Desayuna conmigo (jueves, 23.1.20) Hospitalidad evangélica
Sexto día de la Semana de oración
La oración de hoy se fija en la clave de la celebración de este año: la solicitud o la humanidad con que los isleños malteses acogieron al grupo de Pablo tras el naufragio es el leitmotiv de toda la Semana de oración por la unidad de los cristianos. En el contexto social actual, se trata de una hospitalidad que debe transformarse en acogida de cuantos se ven obligados a huir de sus propios países por motivos económicos o políticos y, más en general, de todo desvalido o peregrino. El texto colocado en el frontispicio de toda la Semana se fija, de forma particular, en los inmigrantes que hoy llegan exhaustos y llaman desesperados a las puertas de las naciones de Europa, de haber superado antes los peligros mortales del Mediterráneo. Como valoración general, debemos subrayar que la hospitalidad figura entre las bienaventuranzas que nos propone el evangelio cristiano, y que, por tanto, es algo muy esencial para el cristianismo. Jesús mismo dijo: Fui forastero y me acogisteis (Mt 25:35).
Hechos 28: 1-2 describe la situación con detalle por boca de Pablo: Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los isleños nos trataron con una solicitud poco común; y como llovía sin parar y hacía frío, encendieron una hoguera y nos invitaron a todos a calentarnos… Cerca de aquel lugar había una finca que pertenecía a Publio, el gobernador de la isla, quien se hizo cargo de nosotros y nos hospedó durante tres días.
Nunca seremos cristianos de pleno derecho hasta que no veamos en cuantos nos rodean, sobre todo si son necesitados, al mismo Jesucristo. Subrayar lo de “necesitados” es innecesario, pues todos los hombres, sin excepción, somos necesitados en muchos ámbitos de nuestra vida. El otro, el que está junto a nosotros e incluso en frente de nosotros, aunque sea poco iluminado y por muy deteriorado que esté, es viva imagen de Jesús y la única posibilidad que tenemos sus seguidores de hacer algo directamente por él. Jesús nos ha hecho la gracia de volverse necesitado en todos y cada uno de los seres humanos que viven en nuestro entorno.
Ante tantas necesidades urgentes para aliviar y mejorar la vida de nuestros semejantes desentonan los cantos dirigidos a preservar el statu quo de las Iglesias actuales, a salvaguardar sus estructuras y privilegios, a no cuestionar ni sus reglamentos ni sus procedimientos cultuales y misionales. El conjunto de los cristianos, enfervorizados por el espíritu de unión que llena esta Semana de oración, haríamos un flaco favor al ecumenismo si nos dedicamos a analizar, reescribir o incluso eliminar los motivos que nos llevaron a las rupturas y no nos preocupamos de unir brazos y voluntades para socorrer al hombre que vive junto a nosotros. Es en el esfuerzo continuado en favor de esos hombres, en el amor efectivo hacia ellos, donde los hombres de nuestro tiempo descubrirán algo muy hermoso y seductor, que nos amamos unos a otros. No nos debería extrañar que viendo la vida que llevan muchos eclesiásticos, le den la espalda a unas instituciones que se desfondan en predicar hipócritamente una banal y etérea salvación eterna que nada aporta a un hombre tan atiborrado de problemas y necesitado de otras ayudas. O “servimos” para algo, o no serviremos tampoco para el Evangelio.
Oremos hoy con plena conciencia de lo que expresamos en la oración correspondiente: Dios del huérfano, de la viuda y del extranjero, inculca en nuestros corazones un sentido profundo de hospitalidad. Abre nuestros ojos y nuestros corazones cuando nos pides alimentarte, vestirte y visitarte. Que nuestras Iglesias sean activas en acabar con el hambre, la sed y el aislamiento, y en superar las barreras que impiden dar la bienvenida a todas las personas. Pedimos esto en el nombre de tu Hijo, Jesús, que está presente en el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas. Amén.
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