadanos españoles fueran iguales ante la ley. Lamentablemente, el “estado de las autonomías” actual, tan valioso para tantas cosas, por razones que nada tienen que ver con el bien común no solo mantiene esas diferencias y privilegios, sino que los va incrementando poco a poco para escándalo y desgracia de muchos ciudadanos.
Nos hemos referido también a algo “muy bonito”, como puede ser, pongamos por caso, la celebración hoy del día de Bélgica. Mal que pese a algunos españoles, con Bélgica y otras naciones europeas formamos una comunidad. Hacia Bélgica dirigimos nuestras miradas no solo en un reciente pasado cuando, por ejemplo, en Bruselas me encontré con todo un barrio de asturianos que allí se ganaban la vida, sino también ahora, cuando acudimos al corazón de la UE para que nos bombee sangre. Bélgica es un país muy joven, pues se constituyó en Estado un día como hoy de 1831. Justo es que ellos lo celebren y que nosotros, por europeos y españoles, nos unamos sin reticencias a su celebración y brindemos por ellos mismos y también por su condición de europeos iguales a nosotros.
Finalmente, a la exclamación del título le hemos dado un sentido de “pasmo”, como el que nos produce, mirando hacia atrás, la supresión de la Compañía de Jesús un día como hoy de 1773. Sin ahondar en los vaivenes, sobre todo de índole política, en los que esta congregación religiosa se ha visto envuelta a lo largo de su historia, el hecho mismo de que en su base estén san Ignacio y san Francisco Javier y en la cúspide del catolicismo actual, el papa Francisco, es suficiente para comprender el enorme peso y la trascendencia que esta orden religiosa ha tenido y tiene en una Iglesia católica a la que, para dar fruto, no le queda más alternativa que la de caer en tierra como grano de trigo y pudrirse, según las advertencias del mismo Jesús. Es de esperar que de ella surja el movimiento que conduzca a la Iglesia católica a dar el testimonio del evangelio que debe dar de forma que sea válido para los hombres de nuestro tiempo. Hablo de un movimiento que ya agita, aunque lo haga de forma pausada y tranquila para desesperación de muchos, el jesuita Bergoglio desde su alta responsabilidad eclesial. Sin duda, él es uno de aquellos “magníficos remeros de la nave del Señor” que se dijo cuando la Compañía fue restablecida clamorosamente en 1814.
¡Guau! Es lo que podemos decir en este día de lucha y de esperanza, sobre todo en una Europa herida, que lucha denodadamente contra el remanente virus indómito que seguimos padeciendo y sus devastadoras secuelas económicas. Y, más allá, claro está, por la conciencia dolorida de una humanidad, que sabe que tiene que cambiar muchos de sus comportamientos para acoplarse a los nuevos moldes de solidaridad y comunidad que el tratamiento de la pandemia requiere. Vivimos en una situación en la que es preciso pronunciar, alto y claro, la palabra de salvación que el cristianismo debe aportar al mundo en toda circunstancia y situación. Vivimos tiempos en los que es preciso que el cristianismo ladre alto y claro.
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