Desayuna conmigo (sábado,15.8.20) Magníficat

Mirando el cuerpo

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Hermoso día de fiesta litúrgica y de no-fiesta social este de la Señora de Agosto, de la gloriosa Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma. Este año será la no-fiesta de tantísimos pueblos españoles que, por mor del coronavirus que se está revolviendo contra nosotros en su furia invasora, se tendrán que quedar, por así decirlo, a dos velas, sin vestir sus galas, sacar en procesión a su patrona y ofrecerle ilusiones, cantos y bailes. María fue ascendida a los cielos en cuerpo y alma, según reza el dogma, la palabra inapelable en que se fundamenta el eslogan “Roma locuta, causa finita”. En el galimatías de planteamientos, matizaciones y consideraciones en que vivimos con relación a cualquier tema, salvo en aquellos en que las hipótesis científicas se convierten en tesis tras muchísimas verificaciones y aun admitiendo excepciones, solo los cristianos de fe vacilante e insegura necesitan que la palabra de Roma zanje las discusiones, ordene los barullos conceptuales y mande a cada mochuelo a su olivo.

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El día de hoy tiene mucho que ver con el cuerpo humano como residencia del alma y como foco de pecado. Sin embargo, la unidad de cuerpo y espíritu, que es la persona, fue asumida de tal manera por el cristianismo que el Salvador Jesús toma su cuerpo como chivo expiatorio de todo pecado. La eucaristía, que crea la Iglesia y se identifica con ella, es netamente corporal: su materia sacramental son el pan como cuerpo entero que da vida eterna y la sangre como un elemento corporal que redime por su derramamiento.

Las hermosas fiestas de la Ascensión del Señor y de la Asunción de María, en el sentido de que uno asciende por sí mismo y la otra es ascendida por Dios, son claramente fiestas del cuerpo. Pero en ellas la corporeidad pierde su condición de tal en cuanto tiene necesariamente de tiempo y espacio, para adquirir la condición o la dimensión de lo puramente “espiritual”. Que en ambos casos se hable de “subir”, lo que requiere un cambio de espacio o de situación, aunque en el caso de María se trate de una subida pasiva (asunta), lo espacial no es más que una metáfora que sitúa el cielo “arriba” como si de la residencia de Dios se tratara.

La hermosa liturgia de hoy resulta, sin embargo, casi tan embarullada como cuanto yo acabo de exponer. En la primera lectura de esta festividad, ambientada en la tensión que crea siempre lo apocalíptico, se refiere a María como una “mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza”, a punto de parir a un Redentor al que el gran Dragón quiere devorar.  El Salmo considera a María la reina que, tras renunciar a su pueblo y a su casa paterna, enamora al Rey y se sienta a su derecha.

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San Pablo, por su parte, nos lleva directamente al meollo de su teología y a la lectura que en ella hace de la vida y obra de Jesús: la salvación gira sobre un primer hombre pecador y otro redentor; sobre Adán, seducido por el diablo, y sobre Jesús, nuevo Adán o Cristo, salvador por su inmolación en la cruz, que reinará y someterá bajo sus pies a todos sus enemigos. Es una lectura que emite el claro eco de la preciosa colaboración de María a tan magna obra de salvación, colaboración coronada por su merecida "asunción".

El Evangelio, por su parte, se centra en los efectos maravillosos que produce en la mente de María el hecho de sentirse tocada por la mano de Dios para cooperar a esa magna obra. Sus sentimientos explotan en un hermoso canto de alabanza, canto de acción de gracias de quien, en su inefable humildad, se siente esclava del Señor y cuya primera palabra nos ha servido para dar título a este desayuno. Seguramente es en ese “magníficat” donde deberíamos encontrar el sentido profundo de la fiesta de hoy, lejos de las especulaciones sobre espacios y tiempos, sobre cuerpos y espíritus, sobre primicias y esperanzas de resurrección.

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De todas formas, Roma ha hablado hace todavía muy poco tiempo, el 1 de noviembre de 1950, y por boca de Pío XII ha fijado conceptos y zanjado polémicas, en los términos siguientes: "Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

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De todos modos, los seguidores de este blog saben que, para este humilde escribidor, tan ajeno al pomposo lenguaje de un dogma como ese, el cristianismo tiene muy poco que ver con tronos, jerarquías celestiales y terrenales, glorias litúrgicas y alabanzas ultraterrenales. Sinceramente, creo que el meollo del mensaje de Jesús no reside en la parafernalia de ningún apocalipsis telúrico ni en la escenificación de un apoteósico juicio final para separar definitivamente el trigo de la cizaña, los corderos de los lobos, los réprobos de los bienaventurados, sino en la hermosa simpleza de hacer el bien mientras uno vive, siguiendo su ejemplo. La supuesta gran lucha del bien y del mal se desarrolla dentro de cada uno de nosotros. El cristianismo nos exige que, en ella, nos decantemos claramente por los valores de los distintos ámbitos de nuestra vida en detrimento de los contravalores que la degradan. Jesús ha venido para que tengamos vida y la tengamos abundante. La vida de cada cual es también un juicio cuya sentencia final, por ser su juez, el supremo Hacedor y Perdonador, no puede consistir más que en abrir sus brazos y su corazón para acoger a todas y cada una de sus criaturas.

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El gran sentido de la fiesta de hoy debe llevarnos al convencimiento de que María está plenamente con Dios, en cuanto ella es, en cuanto se refiere a su cuerpo y a su vida. Deberíamos olvidarnos del concepto de “privilegio” a la hora de referirnos a Dios (solo un Dios mezquino, no como el nuestro, podría  tener preferencias y repartir privilegios). En María deberíamos ver el prototipo de mujer, como vemos en Jesús el de hombre. ¡Ojalá que la Iglesia católica en la que militamos tuviera la valentía de hacerlo y plasmar en cada mujer la impronta de María! Sería esa una “magnífica” forma de celebrar la fiesta de hoy.

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La fuerza de esta festividad nos obliga hoy a dejar en el tintero otros temas de gran interés, uno de los cuales tiene mucho que ver precisamente con el “cuerpo”, pues hoy se celebra el “día mundial de la relajación”. La vida genera mucha tensión en todos sus órdenes, por lo que es sumamente importante ponerle tubos de escape. Reflexionar hoy sobre ello nos vendrá muy bien. Dosificar los esfuerzos corporales y evitar las discusiones a las que nos lanzamos como grillos enjaulados por banalidades sin trascendencia alguna nos ahorrará le energía que requiere el solo hecho de vivir.

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Por lo demás, también nos salen hoy al paso un santo muy de andar por casa y un gran poeta. El primero es san Antonio de Padua, nacido en Lisboa un día como hoy de 1195, un santo muy popular, cuyas predicaciones resultaron muy eficaces y tuvieron notable éxito. Quienes le oían se avergonzaban  de sus propias fechorías, se confesaban de sus pecados y, si habían robado, devolvían lo robado. El segundo es fray Luis de León, cuyo nacimiento tuvo lugar un día como hoy de 1527, el gran teólogo y poeta castellano, cuya sobresaliente obra conecta profundamente con la ascética y la mística de nuestro Siglo de Oro.

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La festividad de hoy nos invita a recitar el “Magníficat” como acción de gracias a un Dios para quien nada hay imposible. La confianza que en él deposita nuestra fe nos da la certeza de que un día glorificará toda su obra de creación y de que nada quedará fuera de su mirada ni existirá fuera de su ser. La Ciencia llega a descubrirnos solo algunas maravillas sobre cómo funciona lo creado, pero está fuera de su alcance no solo prever el destino de todo ello, sino también focalizar el suporte mental de nuestra fe y la razón de una esperanza que nos hunde de lleno en el misterio mientras vivimos. El cuerpo que tenemos, que exhibe una belleza seductora en la juventud pero que se va ajando lentamente con el paso del tiempo, en su condición de viviente jamás podrá ser sometido a aniquilación, sino a una esperanzadora transformación. Sobre todo, no olvidemos hoy que María es prototipo de mujer por su forma de actuar y por la envergadura de su misión.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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