Desayuna conmigo (domingo, 5.1.20) Magia auténtica
En el dolor y en el consuelo
A mí, en particular, esta hermosa fiesta me retrotrae a los años cuarenta cuando recibí los primeros “reyes” de los que me acuerdo: una naranja y una pastilla (no una tableta entera) de chocolate. ¡Qué delicia aquellos nuevos sabores para nuestros paladares de serranos mesetarios! Las carencias de la inmediata posguerra española no nos arruinaron ni nos robaron la infancia, ingeniosos como éramos para inventar mil juegos cimentados en la más absoluta de las pobrezas. Además, en las antípodas de la actual “España vaciada” de las zonas rurales, podíamos seleccionar amigos para jugar: en mi pequeño pueblo éramos más de veinte los “quintos” (los nacidos en el mismo año).
Ya en plena madurez, en un día como hoy de 1996, el corazón se me quedó para siempre congelado e hibernado en Salamanca. En la tarde noche de ese fatídico día, cuando yo ni siquiera era capaz de sentir las punzadas gélidas de un anochecer muy frío y se había apoderado de mí una tristeza abisal,
la Cabalgata de Reyes salmantina tuvo que retrasar su salida para dejar paso a los frigoríficos portátiles que contenían los órganos aprovechables de un muy querido sobrino, fallecido de madrugada a causa de un aneurisma cerebral. Aquel niño grande, jovial y bueno como el pan bueno, enfermero de profesión y estudiante de medicina, tenía 27 años y era donante habitual de sangre y de órganos. Con el espíritu atravesado por el más cruel de los puñales, aquella noche escribí con las cuencas de los ojos convertidas en cataratas que un auténtico rey mago había visitado Salamanca para repartir su cuerpo, como preciado regalo de Reyes, a seis desesperados de la vida.
Hoy, en Asturias, ya no podemos amenazar a los “niños malos” con que los Reyes les traerán carbón debido a que, al paso que vamos, este se convertirá pronto en “piedra preciosa”, aunque en el proceso de conversión haya dejado de ser fuente de vida para convertirse en presagio de futuro. No obstante, hoy me domina la convicción de que toda persona que regala algo, sea una sonrisa, un consejo, unas monedas o un poco de tiempo a los demás es realmente un “rey mago” que recorre los caminos del mundo. Afortunadamente, en este mundo nuestro, tan desquiciado y roto, hay millones de “reyes” que crean ilusión y alivian la vida.
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