A salto de mata – 28 Hoy, doce de julio

Dos tiros y una oración escuchada

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A pesar de las perezas naturales de la senectud y del calor atorrante que me envuelve, no he podido resistir la pulsión interior, cual dolores de parto (imaginados, claro), para escribir hoy estas líneas de desahogo interior. Era el 12 de julio de 1997, sábado, cuando, para sacudirme de encima la angustiosa opresión interior del secuestro de un joven vasco con ultimátum a punto de cumplirse, poco después de comer inicié una caminata, de Mieres a Pola de Lena (unos 12 kilómetros), mientras habían comenzado a transcurrir los últimos minutos de la amenaza dramática de ejecutar a al joven concejal Miguel Ángel Blanco. Alentado por la esperanza que en aquellos momentos brotaba briosa de los corazones de todos los pueblos y aldeas de España, caminaba convencido de que no triunfaría la sinrazón de la amenaza hasta confiar en que, al llegar a Pola de Lena, aquel buen chaval, una vez rebasado el tiempo del ultimátum, siguiera todavía vivo. Me unía a él la sola condición humana y la esperanza de que la racionalidad no se hubiera evaporado del todo de las cabezas de sus verdugos potenciales.

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Cada paso hacia Pola de Lena era un paso de firme esperanza. Llegué a mi destino jadeante, con el alma en ascuas, la cabeza en ebullición y el corazón como bomba descontrolada. Debido a que nunca camino con cascos, ni con radios, ni con otros utensilios audios, pues me gusta dejar que la cabeza divague por paisajes y sentimientos, me animaba la esperanza de entrar en un bar para confirmar la grata noticia esperada.Sin embargo, el impacto que recibí fue morrocotudo, abisal, pues, nada más pedir una cerveza para aliviar mi sed y reponer la hidratación sudada, el televisor anunciaba que a aquel pobre muchacho le habían descerrajado dos tiros en la cabeza. Al escucharlo, tuve la impresión de que el mundo entero se hundía. Bebí la cerveza más amarga de mi vida, como si, en vez de un refresco, se tratara de una inyección antibiótica. Cabizbajo, airado y derrotado, emprendí el camino de regreso.

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Si la esperanza me había llevado en alas de Mieres a Pola de Lena, ahora era la oración la que se había aposentado en mi cabeza como súplica implorante, incluso llorosa, por la vida de un joven que se estaba debatiendo entre la vida y la muerte. Oré por él, por su vida y por la sensatez de España, rogando al cielo que un vendaval se llevara por delante y sepultara en los infiernos a todos los diablos de ETA. Llegué a Mieres exhausto y desfondado, si bien estaba convencido de que mi oración estaba siendo escuchada. Pasaron largas horas de espera. Mientras Miguel Ángel agonizaba, un grito de paz y amor brotaba de todos los pueblos de España. Entre lágrimas de dolor y rabia, el “espíritu de Ermua” había roto aguas. Por todas partes surgían manos blancas acariciadoras y un maduro espíritu de paz gritaba sereno, pero enrabietado, “¡asesinos!”, calificativo que se acopla bien a los excrementos de una población emponzoñada.

6

La muerte del joven Blanco dejaba tras de sí un “espíritu blanco”, encarnado en el “¡basta ya!” de una población ahíta de dolor que clamaba por el final de la crueldad y la sinrazón. Ciertamente, en la madrugada del día siguiente, mientras ETA comenzaba a boquear, el “espíritu de Ermua” alumbraba un nuevo día para los vascos y demás españoles de buena voluntad. Regresando de Pola de Lena a Mieres pedí al cielo, con todo el fervor y la intensidad que cabe en un pecho humano herido, que Miguel Ángel Blanco venciera la muerte que le rondaba. La respuesta del cielo fue la gracia de la frescura y del brío de un “espíritu” regenerador, unificador, redentor, el “espíritu de Ermua”.

3

Han pasado desde entonces 25 años y hoy, demostrado queda, no he podido menos de revivir aquellos luctuosos acontecimientos, de volver a sentir tan punzante dolor e impotencia, pero también de insistir en la misma oración de entonces para seguir pidiendo gracia y vida. ¡Ojalá que aquellos acontecimientos no dejen de mostrarnos un camino de regeneración y salvación como seres humanos y como pueblo!¡Ojalá que aquel dolor no se vuelva hoy hueco y vano! ¡Ojalá que aquella oración siga recibiendo la misma respuesta de espíritu de paz y blancura! Los tiempos no parecen hoy propicios por las derivas políticas, pero no debemos malgastar el caudal de cordura acumulado aquellos días. De persistir en pedir fuerza para las víctimas y un castigo justo para sus verdugos, obtendremos el éxito de ver que los mártires siguen vivos a nuestro lado y que sus martirizadores, a pesar de cuantas artimañas utilicen, se van agostando.

8

Hoy y siempre ETA ha sido y sigue siendo nauseabundo excremento de la sociedad española, un cáncer desgraciadamente todavía activo en nuestras entrañas de pueblo. Como excremento, debemos arrojarla a las letrinas sociales y, como cáncer, extirparla a golpe de bisturí. Para no embadurnarnos de mierda y seguir vivos, no nos queda otra que tirar de lejía y aplicar la quimio, por dura que sea. Sea cual sea la representación política que los herederos de tamaña sinrazón y de semejante peste alcancen hoy, los demás españoles deberemos recordarles sin cesar la sangrienta deuda que tienen contraída con todos nosotros por habernos causado tanto dolor insensato y por habernos hecho derramar tantas lágrimas. Hoy, día 12 d de 2022, los españoles debemos seguir certificando la defunción de una “bicha” que sigue corroyendo nuestras entrañas y proclamar el espíritu de hermandad y de paz que un día como hoy, hace ahora veinticinco años, brotó en Ermua. Este es un excelente momento para rematar una ETA moribunda, pero que todavía nos atenaza, y proclamar que Miguel Ángel Blanco sigue vivo en el espíritu de Ermua.

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