Acción de gracias – 7 Lepra y sexo como símbolos

Momentos clave de la historia

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Este domingo coincide con el día de san Valentín, el día de los enamorados, el día del amor de pareja. Curiosamente, el grueso de su liturgia se centra en una especie de “contramor”, la lepra, porque la verdad es que el amor llega por lo general a las honduras del corazón humano a través de la expresividad del rostro y de la aterciopelada hermosura de la piel. Nos referimos, lógicamente, al amor, pero no al que lleva a uno a vaciarse totalmente de sí mismo para entregarse al servicio de los demás, sino al que ancla un ser a otro y se constituye en su horizonte vital, es decir, al amor de los enamorados, la festividad comercial, social y cultural de hoy.

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La lepra, una enfermedad que acaparó durante siglos los estigmas culturales por las pústulas que deja en la piel y condenó a los afectados a excluirse de la sociedad, tal como nos expone claramente la primera lectura del Levítico, ha perdido afortunadamente toda su escabrosidad gracias a los avances de la Dermatología. Los doscientos mil que cada año se ven afectados por ella en todo el mundo se concentran casi totalmente en la India, Brasil e Indonesia. Verse libre de la lepra en tiempos de Jesús equivalía a renacer, a iniciar una nueva vida, a salvarse de una muerte ciertamente atroz al ocurrir en el más absoluto desconsuelo y desprecio social.

2016.03.24-Jueves-Santo

San Pablo, por su parte, nos exhorta hoy, en la segunda lectura litúrgica, a procurar que todas nuestras acciones, de las que menciona expresamente el comer y el beber, sean para gloria del Señor. En un día como hoy, el de los enamorados, cabría añadir oportunamente que también la práctica correcta del sexo en pareja se presta para sacar hermosas conclusiones en esa misma línea, tal como han hecho cuantos místicos en el mundo han sido a la hora de balbucear la sublime e íntima unión del ama con Dios. Remedando a san Pablo, bien podríamos decir: “hagamos el amor también para mayor gloria de Dios”. ¿Por qué la Iglesia católica se ha empecinado en convertir el sexo en un campo de maniobras satánico, siendo como es la actividad humana en la que el amor estremece y reverbera la carne, fundiendo dos cuerpos en uno? Será preciso escribir todavía miles de artículos y de libros para dar cuenta de tan lacerante desvarío doctrinal a fin de ponerle pronto remedio, pues es inaudito que la mayor parte de la moral católica trate de asfixiar la práctica del sexo. ¿Acaso la sexualidad no es la concreción más hermosa del amor y la fuente misma de la vida que perpetúa la especie? Reconocer como es debido el valor y la función del sexo, lejos de restar mérito y virtualidad a la consagración virginal, tan denostada por quienes no entienden del tema ni papa, contribuye a su realce y al discernimiento de su primor.

Fray Eladio Chávarri, O.P. III

Que cuanto hagamos sea para gloria del Señor significa claramente que debemos optar por los valores que enriquecen y mejoran nuestra forma de vida. Cuanto más crecemos en humanidad, más glorificamos al Señor y, a la inversa, cuanto más inhumanamente nos comportamos, más lo denigramos. Toda acción, al activar una de nuestras ricas potencialidades, aumenta o disminuye nuestra entidad. Lo expresa con contundencia y claridad fray Eladio Chávarri en Perfiles de nueva humanidad, p. 285: el ser se halla íntimamente implicado en el obrar, de modo que ambos se entrañan mutuamente. A los antiguos les gustaba decir que el obrar sigue al ser (operari sequitur esse). El axioma responde a un estilo de pensar estático. Para el modelo conceptual fluido, dinámico, la actividad exige ya cierto ser y, gracias a ella, se escala a nuevos modos de ser. En este sentido, el ser sigue al obrar. Los organismos procariotas son fruto de la operación a partir de moléculas de gran envergadura química. El HPC (el Hombre Productor Consumidor, eje de nuestra actual forma de vida) se ha engendrado por la acción desde una posición entitativa histórica anterior. La misma consumación humana depende de su obrar biográfico. Por consiguiente, al reflexionar sobre la posición entitativa del hombre en la Naturaleza y en el Cosmos, solo tenemos la mitad del asunto. Hace falta enfocar su actividad”.

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El evangelio de Marcos, tan conciso y directo, nos da cuenta del poder sanador de Jesús: “Si quieres, puedes limpiarme”, proclama confiado el leproso. La respuesta a tan sincera confesión no es menos rotunda y expeditiva: “Quiero: queda limpio”. La existencia entera de Jesús es glorificación del Padre. Así lo atestigua su asidua conversación con él en la oración y así se lo exige él mismo a cuantos sana de sus dolencias. Ni siquiera su severa advertencia al leproso salvado le impide a este desbordar su alegría y glorificar al Señor por haber restaurado su asqueroso cuerpo.

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La lepra es símbolo y efecto de pecado en el mundo judío. ¡Impureza! Y, sin embargo, no se trata más que de una de tantas enfermedades de la piel que incapacitaba, en aquel tiempo, para toda vida social. El sexo lo es a su vez de otra inmundicia que condensa, según la moral católica que se nos ha inculcado, la abyección humana, cuando, de suyo, no es más que la más fabulosa potencialidad para dar cuerpo al amor. Frente a la lepra solo cabe una actitud razonable, la de limpiarla y curarla, mientras que frente a la sexualidad lo correcto sería servirse de ella para colmar la vida de pareja y poner su virtualidad reproductora al servicio de la continuidad de nuestra especie. Hermosura del rostro humano libre de lepra y maravilla de una sexualidad que funde cuerpos y procrea como fuerza que nos impulsa a salir completamente de nosotros mismos para entregarnos por completo a los otros. Pero, claro está, mientras la lepra es puro contravalor, la sexualidad es una vigorosa virtualidad, capaz lo mismo de aportarnos grandes valores o de abrirnos las puertas del infierno, puertas que muchos desventurados se atreven a franquear.

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Sin la menor duda, la aparición y el agarre del coronavirus, lepra de nuestro tiempo, es una gran desgracia para toda la humanidad al descargar sobre ella tantos latigazos y arrebatar despiadadamente tantas vidas. Pero es también, al mismo tiempo, un descomunal reto y una sorprendente invitación a poner en solfa un montón de procedimientos contraproducentes que laceran y matan mucho más que el dichoso virus. Dada la encrucijada en que nos encontramos, la admonitoria conclusión a que llega mi maestro fray Eladio Chávarri, al hablar de violencia y pacificación, replantea la guerra que hemos entablado contra él: “no sobreviviremos a menos que demandemos más calidad de sustancia humana. Nunca jamás la violencia nos había conducido a este bello o dramático atolladero. En otros tiempos, la supervivencia de la especie y el deterioro, la pérdida o la aniquilación de ser, podían cohabitar. Hoy no. Tenemos que ser mejores para sobrevivir” (Perfiles de nueva humanidad, pág. 310).

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Refiriéndose a la siempre deseada mejora como motor de nuestra misma supervivencia, Chávarri nos asegura que no solo podemos lograrla a base de incorporar a nuestra entidad más valores, sino también de mejorar los ya conquistados, pues “no es posible poner límites a la amistad, al sabor de la vida, al amor gratuito, a la solidaridad y a la ciencia, o a la inmersión en el Absoluto” (ibid., pág. 312). A pesar del sufrimiento que el coronavirus nos está causando, vivimos tiempos propicios para romper las cadenas de la explotación y la mercadería, que nos atenazan por doquier, y para emprender, tras el despegue que ya hace milenios hicimos de nuestros anclajes bióticos al emanciparnos de los ecosistemas, el vuelo que corresponde a nuestra condición creatural. Si algo hay claro y definitivo para un cristiano es la necesidad de mantener, a pesar de cuantos inconvenientes le salgan al paso, una visión positiva de la historia, sabiendo, como debemos saber, que toda crucifixión termina en resurrección.

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¡Suerte, acierto y temple para el pueblo catalán en un día como este, pues hoy se está jugando en las urnas su propio ser y, con él, parte del de los demás españoles! Si votar hoy allí es casi heroico, confiemos en que el resultado sea sublime. Se lo merece un pueblo que lleva décadas sometido a caprichosos vaivenes políticos, incluso más dramáticos e incapacitantes que los del horroroso coronavirus. Si el amanecer y la primavera nos llegan a los españoles por el este, ¡ojalá que el difícil día que hoy les toca vivir a todos los catalanes sea un bonito presagio de bonanza para los españoles! ¡Albricias para el amor y pestes para la lepra!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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