El título del desayuno de hoy no se refiere a cómo nos sentimos los españoles con relación a nuestros dirigentes políticos y sociales, aunque también, sino a un extenso ámbito de la actividad de la sociedad humana en general, conocido popularmente como “el oficio más antiguo del mundo”, al submundo de la prostitución forzada en todas sus dimensiones y alcances. Ello se debe a que hoy se celebra el “día internacional contra la explotación sexual y la trata de personas”, es decir, el día de la prostitución forzada. Digamos de paso que existe una “prostitución libremente ejercida”, llevada a efecto por personas adultas que optan por ella sin coacción alguna, como una forma de vida, que debe ser valorada como una profesión que reporta no pocos beneficios a la sociedad. Pero hoy no toca fijarse en esta, sino en la otra.

La iniciativa de esta celebración fue tomada por la Conferencia Mundial de la Coalición Contra el Tráfico de Personas en coordinación con la Conferencia de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladés, en enero de 1999, y organizada por la Coalición Internacional contra el Tráfico de Mujeres. La fecha se debe a que, un día como hoy de 1913, se promulgó en la Argentina la primera norma legal en el mundo contra la prostitución infantil. “La trata de seres humanos consiste en la compraventa y explotación de niños y adultos. Los traficantes explotan la vulnerabilidad de la gente que puede verse exacerbada por factores como la pobreza, la discriminación, la desigualdad de género, la violencia contra las mujeres, la falta de acceso a la educación, los conflictos étnicos y los desastres naturales”, circunstancias a las que cabría añadir un largo listado de otras causas.

Se estima que aproximadamente dos millones de personas son víctimas cada año de delitos de trata de personas para explotación sexual. Estamos ante una lacra de secuelas negativas para la sociedad, equiparables a las que causa el tráfico de drogas y de armas. A las degradaciones descritas como causas de este tráfico humano de la prostitución es preciso añadir, al menos, una muy grave que está ocurriendo en nuestro tiempo: la facilidad que ofrece la crisis migratoria para secuestrar y vender a los más vulnerables, a las mujeres y los niños, pues no es difícil captarlos en los campos en que son alojados los emigrantes en demanda de asilo.

Una vez más, la falta de conciencia, de la que hacen gala tantos depredadores, posibilita que pueda negociarse con la carne humana, sea la de adultos o la de niños, como instrumento para el placer de quienes, pagando por ella, utilizan la sexualidad como una mera explosión corporal propia, sin importarles el con quién, el cómo y el dónde se dé rienda suelta a la fuerza orgánica que la naturaleza nos da para continuar la especie y hacer posible la comunidad humana. Una vez más, aquí cabe muy bien aquello de que la corrupción de lo óptimo arrastra a lo pésimo, es decir, el valor de la sexualidad humana se convierte por la prostitución forzada en el contravalor del placer prohibido.

La mañana abunda en esa dirección, aunque sin los ribetes de la explotación, al ofrecernos a la reflexión serena y sosegada la situación de grupos humanos que sufren desprecios y vejaciones a causa de sus complejas orientaciones sexuales. Me refiero al hecho de que hoy se celebra, además, el “día internacional de la bisexualidad”, conocido también como “día de la visibilidad bisexual”. No hay la menor duda de que los seres humanos somos muy distintos los unos de los otros, como fácilmente se ve no solo por las distintas razas a que pertenecemos, sino también por las distintas habilidades y los distintos gustos que tenemos.

Pues bien, tampoco la sexualidad se libra de esa complejidad de fondo. La celebración del “día de la bisexualidad” no solo busca la aceptación, la inclusión y la tolerancia hacia las personas que gustan de ambos sexos, sino también el convencimiento de que, por ser diferentes, todos los seres humanos tenemos la libertad y el derecho de disfrutar de nuestra sexualidad de la forma que prefiramos a condición de no hacer daño a nadie. La valoración moral de la práctica sexual debería fijarse en ese daño en vez de hacerlo, casi exclusivamente, en el con quién y en el cómo.

Durante muchos años, las personas bisexuales se han visto sometidas a un desprecio social, quizá por aquello de que no son “ni chicha ni limoná”, corroídas por la permanente duda despectiva para los unos de que pertenecen a los otros. Afortunadamente para ellos, el hecho de que la sociedad se haya vuelto más tolerante y comience por fin a dar carta de naturaleza a la orientación sexual está facilitando que los bisexuales, como ya está pasando con los homosexuales, puedan vivir su condición  abiertamente sin verse permanentemente vejados y humillados por ser tales. Claro que, en este contexto, uno tiene derecho a preguntarse cuándo la caridad cristiana, que no admite excusas ni exclusiones, dará el paso de valorar a las personas que sienten y viven una sexualidad distinta de la que correspondería a la función primaria de sus órganos sexuales como los seres humanos y los hijos de Dios que son también ellos.

Continuando con la complejidad humana de que venimos hablando, la mañana nos pone encima de la mesa otro colectivo humano cuyas necesidades han desarrollado otra de las maravillas del mundo de la comunicación humana. Nos referimos a que hoy se celebra también el casi recién nacido “día internacional de las lenguas de señas”, instituido por la ONU en 2017 para conmemorar la creación, en ese día de 1951, de la “Federación mundial del sordo”. La celebración de este día internacional está facilitando que se fortalezcan los derechos humanos de los sordomudos incluso en los países en vías de desarrollo.

El “lenguaje de signos” es el maravilloso instrumento de que disponen los sordos profundos no solo para expresar sus ideas y sentimientos, sino también para percibir con nitidez y precisión los de los demás. Los sordomudos son, por lo general, muy expresivos. En mi pueblo de Mogarraz tengo un amigo, Paco el Mudo, algo mayor que yo, del que, aunque ahora la edad lo apague un poco, solemos decir que “habla por los codos”, es decir, más que ningún otro mogarreño, aunque nunca haya tenido la oportunidad de acudir a ninguna escuela especializada. Sirva esta alusión como un emotivo homenaje de reconocimiento a su coraje y a su bonhomía.

Rematando la faena de hoy con esa misma complejidad, como botón de muestra, el día nos pone delante el cumpleaños que hoy habría sido de la actriz germano-francesa Romy Schneider, nacida en 1938, que murió joven y en extrañas circunstancias, sin que hayan podido determinarse las causas. Traigo a colación esta efeméride porque en su vida se reflejan, quizá como en ninguna otra, la gloria y el declive humanos, pues la que nos elevó a la cumbre del romanticismo, dulce y soñador, reflejado por ella magistralmente en las películas de Sissí, la emperatriz, acabó sus días hundida en la miseria y en la degradación del alcoholismo y la drogadicción. ¡Pobre Sissí! Y gran decepción la de sus muchos seguidores, todos aquellos que hubieran deseado que su rostro no se hubiera marchitado y que su destino hubiera sido el de una diosa inmarcesible.

Comenzamos el desayuno con la sexualidad y lo terminamos con la drogadicción, tras recorrer un camino de humanización esforzada y laboriosa. La vida entera es redención. Nacemos de las manos de Dios como un proyecto maravilloso cuya realización se ve sometida a un proceloso proceso de crecimiento y purificación. Al llegar la muerte, cualquiera que sea el momento y el modo en que se produzca, el proyecto se consuma como una gran obra de salvación y la maravillosa criatura que cada uno hemos sido retorna al ser mismo de Dios para alojarse definitivamente en su corazón. Afortunadamente, nuestro accidentado caminar se torna entonces plácido reposo y se deshace por completo la maraña de nuestra intrincada complejidad. La muerte redentora conseguirá que la sexualidad sea solo amor y el espejismo de toda droga, oasis consistente.

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