Desayuna conmigo (domingo, 5.7.20) Lento a la cólera y rico en piedad

Cansados y agobiados

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Este domingo tiene las apariencias de ser un día más, perdido en la niebla del tráfico o en el bullicio de la jarana playera, unas horas más de preocupación y lucha contra la pandemia. Si nos atenemos a la rutina del decurso de un tiempo fugaz, de cuya pérdida o huida apenas tenemos conciencia, un día sin especial relieve que nos dejará a unos a la orilla del mar, a otros a la entrada de una empresa para iniciar una nueva semana de trabajo pesado y odioso y a todos los demás al inicio de un tiempo de vacación a lo largo  de un año con algunos meses en blanco.

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Y sin embargo, desde el punto de vista cristiano y humano, es un domingo que nos mete de lleno en el meollo mismo de la vida humana, y muy particularmente de  la vida cristiana, pues, por un lado, sus lecturas litúrgicas nos desvelan las claves de la fe que profesamos y, por otro, algunas efemérides nos brindan la oportunidad de abordar como es debido el espinoso problema de la muerte.

El cristianismo no es una religión que nos adentre en lo mágico o en lo sagrado y, mucho menos, que nos subyugue férreamente a un poder tiránico o imponga una moral irrespirable. En la liturgia de hoy no se nos presenta a un Dios inalcanzable que viva en las nubes o en los cielos, sino a uno que es inquilino de nuestras casas y se filtra en nuestra carne. La dualidad carne-espíritu de que habla san Pablo es solo pedagógica o ilustrativa sobre obrar el bien o el mal. No sé de ninguna otra religión que se haya atrevido a decir que mi vecino es Dios para mí y que cuanto le hago a él a mi Dios se lo hago.  Y mi vecino, claro está, es cualquier miembro de mi familia, cualquiera que viva en mi portal y en mi pueblo, cualquiera que hable mi lengua y también cualquier otro ser humano.  Jesús, Dios hecho carne, vive en todos y cada uno de  ellos.

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Pues bien, ese Dios en el que creemos los cristianos, un Dios tan próximo a nosotros y tan presente en nuestras vidas, es “lento a la cólera y rico en piedad”. Lento o negado para la ira; rico y predispuesto siempre al perdón. La liturgia de hoy nos presenta una imagen válida del misterioso rostro de ese Dios nuestro, que a veces parece ausente, pero que realmente está más presente en nuestras vidas que nosotros mismos. Sin duda, la vida que nos toca vivir a cada uno es dura y penosa, y, por lo general, todos le hacemos trampas y muchas veces atrochamos por atajos, pero no nos soltará de la mano sin ajustarnos las cuentas. No importa que sus ajustes nos pasen muchas veces desapercibidos. Tras ella está el Dios de nuestra fe, rebosante de piedad y perdón para acogernos a todos sin excepción. Es más, él mismo ha cargado sobre sus espaldas, en la persona de Jesús, todas nuestras flaquezas. Predicar otro Dios que no fuera este sería puro fraude.

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El “cansados y agobiados” del evangelio describe muy bien el trascurso de la siempre difícil vida que a cada uno de nosotros nos toca llevar. En muchos momentos, el cansancio apenas nos permite caminar y el agobio ni siquiera nos deja respirar. Pero ahí está Jesús como alivio, como buen pastor que sale en busca de la oveja perdida, como padre que anhela el abrazo de su hijo pródigo. Su medicina es barata y está al alcance de todos: amaos los unos a los otros, seguid mi ejemplo de hacer siempre el bien; el sermón de la montaña, las bienaventuranzas. ¡Qué gran disparate histórico ha sido que la Iglesia católica, en vez de asentarse sobre la roca diseñada por Jesús, la del amor, haya preferido hacerlo sobre las “puertas del infierno”, sobre el miedo y el terror al más allá! Son muchos los cristianos que han sufrido las terribles secuelas de la más burda de las falsificaciones del mensaje de Jesús de Nazaret, el más noble y digno de cuantos han predicado los hombres.

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Ni siquiera acierto a imaginar el cambio que para nuestras conductas y para todo el contenido de nuestra actual forma de vida supondría desechar definitivamente todo temor con relación al Dios del amor en quien creemos y ajustar nuestros comportamientos al mandamiento del amor que predica Jesús. Lo que hoy vemos asombrados que sucede en Cáritas, se elevaría a rango universal de los comportamientos humanos, en cuyo caso no nos resultaría insólito contemplar el lobo jugando y comiendo con el cordero. El cristianismo nos muestra el camino para alcanzar esas cimas y nos da fuerzas para recorrerlo. Pero los cristianos no terminamos de creerlo y seguimos anteponiendo nuestros propios egoísmos e intereses. En la conducta individual, cada uno decide por sí mismo, pero en lo concerniente a la comunidad cristiana es preciso que haya  líderes que  lo crean realmente y que guíen como es debido a los fieles.

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Y, como ya anunciábamos antes, el día de hoy nos obliga a vérnoslas con el espinoso tema de la muerte, pero no con el hecho de morir en sí, tan inevitable como necesario, sino con la muerte que se deriva de una decisión humana. Lo digo porque un día como hoy de 1938, en la llamada “zona nacional” de España durante nuestra infausta guerra civil, justo cuando se estaba fraguando el “franquismo”, se restableció la pena de muerte. Fue el mismo Franco quien la reincorporó plenamente al código penal argumentando que “su abolición no era compatible con el buen funcionamiento de un estado”. Digamos una vez más, en bloque y con total contundencia, que la pena de muerte deslegitima el código que la impone, cuya única razón de ser es servir a la sociedad. Matar a un solo individuo desfonda la sociedad entera y deja en el aire el código mismo, pues no se puede servir a quien se ha matado. La vida, por lo demás, es un derecho inalienable.

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Por otro lado, un día como hoy de 1985, en España se aprobó el aborto inducido en tres supuestos: "riesgo grave para la salud física o psíquica de la mujer embarazada (supuesto terapéutico), violación (supuesto criminológico) y malformaciones o taras, físicas o psíquicas, en el feto (supuesto eugenésico). De acuerdo con esta ley, la gestante podía interrumpir el embarazo en centros públicos o privados en las primeras 12 semanas en el caso criminológico, en las 22 primeras semanas en el eugenésico, y en cualquier momento del embarazo en el caso terapéutico”. Se volvió sobre esa ley y en el año 2010 se aprobó una nueva ley cuyo principal cambio fue dejar el aborto a la libre determinación de la embarazada durante las 14 primeras semanas de embarazo.

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El aborto es uno de los temas más espinosos que sigue cuestionando nuestro proceder. ¿Se puede abortar en determinadas condiciones y tiempos? Ante la complejidad del tema, como hemos apuntado al hablar de la pena de muerte, digamos también aquí, en bloque y con total contundencia, que el mejor criterio sería atenerse al proceder de una naturaleza que es abortiva en los casos en que el organismo gestante no tolera el embarazo. Lo llamamos entonces “aborto espontáneo”. Pues bien, la mejor regla sería proceder de ese modo en el "aborto inducido", determinando los casos en que tampoco la mente humana tolera el embarazo. A fin de cuentas, tan “natural” es la mente como el organismo. Partiendo de la conveniencia incuestionable de que “cuantos menos abortos se produzcan, mejor”, de atenernos a lo dicho puede que no fuera tan conflictivo y complicado fijar criterios claros, de sentido común, que calmaran los ánimos y terminaran con la crispación que el tema sigue produciendo en una sociedad muy fragmentada.

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Vuelvo, para cerrar este desayuno, al tema envolvente de este domingo: los cristianos creemos en un Dios bueno de quien solo recibimos bienes y amor. Se trata de un Dios sumamente cercano a nosotros, de andar por casa, que se nos cuela hasta en la vida de cada uno para indicarnos un camino que, por escarpado que nos resulte, no deja de ser muy atractivo: haz el bien sin mirar a quién y ama a tu vecino, incluso si es un desalmado. Por ello, no deberíamos tolerar de ninguna manera que nuestros dirigentes y guías espirituales nos compliquen las cosas como suelen hacerlo cuando nos hablan de él en otros términos. Creemos en un Dios sin ira, que es todo piedad y perdón, y en un Jesús que es alivio de nuestros sufrimientos, cualesquiera que sean, un Jesús que sigue vivo en cada ser humano, y que nos obliga no solo a salvaguardar la vida sino a favorecerla en toda circunstancia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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