Desayuna conmigo (miércoles, 5.2.20) Insultos, crueldades y muertes

Lecciones de la historia

santa-agueda

Me siento esta mañana como si acabara de llegar de un supermercado cargado de nutrientes para el desayuno en curso. Este 5 de febrero nos fuerza a pasar un momento por la Barcelona de 1903 y a fijar, después, nuestra atención en el México de 1915 y 1917, para recalar, finalmente, en la festividad popular originada por el cruel maltrato que sufrió una mujer honesta por no someterse a los caprichos sexuales de un procónsul romano, santa Águeda. Nada tiene de particular que sobre su integridad física y su entereza mental se haya asentado una fiesta tan vitalista como es la de las “águedas españolas” que hoy sientan mando en plaza.

blasfemar

En Barcelona (¿se puede esperar hoy algo positivo de Cataluña?), en este día de 1903, nada menos que doce mil barcelonesas hicieron una petición al alcalde de la ciudad para que emprendiera una campaña contra la “blasfemia”. Ojalá que hoy contáramos con gentes tan conscientes de que en la sociedad en que vivimos no nos añade nada, ni nos hace más guapos, ni más listos, ni más inteligentes, el lenguaje tan soez que no solo empleamos habitualmente en las tabernas, sino también el que parece haberse apoderado de las tribunas públicas de mayor audiencia, como la televisión, la radio y las redes sociales de comunicación. ¡Qué grandotes somos y qué ufanos quedamos cuando somos capaces de lanzar a las ondas un cagamento! Aunque la blasfemia rutinaria no sea más que un “flatus vocis” de mal gusto, no deja de ser un escupitajo maloliente que, al lanzarlo  al aire, nos cae en la cara.

Hechuras de México

La excursión a México es solo para aplaudir a Pancho Villa al asumir, un día como este de 1915, plenos poderes militares y civiles, agradecidos por los buenos ratos que nos ha hecho pasar en los cines y, tras ello, unirnos a los mexicanos para celebrar el aniversario de su Constitución, promulgada este día de 1917. ¡Lástima que esa Constitución no haya sido lo suficientemente eficaz para meter en cintura a cuantos allí no valoran lo más mínimo la vida humana a juzgar por los miles de homicidios y asesinatos que se cometen cada año!

Las águedas de Mogarraz en el ayuntamiento

La mañana, festiva en el santoral, requiere que nos detengamos a acompañar a tantas mujeres españolas que, en pueblos y villas, se alzan con el bastón de mando de las alcaldías para ejercer, tras ataviarse con sus mejores galas, un poder simbólico de ámbito folclórico, gastronómico y lúdico. ¿Quiénes son? Son las “águedas españolas” que se cobijan al amparo de una heroína cristiana del s. III, virgen y mártir, santa Águeda, que fue horriblemente martirizada por un preboste de la época al no someterse a su capricho. De ella heredan su nombre y a ella se encomiendan, sobre todo cuando el cáncer, ese otro prócer de la tiranía, que ocupó ayer nuestra mañana, se ceba en sus pechos hasta hacerles temer que les arrebate la vida o la femineidad.

Las Águedas en la plaza mayor de Salamanca

A mi modesto entender, esta santa, víctima de un brutal atropello machista, debería ser nombrada, además, patrona de las feministas bien plantadas, de las que sin excentricidades ni griteríos tienen hoy el coraje de enfrentarse a la sociedad que las posterga para reclamar la igualdad de derechos que su condición de seres humanos les acredita. Águeda, la protagonista, totalmente destrozada, con los pechos arrancados y quemados, tuvo el coraje de increpar antes de morir al malnacido que la torturaba para recriminarle su inaudita fechoría de repugnante felón:  "Cruel tirano ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?".

Tres nutritivos platos los que esta mañana nos ofrece para un desayuno de lujo: desde la necesidad de limpiarnos la boca, lugar por el que vomitamos tanta basura en forma de palabras que asquean, hasta alegrarnos con el alegre pueblo mexicano, tan martirizado a su vez por quienes, desaprensivos y completamente incapaces de comprender las bellezas de la vida, la arrebatan a sus conciudadanos con suma facilidad, para terminar relamiendo la dulzura de una festividad tan hermosa como la de ensalzar a una “mujer” de gran virtud y temple, capaz de darle a las puertas de su misma muerte una magistral lección a un tirano sádico.

Procesión de las Águedas de Mogarraz

Celebremos, como se merece, a la mujer de nuestro tiempo que hoy reclama sus derechos en la sociedad y, de forma muy especial, en una Iglesia de la que, siendo ella abrumadora mayoría, parece no formar ni siquiera parte. Acompañemos a esas animosas “águedas españolas” que hoy no solo arrebatan el bastón de mando a los hombres, sino también los invitan a pagar su fiesta pidiéndoles colaboración, como hacen las salerosas águedas de mi pueblo, al que anteayer me refería hablando de la fiesta de San Blas. Los hombres, entendiendo ahora por tales a los varones, deberíamos dejar de ser el “sexto fuerte”, presunción muy cuestionable pero que sirve para dar palizas incluso mortales a mujeres desvalidas, y continuar siendo lo que, según un proverbio inglés, siempre hemos sido, “el sexo que paga”. ¿Cuánto tiempo más nos va a costar desmontar la sociedad machista, que nos hemos montado a beneficio propio, para dejar la mitad de su cabida funcional a las mujeres? El sentido común dictamina que una mujer no es más que un hombre, pero tampoco menos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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