Desayuna conmigo (lunes, 27-1-20) Muerte y tiempo

Misterios luminosos

Medición del tiempo

Dos acontecimientos, ocurridos en este mismo día, encuadran nuestro “desayuno” de hoy. El primero, en Polonia en 1945, fue liberado el campo de concentración nazi de Auschwitz, y el segundo, en Bolivia en 1960, se abolió la pena de muerte. Ambos acontecimientos, tan relacionados con la muerte, ahorraron muchas vidas. Ni Alemania, ni Bolivia, ni ninguna otra nación del mundo tienen el derecho de arrebatar vidas por la sencilla y contundente razón de que todo su hacer debe favorecer las vidas de todos sus ciudadanos. Cuando no se pueda con un criminal y su vida sea un peligro para la vida de los demás, la sociedad siempre podrá confinarlo de tal manera que no le sea posible seguir dando pábulo a su locura.

Auschwitz

La muerte es un acontecimiento amargo y frustrante, cuya razón de ser nunca alcanzaremos a comprender, pues ello requeriría que conociéramos antes la de la vida. La vida y la muerte tienen mucho que ver con el tiempo, cuya conexión con la eternidad es para nosotros un gran secreto, pues no tenemos la capacidad mental necesaria para conjuntar el ayer y el mañana con un presente perenne. Nuestra incapacidad para conectar el tiempo con la eternidad es la razón de que nunca podamos entender el finiquito del tiempo individual y más, si cabe, cuando ocurren muertes tan sorprendentes e impactantes como la de Kobe Bryant,

Robe Bryant

dramáticas muertes por accidente que vienen a demostrar fehacientemente que ni siquiera somos dueños del momento que vivimos.

Pero el tiempo y la eternidad coexisten, aunque nosotros no lo entendamos ni podamos siquiera imaginarlo. De ahí que la vida y la muerte, levantadas ambas sobre el tiempo, tengan dimensión de eternidad. Vivimos en el tiempo, pues es obvio que nacimos ayer y que moriremos mañana, pero también lo es que el ayer y el mañana tienen cabida en la modalidad de eternidad y que, por tanto, existamos desde siempre y lo hagamos para siempre.

Ello nos lleva a deducir que Dios no nos crea el último día laboral empleado en su magna obra de creación según la mítica narración bíblica, sino que lo hace como participación de su mismo ser. De ahí que, naciendo y muriendo en el tiempo, desde siempre y para siempre estemos en quien nos regala nuestro propio ser. Vivimos 80 o 90 años, pero perduramos la eternidad. No está en cuestión tal aseveración, como tampoco lo está que el movimiento se demuestre andando, sino la forma en que ello sea posible, completamente misteriosa para nosotros. Tampoco está en cuestión que Dios exista al existir quien pudiera cuestionarse tal afirmación, sino la imagen que nos hagamos de él, imagen igualmente misteriosa para nosotros.

Ejecuciones de niños

Estas consideraciones, aparentemente abstrusas, nos abren un hermoso panorama de luz y belleza, de esperanza confiada, de gozo anticipado. No necesito insistir en la extraordinaria fuerza que siente un cristiano al saber que, por tener a Dios con él, nada tiene que temer, ni siquiera el dolor y la muerte. Esa conciencia logra que, para el creyente, reviva en el presente cuanto de interés le haya arrebatado el tiempo y saboree anticipadamente las bondades del futuro.

¿Cuántas veces hemos lamentado desidias por las que no hemos dicho en vida a un ser querido lo mucho que lo queríamos? Un cristiano no debería preocuparse por ello porque, aunque su ser querido lleve mucho tiempo muerto, hoy sigue siendo un buen momento para decírselo, pues él lo percibirá, en su dimensión de eternidad, con la misma intensidad y frescura que lo habría hecho en su tiempo. Otro tanto puede decirse de la oración en comunión con nuestros muertos, pues no oramos por ellos sino con ellos. Espero no armar un lío mental a los lectores inteligentes de este blog si me atrevo a asegurarles, además, que también hoy podemos orar no solo con nuestros descendientes vivos, sino también con cuantos vivan en el futuro. Y, dando un paso más en la misma dirección, también podemos hacerlo con todos los seres humanos, los habidos y los por haber.

A las puertas de la eternidad

De meterse en esta harina, el cristiano descubrirá que su fe es un gran chollo, pues ella le da pie para pensar que Dios es una especie de gran almacén de cuanto pueda interesarle: la fe le ayuda a comprender que en ese Almacén siguen vivos sus familiares y amigos y que puede seguir conversando con ellos lo mismo que conversa con Dios en la oración. También en él puede poner a resguardo a los seres queridos con quienes convive y a todos aquellos con quienes comparte su amistad. Nada ni nadie podrá arrebatarle ese tesoro jamás. Las víctimas supervivientes de cualquier atropello humano, pongamos por caso las del holocausto nazi, por ser hoy su día, o las del terrorismo etarra, tan conmocionadas estos días en España, o las que precisamente hoy lloran la muerte de ese afamado jugador de baloncesto y la de tantos otros seres queridos que hoy consumarán su vida, encontrarán en esta certeza un gran consuelo.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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