Desayuna conmigo (lunes, 16.3.20) La Iglesia pide perdón

Perdón de ida y vuelta

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Nunca he sabido explicarme por qué en el Padrenuestro cambiamos la perspectiva y la dimensión al hablar de la voluntad y del perdón, pues, mientras sobre el cumplimiento de la voluntad divina el modelo para la tierra es el del cielo (“hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”), para la petición de perdón ocurre a la inversa: (“perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”). No me cabe en la cabeza que a Dios le pidamos un perdón semejante al nuestro, a veces tan mezquino y engañoso. Quiero pensar más bien que la alusión a nuestro perdón aparece en el Padrenuestro como requisito previo, algo así como si dijéramos: “perdónanos nuestras ofensas a nosotros que ya hemos perdonado a los que nos ofenden”, conforme a las exigencias evangélicas de la reconciliación previa con el hermano para presentar nuestra propia ofrenda (Mt 5:20-26).

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Hoy es un día que amanece bajo el signo del perdón, esa maravillosa facultad activa y pasiva, la de perdonar y ser perdonado, que nos acompaña toda la vida, pues es tan inevitable que alguien nos ofenda como que nosotros ofendamos a alguien. Un día como hoy de 1998 el papa JPII pidió perdón públicamente para la Iglesia católica por la inactividad y el silencio de muchos católicos durante el holocausto judío.

Unos años antes, en 1992, ya lo había pedido por la condena de Galileo en un gesto histórico que rehabilitaba al insigne astrónomo al tiempo que dejaba constancia de la buena fe de la Inquisición que lo condenó por sostener que la Tierra giraba en torno al Sol, una verdad que venía a desmontar nada menos que el universo sacro en torno al que hacían girar su propia fe.

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Y volvió a hacerlo en mayo de 1995 al entonar un “mea culpa” muy concreto y perdonar, a su vez, por los mismos motivos: “yo, papa de la Iglesia de Roma, en nombre de todos los católicos, pido perdón por los males causados a los no católicos en el curso de la historia turbulenta de estas gentes (lo dijo en un llano embarrado entre Checoslovaquia y Polonia, donde los cristianos se mataban dos siglos antes de la separación de los protestantes), y al mismo tiempo garantizo el perdón de la Iglesia para los que han causado daño a sus hijos". Es obvio que la condición de todo perdón pedido es el perdón previamente dado en un mundo en el que el perdón debe ser moneda de cambio continuo.

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Y en marzo del año 2000, en un acto brillante que le honra, declaró que la Iglesia entraba purificada en el tercer milenio porque ya no habría: "nunca más ofensas hacia ningún pueblo, nunca más recurso a la lógica de la violencia, nunca más discriminaciones, exclusiones, opresiones, desprecio hacia los pobres y hacia los desposeídos". Lo poco que llevamos recorrido de este tercer milenio demuestra que aquella proclamación respondía más a los anhelos de un buen hombre que al discernimiento de un buen crítico de la historia humana. Ojalá que se hubieran cumplido los buenos deseos de un papa para quien, tras su muerte, muchos cristianos clamaron por el reconocimiento de "santo súbito" que requeriría un proceder inédito en la Iglesia católica. Obviamente, no es ese el camino de la historia humana, más plegado a la condición o a la imagen de la cruz que la acompaña en todo su devenir.

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También el papa Francisco pidió perdón en Bolivia, en 2015, cuando declaró: "quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América".

Desde luego, han sido declaraciones muy valientes y sinceras que levantaron temores de que la Iglesia se viera precisada a revisar toda su historia y corriera el peligro de perder toda su credibilidad. El tiempo ha hecho justicia al demostrar que eran temores infundados y que, al pedir perdón, la Iglesia se ha ennoblecido, pues el perdón ennoblece tanto al que lo pide como al que lo da.

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Nosotros deberíamos tener muy claro que la Iglesia es una institución que cuenta con el apoyo indudable del Espíritu Santo, pero una institución humana al estar formada por hombres que se equivocan en sus discernimientos y yerran con sus ordenamientos. De hecho, a la vista está que la Iglesia ha ido cambiando mucho a lo largo del tiempo y que ha cometido muchos errores. Nos equivocaríamos si, como hacen muchos, la consideráramos santa, intocable e irreformable. Ha dado muchos tumbos y padecido grandes titubeos. Lo que hoy prima en ella es más una amalgama de conveniencias que un instrumento de gracia. No soy el único en pensar que Jesús, de haber vivido en nuestro tiempo, no sería posiblemente “católico” porque no podría aceptar cosas que a muchos católicos les parecen intocables. De hecho, tampoco en su tiempo fue un “judío” al uso, dada la contundencia con que combatió las debilidades y conveniencias de muchos de los dirigentes religiosos de su pueblo.

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Si como creyentes particulares y como miembros de una sola Iglesia también nosotros estamos dispuestos a pedir perdón tras haber perdonado, como mandan los evangelios, tendremos andado más de la mitad del camino de evangelización de los hombres de nuestro tiempo. Nadie podría rechazarnos al acercarnos a él si cumplimos las bienaventuranzas y predicamos a los hombres de hoy una religión que, aunque sea muy exigente o precisamente por ello, llena el corazón de los hombres de alegría y de esperanza. Sin caridad todo es inconsistente y sin perdón, dado y pedido, no podemos dar ni un paso en la buena dirección.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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