Desayuna conmigo (domingo, 22.3.20) Luz y agua

Tiempo de tinieblas y sequías

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La densidad del tema de ayer sobre la soledad de los que mueren por el coronavirus no dejó espacio para dos hermosas celebraciones de días mundiales, la de la poesía y la del Síndrome de Down. Digamos, cuando menos, que la poesía es la excelencia de la palabra que aviva el sentimiento con el ornamento de bellas metáforas y sorprendentes rimas. En cuanto al “Síndrome de Down”, ayer mismo le escribía al padre de un excelente muchacho con ese síndrome: quiero dejar constancia, cuando menos, jugando con el significado de la palabra inglesa "down", de que puede que este síndrome sea realmente "down" para algunos aspectos de la vida, pero lo que sí que es cierto y salta a la vista, tras conocer a A. y a otros como él, es que se trata de un "síndrome-up" para otras muchas cosas, para las principales, como por ejemplo para sentir amor y manifestarlo con tanta gracia y espontaneidad. ¡Qué gran error de la humanidad es negarle el derecho a nacer a muchos niños por ello!

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Hoy celebramos el día mundial del agua, un elemento tan esencial para la vida humana, cosa de la que poco a poco nos vamos convenciendo los ciudadanos que contamos todavía con agua sobrada, pero que tanto valoran los más de dos mil millones de seres humanos que carecen de agua potable. Que todos los seres humanos tengan agua y saneamiento es uno de los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU al que nos referíamos anteayer. Este día mundial comenzó a celebrase en 1993 y no parece que hayamos avanzado demasiado en la consecución de sus objetivos, desidia que se agranda por las secuelas directas que el calentamiento climático está teniendo en amplios espacios de nuestro planeta.

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Si desde estas preocupaciones humanas nos asomamos a la liturgia de hoy, cuarto domingo de Cuaresma, “domingo laetare”, domingo de alegría por su primera antífona y por el color rosa de los ornamentos, aunque en el contexto sanitario actual lo sea de mucha preocupación y tristeza, lo que los textos nos transmiten es un chorro de luz. En la primera lectura, cuando Samuel busca al elegido que le sucederá para ungirlo, lo que recibe del Señor es una iluminación al encontrarse frente al hijo pequeño de Jesé, David, el elegido sobre quien se posó el espíritu del Señor. De ahí, la razón del canto: El Señor es mi pastor, nada me falta: /en verdes praderas me hace recostar, /me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas, estribillo que se armoniza muy bien con el “laetare” de la antífona introductoria

Por su parte, san Pablo habla a los efesios de la fuerza de la luz que es Cristo al asegurarles: en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. En el evangelio de san Juan se narra la curación que hace Jesús de un ciego de nacimiento untándole los ojos con barro hecho con tierra y saliva. El ciego comienza a ver tras lavarse en la piscina de Siloé y lo ocurrido lo lleva, al volver a ver a Jesús, a confesar su fe en que él es el Mesías. Cristo es, pues, la luz de sus ojos.

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Añadamos, como mera anécdota de curiosidad histórica circunstancial, que, un día como hoy de 1895, los hermanos Lumière (los hermanos Luz, diríamos en español) hicieron la primera exhibición de una película cinematográfica. Luz de los autores y luz del cinematógrafo, esa chispa técnica y cultural que hoy, poco más de un siglo después, llena grandes espacios de nuestra forma de vida.

Tenemos, pues, sobre la mesa de este desayuno dos temas de gran actualidad. Sobre el primero, el agua, todos los días se nos está advirtiendo de la necesidad de lavarse las manos cada poco y de mantener una higiene escrupulosa. El agua se ha convertido en un arma muy eficaz para combatir el coronavirus, tan escurridizo que, a la menor ocasión, se te pega en las manos y se filtra en el cuerpo por los orificios de la boca, la nariz y los ojos. Hay que lavarse y seguir lavándose en un ejercicio constante de autodefensa y prevención.

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Además, el cambio climático, un virus quizá menos virulento y directo que el coronavirus que tanto se está cebando en España, pero no menos mortífero, desertiza terrenos de cultivo y expande el hambre por todo el mundo. A pesar de tener que lavarnos mucho, la consigna es ahorrar agua y no crear obstáculos a al funcionamiento de ecosistemas equilibrados en los que lo normal es que el cielo riegue los campos. Hablamos de un agua que, además, para un cristiano ha de ser bendita en cuanto vehículo de la gracia.

Sobre el segundo tema, la luz, está muy claro que muchos hombres de nuestro tiempo todavía no han pasado de las tinieblas a la luz, como dice san Pablo que ya han hecho los efesios. No hace falta recargar mucho las tintas para ver hasta qué punto las tinieblas siguen cubriendo la tierra todavía, como si la maravillosa obra de la creación de la luz en el primer día de la creación todavía no hubiera tenido lugar.

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En conocimientos científicos y técnicos estamos a años luz (oportuna expresión para un día como hoy) de nuestros antepasados, pero la verdad es que, en lo que realmente importa, seguimos posiblemente más ciegos que ellos. Lo demuestra fehacientemente el hecho de que nuestro mundo no sea ni más justo ni más solidario que el suyo, a pesar de que hoy la maravillosa comunicación que existe a nivel planetario nos pone en seguida al tanto de las calamidades que en todas partes ocurren, unas a efectos de la virulencia de una Tierra que sigue sus ritmos, y otras, debidas a los tratos inhumanos, crueles y degradantes que los seres humanos nos infligimos unos a otros. Vivimos tiempos en que todo nos invita a caminar limpios por senderos iluminados. La esperanza y la confianza en nosotros mismos puede convertir este "domingo laetare" en alegría cuando menos virtual, pero alegría real, pues somos más fuertes y sabios que todo tipo de virus y todo tipo de insensateces. Conocemos el camino y estamos bien pertrechados para recorrerlo.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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