A salto de mata – 54 Mierda fecunda

Escribir derecho con renglones torcidos

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Extraño y atrevido tema el que apunta el título de nuestra reflexión de hoy. Siendo honestos y claros, la verdad es que la mierda, ese término que connota todas las bajezas, sobre todo cuando sale impetuosamente con frecuencia de la boca de un francés, tiene una gran repercusión en nuestras propias vidas, hasta el punto de que podría afirmarse que la vida es una lucha permanente contra la que no solo generan nuestro cuerpo y nuestra mente, sino también contra el envoltorio en que la naturaleza se complace en acunarnos. Vivimos tan encharcados en ella que empleamos una parte no desdeñable de nuestro propio tiempo en sacudirnos de encima no solo la propia, sino también la ajena. De ahí que la sociedad incluso necesite muchas empresas y millones de trabajadores cuyo cometido profesional sea precisamente la limpieza.

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Imposible de todo punto dar cuenta aquí de las numerosas fuentes de las que brota la mierda en que chapoteamos. Nuestro propio cuerpo es un manantial inagotable de cuantiosas porquerías, desde excrecencias a sudoraciones pestilentes. Ello nos obliga a emplear cada día una porción de nuestro tiempo en asearnos, en fregar las letrinas que utilizamos, en lavar la ropa que vestimos, en cepillar los zapatos que calzamos y en limpiar las estancias donde vivimos. Y, digamos como remate final que, salvo que gastemos una fortuna en embalsamarnos, la pestilencia que despide nuestro cuerpo a las pocas horas de morir resulta insoportable. Hablamos de constataciones fáciles que deberían impregnarnos a fondo de una humildad radical.

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La nueva profesión que estoy aprendiendo a mis casi 83 años, la de agricultor u horticultor, me enseña a convertir la mierda de restos vegetales podridos, las gallináceas y otras varias porquerías repugnantes en estiércoles. Apenas concluida la Navidad, hasta podríamos hablar de la mierda como de una especie de festín o de menú navideño para la huerta. Y conste que no es barata, pues en Facebook he visto anuncios de venta de estiércol de oveja a razón de algo más de un euro y medio el kilo. Claro que, por otro lado, metidos ya de lleno en la cuesta de enero, también podemos considerarla como combustible energético de calidad no solo para alimentar las calderas de biomasa, tan importantes para hacer frente al insoportable precio actual de la electricidad, sino también para que la huerta produzca abundante cosecha.

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Pues bien, cuando uno termina de palotear o cavar una porción de tierra y la cubre de estiércol es como si la engalanara para la fiesta de la siembra, como si le inyectara un reconstituyente antes de romperla en surcos. Después, como por arte de magia o incluso por un milagro natural obvio, el estiércol alimenta las plantas para que florezcan y sazonen sus frutos. ¡Qué hermoso resulta realmente contemplar el brote de la vida de una tierra bien estercada! ¡Cuánto recrea la vista ver un huerto bien cultivado, florecido o cargado de frutos! Hablo de una experiencia que deberíamos tener todos los humanos para conocer en profundidad la tierra que pisamos y apreciar como es debido el valor de la vida que tan generosamente nos regala. En cierta ocasión, me sorprendió ver a un afamado pintor y escultor recogiendo desechos en una escombrera que utilizó después para una espectacular exposición de identidades: desechos como identidad de lo que somos y hacemos.

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Si de estos prolegómenos osados saltamos a contenidos todavía más substanciosos, nos topamos nada menos que con las inmundicias que brotan de nuestros propios comportamientos, algunos de los cuales puede que incluso sean heroicos, si bien la mayoría de las veces resultan anodinos o abiertamente perjudiciales. Chapoteamos entonces en otro tipo de mierda, cuyo voltaje de pestilencia aumenta considerablemente, además de perder cualquier virtualidad aprovechable, pues nunca podremos utilizarla como estiércol. ¿Qué cantidad de mierda segrega nuestro cerebro en forma de mentiras para sortear artificialmente obstáculos o para granjearse beneficios indebidos? ¿Qué caudal de porquería brota del corazón humano cuando vive encharcado en un odio cuyo único escape es la venganza? Sin embargo, se nos ha dado una mente como manantial de luz y un corazón como volcán de amor. La mentira y el odio palidecen y se desvanecen por completo frente a la pujanza de la verdad y del amor. Si por odio se mata a los vivos, por amor se resucita a los muertos. Si mintiendo se obtienen beneficios, diciendo la verdad se gana la libertad. Y así como gastar dinero es profesión que cualquiera aprende sin esfuerzo alguno, ganarlo es harina de otro costal. Quitar la vida puede hacerlo cualquier cobarde asesino, pero darla y conservarla requiere heroicidad.

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Son muchísimas las veces que me he encontrado con una bayeta o con una escoba en las manos. A veces tengo la impresión de pasarme media vida no haciendo otra cosa que limpiar. Y quien no lo haga, seguro que es un guarro. Llegados a este punto, me pregunto qué otra cosa más que una escoba o una bayeta es incluso el teclado del ordenador en que escribo, y qué significa escribir sino fregar y barrer. No sé por qué razón lo hacen los demás, pero yo escribo para asear mi mente y para ayudar en lo posible a quienes ojeen lo que escribo a que también ellos hagan lo propio. Asear la mente es descargar nuestras alas invisibles para volar libremente por los cielos de la vida y tratar de convertir la vida humana no ya en un paraíso supuestamente perdido, sino en el que realmente anida en nuestras entrañas y que no tardará en aflorar, lo haga en el más acá o en el más allá, tras deglutir la nada o la mierda que realmente somos. De no estar persuadido de tan gran verdad, decir que Dios ha creado este mundo sería una auténtica charlotada.

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Cierto que en nuestro mundo hay mucho dolor, mucha angustia y desesperación y que en él abundan la mierda cargada de energía y los renglones torcidos que narran bonitas historias. Nunca llegaremos a entender por qué las cosas son así y por qué a una gloriosa resurrección debe precederla una horrorosa cruz. Pero sí sabemos muy bien que, si en la mierda hay floración, en el aguante del dolor hay heroísmo y en la descomposición del grano sembrado hay vida. Nos sobrepasa un proceso indescifrable de la vida por sus connotaciones aparentemente negativas, pero sabemos que lo guía una benevolente Providencia que nos engloba y nos conduce inexorablemente hacia un destino glorioso y feliz.

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Mientras tal ocurre, lo único que se nos pide es que no despreciemos la mierda que envuelve nuestro cuerpo y nutre nuestro espíritu ni tiremos a la basura los renglones torcidos que narran una hermosa historia de amor heroico. Tampoco debemos ocultar la mierda que nuestra propia Iglesia guarda en sus entretelas, en sus archivos, en sus despachos de mando y en la bragueta de algunos de sus desaprensivos dirigentes, pues creer no significa decir “sí, amén”, sino transformar, regenerar, renacer, pudrirse en tierra para florecer. Si “corruptio optimi, pessima”, adagio que en lo referido a nuestra Iglesia viene como anillo al dedo, la regeneración de lo pésimo será siempre laudable. Nunca deberíamos olvidar que vivir es heroico de por sí, aunque el viviente sea un parásito, un ladrón o un criminal, pues tales especímenes, por mucho demérito que acumulen, nunca dejarán de ser niños, indigentes de atención y mimos.

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Como colofón de esta reflexión, prometo contar pronto a los seguidores de este blog lo bonito que será ir viendo crecer los ajos, los guisantes, las cebollas, los pimientos, las lechugas, los repollos, los calabacines y los tomates que ya he comenzado a sembrar en mi huerta, pues todos ellos, bien nutridos por la mierda con que se abona la tierra, conformarán un vergel paradisíaco, cargado de frutos que nunca serán prohibidos, sino muy recomendables y saludables. ¡Justo, justo, lo que debemos hacer los cristianos con la Iglesia en que creemos y con el mundo en que nos movemos! ¡Ojalá que sepamos leer bien los renglones torcidos con que se escribe la historia de nuestro tiempo y la, seguramente, de todos los tiempos!

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