Desayuna conmigo (sábado, 14.11.20) Homosexualidad y sacramentos

Camino largo y penoso

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Desde hace algún tiempo, cuando la homosexualidad ocupó las primeras páginas a causa de unas supuestas declaraciones del papa, la inquietud me tienta a dar una opinión, una simple opinión cuya única fuerza será la razón intrínseca de lo opinado. Seguro que incomodaré e incluso indispondré a algunos lectores. Les pido sinceras disculpas. A pesar de la preocupación que ello me produce y del riesgo que corro, me anima a hacerlo tener las miras puestas en que sirva para algo y en que pueda dar fundadas esperanzas a cuantos sufren a causa de una anomalía natural de su organismo. Advierto de antemano que tanto la homo como la heterosexualidad y como cualquier otra dimensión de la vida humana se prestan a todo tipo de abusos, a cultivar contravalores, pero que eso no es el tema de hoy, cuando nos proponemos hablar únicamente del niño, no del agua sucia de su bañera. Procederemos por puntos.

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1) El cristianismo es una religión que parte de la asunción de lo humano por lo divino en la encarnación. La carne en la que se encarna el Verbo es “toda la carne”, quiero decir, todo lo humano, de tal manera que nada de lo humano le resulta ajeno o extraño. Sería alucinante pensar otra cosa de la “encarnación”, como que María pusiera el óvulo y el Espíritu Santo el espermatozoide en la concepción de Jesús. De ahí que ninguna etnia, ninguna forma de ser y ninguna cultura puedan ser excluidas del abrazo que Dios da a la humanidad en ella. Por otro lado, dentro del cristianismo como vivencia de la obra de salvación llevada a efecto por Jesús, los sacramentos son celebraciones rituales que, sirviéndose de realidades sensibles en consonancia con el desarrollo de la vida, aportan como gracia la fuerza de su significación: el pan de vida eterna en la eucaristía es alimento, por no citar más que el sacramento que los engloba a todos y que, con relación al tema de este desayuno, está más en el candelero.

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2) La sexualidad es, obviamente, una realidad humanidad que dura cuanto dura la vida y que tiene distintos cometidos vitales. El de engendrar nueva vida, tan importante y trascendental, solo tiene una duración relativamente corta en la mujer, aunque su sexualidad la acompañe de la cuna a la sepultura. Que la Iglesia católica sugiera (no imponga) el celibato para el sacerdocio e imponga (ahora sí) los votos para los consagrados son dos preciosidades de su obra de salvación. Digo “sugiera” como lo correcto en el primer caso porque el sacerdocio es un ministerio, que nada tiene que ver de por sí con el celibato, no una forma de vida construida sobre los votos de obediencia, castidad y pobreza, como es el caso de los consagrados. La moral católica ha descoyuntado muchas vidas por estar escorada al sexo y por reducir prácticamente la función de este a la procreación, razón por la que a la Iglesia católica le queda por delante un largo camino de penitencia.

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3) En su desarrollo, la naturaleza comete errores, algunos incluso espeluznantes, como que un cuerpo nazca con dos cabezas o dos cuerpos compartan algunos órganos vitales. Afortunadamente, hoy la cirugía es capaz de subsanar algunos de esos errores. También en el orden sexual se producen errores tales como que en un cuerpo de hombre habite una mujer y viceversa, es decir, que haya hombres con vagina y mujeres con pene. Es a lo que hemos dado en llamar “orientación sexual”, es decir, lo que en cuanto a su sexo dice la cabeza que es un individuo a pesar de que no lo refleje el cuerpo. Ahora bien, dichos errores son tan naturales como sus aciertos al haber sido producidos por la naturaleza. En el lenguaje tienen valor, y por ello deben tenerse en cuenta,  no solo las reglas, sino también las excepciones. Nos referimos a algo que la sociedad va entendiendo poco a poco y a fondo, aunque lo esté haciendo después de muchos titubeos y esfuerzos, necesarios para sacudirse de encima un montón de prejuicios. Pero, lamentablemente, nuestra Iglesia católica se resiste con uñas y dientes incluso a tocar el tema. Afortunadamente, en nuestro tiempo, las ciencias médicas y la cirugía, más en particular, logran ya corregir algunos de esos “errores naturales” al armonizar el dictado de la cabeza, es decir, la orientación sexual, con los órganos sexuales.

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4) Por ser las cosas así, y creo que lo son de forma incontrovertible, no se ve ninguna razón válida por la que un homosexual no pueda acceder absolutamente a todos los sacramentos de la Iglesia con el mismo derecho que lo pueda hacer cualquier heterosexual. Si su comportamiento sexual es moral, es decir, si es un “valor” para su vida, no un contravalor, no se ve razón alguna por la que el homosexual no pueda comulgar y, menos aún, por la que se le deniegue el sacramento de un matrimonio ajustado a su condición si también para él es un contrato sagrado que une a dos en una misma carne. Se le deberá exigir exactamente lo mismo que se le exige a un heterosexual, pero solo eso. Hablando de “exclusión de sacramentos”, quizá el candidato más destacado a ser excluido sea la misma Iglesia no solo por su desmedido afán de excluir, sino también por la pertinacia con que arrastra sin arrepentimiento un pesado fardo de pecados. Conste que amo a mi Iglesia, pero no me gusta verla ni pobre (ser pobre es una desgracia, un contravalor) ni manchada.

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5) Llegados a este punto, no es necesario adentrase en detalles para reafirmar los principios que hemos expuesto, debido a que son de suyo muy claros, lógicos, comprensibles y de sentido común. La Iglesia no ha sido creada por Jesús para complicarnos la vida, sino para salvarnos, para que la tengamos en abundancia, para que, viviendo, cultivemos los valores que la enriquecen y desechemos los contravalores que la deterioran. La Iglesia no es (no debe ser), por tanto, ni juez ni gendarme, sino madre que cuida y alimenta a sus hijos, sean de la condición que sean, y con más intensidad, si cabe, cuando sus hijos tienen problemas especiales. Y conste que no deja de ser un serio problema que nazca un hombre con cuerpo de mujer o una mujer con cuerpo de hombre.

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6) Vuelvo, para finalizar este tema, a la intención primera: nos hemos referido a cosas muy serias, fundadas y naturales. Una vez situados en esa posición, no procede aducir como réplica conductas desencajadas, ni excéntricos comportamientos folclóricos, ni exhibiciones desvergonzadas, provocadas muchas veces por reacción a la opresión sufrida. Las aberraciones que pueda cometer un homosexual son las mismas que un heterosexual. Pero una cosa es corregir los abusos y otra muy distinta poner de relieve los principios. Nuestra Iglesia, asumiendo lo humano como Dios hizo, debería asumir en todas sus dimensiones la “gracia de la sexualidad” y encaminar a todos sus seguidores por el camino del amor. El día que entendamos que la sexualidad de un individuo es la que dicta su cabeza, el cúmulo de problemas que desencadena la homosexualidad habrá desaparecido de la sociedad, cosa que afortunadamente ya se va logrando, mientras que algunos nos devanamos todavía hoy los sesos para que nuestra querida Iglesia comience a abordar como es debido el tema.

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Como remate de esta reflexión, recordemos, siquiera, que hoy se celebra el “día mundial de la diabetes”, cosa que viene haciéndose desde 1991. La fecha fue elegida en homenaje a los descubridores de la insulina en el año 1921. Como es bien sabido, la diabetes es una enfermedad originada por un páncreas que no produce suficiente insulina o por un organismo que no utiliza eficazmente la que se produce. La insulina es una hormona que regula el azúcar en la sangre. Se trata de una enfermedad a la que están más expuestos los obesos y que produce unos dos millones de muertes al año en todo el mundo, si bien resulta relativamente fácil prevenirla, tratarla y curarla.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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