Desayuna conmigo (viernes, 13.11.20) Mundo de buenos y malos

Secuestros y muertes

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Cuando tuve la fortuna de leer Perfiles de nueva humanidad y Los valores y contravalores de nuestro mundo, del dominico Eladio Chávarri, comprendí por primera vez, en mi ya larga vida, qué es exactamente lo malo y lo bueno, partiendo de las honduras de nuestro ser sin necesidad de remontarme a las alturas para descubrir, en última instancia, dos grandes estrategas enzarzados en una batalla telúrica que durará cuanto dure el tiempo, uno, el bueno radical, Dios, y el otro, el malo radical, el Diablo. La claridad brotó de la disección de toda acción humana, sabiendo que lo que somos realmente se refleja en lo que hacemos, al discernir con objetividad qué es lo que favorece o entorpece nuestra propia vida. Tanto la trascendencia como la menudencia de una acción pueden ser constructivas o destructivas. Entiendo por menudencia, por ejemplo, comerse una buena manzana, acción deleitosa y nutritiva, y por trascendencia, habérsela robado a un pobre hambriento. El significado de la bondad, que de por sí caracteriza los valores de la dimensión ética de la vida, puede elongarse en su adjetivación a todas las acciones valiosas de la vida, pues todas ellas son “buenas”.

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Solo el partidismo cerrado puede reducir el mundo a “buenos y malos”, igual que aquello atribuido a Jesús sobre que el que no está conmigo está contra mí, que, en el hipotético caso de mil personas, podría dar un resultado probable de cien contra novecientos. Se trata de una apreciación francamente desajustada y hasta injusta, pues es una aseveración que da pie para pensar justamente lo contrario con el mismo fundamento, es decir, que el que no está contra mí está conmigo, lo que en el ejemplo dado podría significar novecientos contra cien. No hay un mundo de buenos y otro de malos, por mucho que se empeñen en propagarlo y demostrarlo las facciones segregacionistas de todo orden, como tampoco hay un mundo de valores y contravalores puros, pues válida es toda acción que favorece la vida e inválida, la que la deteriora. Y como son miles las acciones que con uno u otro signo realizamos al cabo del día, podría decirse con fundamento que la bondad y la maldad residen en nosotros al mismo tiempo, sin obviar que ambas admiten grados que van de lo normal a lo sobresaliente, de lo bueno a lo bonísimo y de lo malo a lo pésimo.

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Esta prolija elucubración viene a cuenta de que hoy se celebra el “día mundial de la bondad”, celebración propuesta por una coalición de ONG en 1998 con el propósito de incorporarla al calendario escolar, partiendo de que “la bondad es un elemento esencial de la condición humana que une las divisiones de raza, religión, política y género”. Digamos que, en términos generales y también en esta celebración, se entiende la bondad como una inclinación o tendencia natural del ser humano a hacer el bien, siempre dispuesto a ayudar, de forma amable y generosa, a quien lo necesita, es decir, que la bondad se circunscribe al contenido valioso de la dimensión ética de nuestra vida. Jesús, Ghandi y Teresa de Calcuta son paradigmas de bondad así entendida, cosa fácil de entender igual que cuando hablamos de una “persona bondadosa”.

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El lector me disculpará por el esfuerzo que le pido para entender que la bondad, lo bueno y el bien, no solo son lo propio de una acción valiosa de la dimensión ética de nuestra vida, sino también sinónimos de todo valor, sean los propios de esa dimensión o los de las siete dimensiones restantes: biosíquica, económica, cognitiva, estética, lúdica, social política y religiosa. Es decir, que la bondad y la maldad es cosa intrínsecamente nuestra, que ahí fuera no hay un mundo en el que Dios y el Diablo están luchando a espada sin descanso posible, pues ese mundo es solo el escenario en el que, con dolor y alegría, los humanos vamos tejiendo o destejiendo nuestra propia vida hasta que cada uno alcance su propia consumación en la muerte, ya que lo que muere es propiamente el contravalor, metafóricamente significado en la muerte del cuerpo.

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Por otro lado, este día nos aporta, como curiosidad y posibilidad muy atinadas, la celebración hoy, también, del “día de las librerías”. Digo “atinadas” porque, dada la relevancia que los nuevos medios tecnológicos tienen en cuanto a la difusión de la cultura se refiere, los antiguos almacenes de libros que eran las librerías se han visto obligados a reformarse con tal éxito que se han convertido, por así decirlo, no solo en bibliotecas, sino también en casas de cultura y hasta en centros de esparcimiento cultural (firmas de libros por el autor, presentación de libros, tertulias literarias, cuentacuentos, etc.). El librero ha tenido que especializarse a fondo para dejar de despachar libros y convertirse en un auténtico asesor cultural que presta “valiosa” ayuda a todo el que entra en su establecimiento. Antes hemos mencionado ocho dimensiones de la vida, entre ellas la cognitiva, que es la dimensión humana por la que nos llega todo el laborioso saber que la humanidad ha acumulado a lo largo de los siglos y que está en los libros, nutrición que nos provee a nosotros de materia prima para poder aportar nuestro granito de arena, dejando en él nuestro propio sello o huella.

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Para no desviar la atención ni despistarnos de algo tan trascendental para nuestra vidas como es la recta comprensión de lo bueno y de lo malo y de lo  importante que es ilustrarse a fondo, aunque no fuera más que para que no nos la den con queso con lo de buenos y malos, cielos e infiernos, hagamos solo mención de algo tan pésimos como que, un día como hoy de 1992, tuvo lugar el secuestro de las niñas de Alcasser, que tanto conmocionó a toda España y cuyos cuerpos aparecieron casualmente dos meses después, semienterrados en un paraje agreste. Ese mismo día, también fue asesinada una inmigrante dominicana en Aravaca, la primera víctima conocida que en España era asesinada por racismo y xenofobia. La sociedad desajustada o, mejor, los individuos desajustados, por lo general hombres, se ceban con víctimas que son, por lo general, mujeres. Se trata de individuos que son paradigmas de maldad, de la peor de las maldades, porque arrebatan la vida de otro por simple placer propio. Y la vida, que crezca o se deteriore, es el balance en que se miden el bien y el mal, el valor y el contravalor de toda acción humana.

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He venido para que tengan vida y la tengan abundante, dijo Jesús. El cristianismo es una religión que fomenta y enriquece la vida, dándole una hondura y una dimensión que van, incluso, más allá de ella misma, al convertirla en vida habitada, vida asumida. El Verbo se hizo carne, habitó entre nosotros, fue uno de nosotros. Como proyecto de vida, el cristianismo es un camino de crecimiento de lo humano a base de una bondad que solo se alimenta de amor. Nada de lo humano le es ajeno, pues se trata de una bondad que no solo alimenta la dimensión ética de la vida, sino también la salud, la economía, el conocimiento, la belleza, el juego, la vida social y la vida religiosa, de tal manera que, si redujéramos el cristianismo a las dimensiones ética y religiosa, le amputaríamos seis de sus ocho brazos. Asumir lo humano requiere no negarlo ni amputarlo o destruirlo. Gran reto para cuantos dirigentes eclesiales y teólogos permanecen encerrados en lo ético y lo religioso.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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