Desayuna conmigo (martes, 22.4.20) ¡Niños, tierra a la vista!

Sentando las bases

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Saber que los niños comenzarán a salir de sus casas el próximo lunes ha copado mi horizonte de abuelo hasta el punto de que en mi cabeza ha comenzado a funcionar ya el reloj de la marcha atrás. He visto a mis nietos cada día a través de video llamada. Juntos, hemos proyectado encuentros y fiestas y hasta nos hemos gastado bromas como si realmente nada pasara. Pero poder verlos ahí mismo, al lado o en frente, aunque sea a dos metros de distancia y sin poder cubrirlos a besos, es otra cosa y signo claro de que la realidad de la vida comienza a abrirse paso. No importa que esa apertura tenga que ser despacio, poquito a poco, si realmente es el comienzo del derribo de los muros del confinamiento y abre nuevas perspectivas. Algo es algo y más vale un mendrugo de pan duro que pasar hambre. Por ello, ya he comenzado a contar no solo los días, sino también las horas y los minutos que faltan para que llegue el día 27 de este mes.

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Cuando estaba pensando en ellos, en nuestros niños, para los que hace muy poco, en este mismo blog, he reclamado un cerrado aplauso, me he sentido muy reconfortado al leer un par de mensajes de Facebook que ha publicado el colegio de Ntra. Sra. de la Consolación de Alcudia.

El primero trata de concienciarnos a los padres y abuelos de las razones por las que, tras valorar como es debido su comportamiento, hemos reclamado los aplausos aludidos: “un día dijimos que ya no podían ir a la escuela y no dudaron que era lo mejor. Les dijimos que no podrían ver a sus amigos y se conformaron con verlos en una pantalla. Les dijimos que no podían ir al parque, ni a jugar al exterior, y nos creyeron. Les dijimos que no podrían abrazar a sus abuelos y transformaron sus besos en dibujos. Les dijimos que al enemigo se le vence lavándose las manos y se convirtieron en expertos. Les dijimos que los nuevos superhéroes no llevan capa y les apoyaron como nadie. Ellos nos muestran una capacidad de adaptación enorme y nunca se cansan de darnos amor. Ellos son nuestros campeones”.

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En el segundo se nos prepara para entender qué es lo importante y qué no lo es cuando esta epidemia sea solo un mal recuerdo: “cuando acabe esta situación, la salud mental de nuestros hijos será más importante que sus capacidades académicas, y cómo se han sentido durante este tiempo se quedará con ellos mucho más tiempo que la memoria de los deberes que hicieron”.

Obviamente, nuestros niños deberán encontrar en sus padres, abuelos y educadores el apoyo necesario para resituarse en sus quehaceres infantiles con absoluta garantía de éxito y normalidad, tras lo que solo debería ser para ellos como un compás de espera o una simple cura de sueño. No va a ser tarea fácil, pues también nosotros vamos a vernos sometidos a cambios que podrían descolocarnos o desestabilizarnos, pues nuestra forma de vida de junio se parecerá poco a la que hemos vivido en febrero. De surgir problemas, jamás deberemos olvidar sus grandes esfuerzos y méritos al comportarse como se han comportado durante todo el tiempo de su reclusión, tal como nos ha descrito magistralmente el primer mensaje que hemos reproducido. Solo eso debería bastar para que seamos mucho más pacientes, tolerantes y comprensivos con ellos.

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Su salud mental tras haber afrontado un trauma tan grande y tan largo, lección del segundo mensaje, ha de preservarse por encima de cualquier otro objetivo, incluso el académico. Igual que los hemos convencido para que aceptasen con normalidad y sin protestas la adversa situación sufrida, tendremos que convencerlos también de que lo vivido ha sido solo una pesadilla o un mal sueño pasajero. Puede que lo más estimulante de esta anómala situación sea que, tanto ellos como nosotros, nos sintamos retados a llevar a efecto un severo reciclaje que no será fácil para nadie. Por más que lo deseáramos, es imposible borrar del calendario de nuestras vidas la serie interminable de días que median entre el 14 de marzo y el 9 de mayo, como si este fuera el día siguiente inmediato de aquel, incluso en el caso de que el 27 de abril nos haya abierto una ventana para contemplar esperanzados la nueva panorámica. Pero seguro que, en todo caso, nuestros niños seguirán siendo nuestros campeones y que, apoyándonos en ellos, puede que también nosotros tengamos el valor y la sabiduría suficientes para realizar nuestra propia travesía.

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Que hoy celebremos el día de la Tierra, o el día internacional de la Madre Tierra, nos ayuda a comprender lo dicho y a recorrer el escarpado camino que tenemos por delante. El propósito de esta celebración es crear una conciencia común sobre los problemas de la sobrepoblación, la contaminación, la  biodiversidad y el medio ambiente de un planeta que es nuestro hogar y nuestra madre. Es ese un programa que seguro  comenzaremos a entender ahora como muy necesario y nos aprestaremos mejor a hacer cuanto esté en nuestra mano para conseguir sus objetivos. Pero esa Tierra Madre no sería tal y no la sentiríamos tan propia y cercana si nuestros niños no pudieran corretear sobre ella, de aquí para allá, libremente y crecer robustos y sanos. Por ello, para encuadrar el gozo del 27 de abril, he preterido como título el grito de “¡Niños, a la calle!”, que sería el más oportuno en las actuales circunstancias, para decantarme por el de “¡niños, tierra a la vista!”, como si tras una difícil tormenta o incluso tras un duro naufragio, divisaran tierra o pusieran pie en ella. El día 27 será, de todas formas, el fin de una pesadilla y el punto de partida de una novedosa carrera, que seguro será más exigente y austera, pero también mucho más estimulante.

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Me he apoyado también en la idea de “sentar las bases” confiado en que lo vivido a lo largo de este confinamiento nos va a servir de cimiento nada menos que para una nueva sociedad en la que la religión sea realmente obra de misericordia y bienaventuranza; el poder político se transforme en el servicio que conlleva una buena administración de los dineros públicos; la riqueza, que es la suma de cuanto nos regala la naturaleza y arrancamos de ella con nuestra industria, provea lo necesario para que todos podamos llevar una vida razonablemente digna, y, finalmente, la sociedad se transforme en comunidad fraterna y solidaria.

¡Ánimo, campeones! Hay tierra a la vista y, con ella, la seguridad de que nadie os va a robar vuestra infancia. Al salir de casa el próximo 27, ojalá sintáis que las calles que pisáis son vuestras y que ellas, además de ofreceros aire libre, os conducirán a realizar los miles de sueños a los que seguís teniendo derecho.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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