No podremos celebrar hoy como es debido el “día internacional de la cerveza” sin encontrar motivos para brindar por algo o por alguien. Pero es inútil mirar a nuestro alrededor para hallar algo a lo que agarrarse, pues estamos en medio de un apagón de fiestas veraniegas que desnaturaliza las vivencias propias de estos meses, la pandemia parece haber desencadenado un segundo ataque frontal en toda regla y los datos económicos, que se nos van comunicando a cuentagotas, nos echan a temblar, mientras parece que nuestros políticos se ocupan más de salir ellos mismos del laberinto indemnes e incluso victoriosos que de dejarse la piel para rescatar s los ciudadanos, como es su obligación. ¿Por qué brindar, entonces, en las actuales circunstancias?

Sin embargo, que hoy sea el día de la cerveza nos invita a brindar por el solo hecho de la camaradería que esta bebida suscita en torno suyo. Hoy habrá que beber, pues, una cerveza festiva con los amigos, a pesar de la mascarilla y de la distancia conveniente, sabiendo que así se hará en muchas otras partes del mundo y en culturas muy diferentes de la nuestra. Aunque esta celebración venga haciéndose solo desde 2007 a propuesta de un pequeño bar de California, hemos de recordar que la cerveza es una de las bebidas fermentadas más antiguas de la humanidad. Por otro lado, además de ser una bebida rica y refrescante, la cerveza es un alimento bajo en grasa y nutritivo por sus carbohidratos y minerales; su calcio, potasio, magnesio, vitamina B9 y fósforo previenen el colesterol, la diabetes y las enfermedades renales; sus antioxidantes y su vitamina B6 evitan enfermedades cardiovasculares; su silicio y sus fitoestrógenos retrasan los síntomas de la menopausia y previenen la osteoporosis; su consumo regular mejora el sistema inmunológico; su silicio hace frente al alzhéimer y a otras enfermedades cognitivas; sus propiedades antioxidantes evitan el envejecimiento de las células; tiene importantes beneficios físicos y psicológicos para la recuperación de deportistas tras un largo esfuerzo; la cerveza sin alcohol es beneficiosa para los embarazos por su alto contenido en ácido fólico y, claro está, favorece las relaciones sociales. Y es que, bien mirada, la cerveza es solo agua y cereales, y su bajo contenido alcohólico no genera adicción.

Hay rituales y curiosidades en torno a su consumo. Se dice que los trabajadores de las pirámides cobraban parte de su salario en cerveza y que los vikingos imaginaban el cielo como una cabra gigante que les suministraría cerveza eternamente; la “clara” o “radler” (pelotón de ciclistas) surgió en el año 1922 al verse precisados los organizadores de una carrera ciclista a añadirle limón para poder dar un vaso a cada corredor; en Bélgica y Alemania su consumo sigue un precioso y meticuloso ritual y, en el Museo Británico, el “monumento azul”, dos piedras grabadas hace más de cinco mil años, es una ofrenda de cerveza a la diosa Nin-Harra; en España es donde las embarazadas y los conductores más cerveza sin alcohol consumen.

Otro motivo para brindar hoy nos viene de mano de la santidad, pues un día como hoy de 1547 falleció san Cayetano, un sacerdote italiano fundador de los teatinos. San Cayetano es el patrón del pan y del trabajo. Dedicó su vida a las personas enfermas y vulnerables. Fundó hospitales y hogares de ancianos. Lo traigo a colación, particularmente, porque él pudo haber cambiado por completo el rumbo de mi vida en 1950, cuando, a mis diez años, los teatinos de Béjar quisieron llevarme a estudiar con ellos. Mi padre no lo autorizó por necesidades familiares, pero seguro que fue este santo el que desbarató el intento al conocer ya mis rebeldías.

Un motivo más nos lo ofrece el hecho de que un día como hoy de 1941 murió el escritor indio Rabindranath Tagore, de quien hemos tomado el subtítulo, poeta bengalí, filósofo, artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones, el primer no europeo premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913. Estuvo en la vanguardia del pensamiento de su época y fue Juan Ramón Jiménez quien con sus traducciones dio a conocer su gran obra en español. Recuerdo todavía la avidez con que, siendo estudiantes, leíamos las obras de este exótico pensador oriental.

Retengamos, como motivo de brindis, algunas sabias pinceladas o preciosas perlas suyas: la verdad tiene más valor que todas las palabras falsas juntas; no arrebataremos la belleza de la flor al arrancarle los pétalos; la alegría no está en el mundo, sino en uno mismo; al convertir en leña el árbol impedimos que siga dando flores y frutos; la muerte no acalla la canción del corazón; la diferencia entre lo sutil y vulgar no la percibe el ignorante; Dios espera pacientemente que nos hagamos niños para comunicarnos su sabiduría; es el arco el que da libertad a la flecha; solo el bien resiste derrotas; el hombre, al comportarse como animal, es el peor de los animales; como niños que somos, solo tenemos el poder de crecer; buscamos el bullicio para huir de la soledad; no hemos de preocuparnos de hacer el bien, sino de ser buenos; la verdad transcurre por cauces de mentiras; solo las palabras que salen del corazón llegan al corazón; los hombres son crueles, pero el hombre es bueno; lo peor de soportar es la fe ciega del estúpido; el sándalo perfuma hasta el hacha que lo corta y las lágrimas de la noche impiden ver las estrellas.

Un extraño, pero precioso y bien fundado, motivo para brindar hoy nos lo ofrece el hecho de que en este día del año 980 nació en Persia Avicena, el médico que previó muchos de los desarrollos sanitarios que tardarían siglos en llegar y el filósofo enciclopédico que acumuló y transmitió todo el saber de su tiempo. Imposible adentrarse aquí en su extensa obra, pero recordemos, siquiera, que “fue un ser excepcional, gran pensador y médico musulmán; un hombre muy ilustrado, con gran amplitud y profundidad asombrosa de conocimientos; que no fue un observador pasivo, sino todo un caballero, con un curioso espíritu aventurero, y un luchador activo en la colosal batalla por la transformación del mundo, con una personalidad definida, rectitud, nobleza, con posiciones y convicciones firmes ante la vida; que tuvo una concepción del mundo avanzada para su tiempo; que es reconocido como el mejor científico del Oriente y, finalmente, que es para nosotros hoy un personaje extraordinario y un soberbio genio de la historia de la civilización”. 

Otro motivo importante para brindar hoy nos viene de algo o alguien más cercano, como el hecho de que un día como hoy de 2016 murió Gustavo Bueno, filósofo español por antonomasia, considerado por algunos como el filósofo español del s. XX. Fue seguramente el ateo más vindicativo de su condición que más habló y vivió en torno a la religión. Su saber fue también enciclopédico, tanto que alguno se atrevió a decir que Bueno había leído todos los libros. Hablé con él en varias ocasiones, aunque no de religión ni de filosofía. No es fácil adentrarse en el sistema del “materialismo filosófico” de este estudioso que se conocía a fondo el tomismo.

El secretario de la Fundación Gustavo bueno, Tomás García, ha dicho de él que “representa para nuestro siglo lo que Platón en el siglo IV antes de Cristo, Tomas de Aquino en el XIII o Hegel en el XIX” y que, "además de ser una persona con virtudes éticas inconmensurables, su obra tuvo, tiene y tendrá un largo recorrido en diferentes campos, desde la ciencia a la televisión, el deporte o la política, y lo ha hecho con una sistematicidad imposible de encontrar en otros pensadores. Hay, a lo sumo, como una docena de sistemas filosóficos máximos (platonismo, aristotelismo, tomismo, cartesianismo, empirismo, kantismo, idealismo, vitalismo, marxismo, positivismo, fenomenología, neopositivismo), y uno de ellos, escrito íntegramente en español, es el que nos ha legado Gustavo Bueno Martínez”. Dejemos caer aquí, en este contexto, que para este blogger plumilla el sistema de pensamiento del dominico fray Eladio Chávarri sobre los valores y contravalores está a la altura de todos ellos y es, seguramente, mucho más esclarecedor sobre la trayectoria de la vida humana.

Si los lectores me permiten hoy prolongarme un poco, añadiré un motivo más, el mayor de todos, para brindar hoy con una buena y rica cerveza fresca: por ser “cristianos”, pues el cristianismo es la mayor riqueza que poseemos y en él se encuentra la mayor alegría de que podemos gozar. No lo digo porque la Iglesia católica sea tal o cual, se comporte así o asá, sea atrevida o pusilánime en su proceder a la hora de encarar y, sobre todo, de resolver los problemas de este mundo, sino porque el mensaje evangélico no cabe en ningún credo, en ningún sistema de pensamiento y en ningún código de conducta. Su riqueza rebasa cualquier medida y su vitalidad salta por encima de cualquier barrera que quiera ponérsele. En lo más profundo del hombre está la bondad que ha recibido como don y, tarde o temprano, esa bondad aflora y barre todos los problemas, incluso pandemias tan atroces como la que ahora sufrimos. Además, el cristianismo no solo nos enseña a vivir con austeridad en tiempos de crisis, sino con sufrimiento en tiempos de dolencias. Haga lo que haga el papa y digan lo que digan los obispos, hay un Espíritu libre, incluso libertino, que alimenta una forma de vida construida sobre el amor que le permite a uno hacer lo que quiera. Brindemos hoy, pues, por el Evangelio, es decir, por el amor entre todos los hombres.

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