Acción de gracias – 18 Ovejas de otro redil

¿Vocación?

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Los aficionados a las estadísticas hablan de que un tercio de la humanidad es cristiana (más de dos mil quinientos millones de bautizados) y de que todos ellos se agrupan en más de trescientas congregaciones, cada una de las cuales, aunque muy distintas unas de otras por extensión y volumen de adeptos, cree ser la fiel seguidora del Evangelio de Jesús de Nazaret y la auténtica continuadora de su obra de salvación. Viene esto a cuenta del evangelio de este domingo, tomado de Juan, en el que Jesús dice: Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”. Obviamente, Jesús hablaba a las gentes del pueblo elegido, pero sabía que su mensaje de salvación abarcaba todo el género humano.

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¿Son los referenciados por la estadística los cristianos que hay en el mundo? ¿Lo son todos ellos realmente, atendiendo a ciertos requerimientos formales? ¿O son realmente muchos más? Difícil pregunta a la hora de valorar los comportamientos humanos y, peor aún, a la de poner límites o no a la acción salvadora de Jesús de Nazaret. Si al formalismo del bautismo y de la profesión de fe que el cristianismo institucionalizado requiere le añadimos como requisito fundamental que el cristiano debe llevar una vida ajustada a la infinidad de preceptos y normas que las Iglesias imponen, entonces los verdaderamente cristianos que hay en el mundo serían muchos menos. Pero, si entre los cristianos incluimos a quienes, sabiéndolo ellos o no, son hijos de Dios y se valoran como hermanos a tenor de la fuerza que dimana de la principal de las declaraciones del Salvador, la de que Dios es Padre de todos, habría que concluir que cristiano lo es todo ser humano, pues nadie puede privarlo de tal condición, como nadie puede arrebatarle la vida que Dios le ha dado.

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Los seguidores de este blog saben que me apunto decididamente a que la sangre de Jesús ha sido derramada por “todos” y a que su magna obra de redención llega a todos los hombres sin excepción posible, a que nadie será condenado y a que, por tanto, la idea de un juicio final condenatorio y de un infierno como “lugar de castigo” o “estado de ausencia total de Dios” no ha sido más que la más cruel y desafortunada treta de que se han servido muchos poderes de este mundo para constreñir las conductas y amarrar corto las conciencias.

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El poder de curación nos viene de Jesús, declara Pedro en la primera lectura de la liturgia de hoy, la piedra angular cuya virtualidad no supieron ver y desecharon los arquitectos (dirigentes religiosos). Recuerdo de niño haber visto a mi padre, excelente cantero, construyendo una pared, cuando para un hueco determinado eligió del montón de piedras de que disponía una que me parecía la más deforme. Al preguntarle qué iba a hacer con semejante esperpento, él me replicó: “espera y verás”. Con un par de golpes de su martillo cantero le dio cara y la incrustó en el muro como la mejor piedra para ocupar aquel lugar. Sabía colocar cada piedra en su mejor emplazamiento, razón por la que, al construir puentes, elegía la mejor piedra para ser la angular.

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Reafirmación contundente la que hace hoy Juan, en la segunda lectura, de nuestra filiación divina, la afirmación religiosa más inaudita que hace Jesús en su Evangelio y que ningún otro ser humano que no fuera él se habría atrevido a hacer: Dios es nuestro Padre y él es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas, el que pasó por este mundo haciendo el bien y tomó partido por el servicio a sus semejantes. Tres anclajes cristianos en el mismo hormigón que nunca nadie podrá desanclar y que mantendrán el armazón cristiano con toda su fuerza hasta el final de los siglos. Es el cristianismo que brota de quien realmente es pan de vida, luz y camino.

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En este contexto litúrgico, la Iglesia institucional celebra hoy el “día de las vocaciones” con el propósito claro de pedir a Dios que envíe operarios a su mies y de concienciar a todos sus fieles de que la Iglesia de nuestro tiempo necesita sacerdotes. Digamos sin ambages que la auténtica vocación es la de ser cristiano, es decir, la de continuar de forma consciente y decidida la obra emprendida por Jesús, sin obviar por ello que la vocación más trascendental es la llamada de Dios a existir. Algunos explican la vocación a la existencia como paso de la nada al ser, cuando la creación consiste realmente, remedando el relato bíblico de la creación de Eva, en que Dios nos saca a cada uno de nosotros de una de sus costillas. Tras esa primera vocación a la vida, solo cabe hablar de otra vocación con sentido de elección o segregación, la “vocación religiosa”, la que impone una forma de vida acoplada a los llamados consejos evangélicos y que obliga a vivir en obediencia, castidad y pobreza, los tres votos emitidos solemnemente y con total libertad por los llamados “consagrados”.

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La sacralización del cristianismo, que lo segrega de lo natural para emplazarlo en un mundo supuestamente “sobrenatural”, nos lleva a “desnaturalizar” también el ministerio del sacerdocio para aureolarlo con una “vocación especial”, esa cuyo día se celebra hoy. Recordemos, sin embargo, que el presbítero no hace ningún voto solemne (no es lo mismo, ni mucho menos, el celibato de los clérigos católicos occidentales que el voto solemne de castidad de los religiosos), razón por la que, como todos los demás, sobre él se cierne únicamente la vocación primera de que hemos hablado. El sacerdote solo tiene de especial el ejercicio de un ministerio de servicio a la comunidad. Que en la Iglesia católica occidental se exija para ello el celibato obedece a razones de pura conveniencia para una jerarquía eclesial misógina y dictatorial, pues un célibe siempre es más manejable que un hombre casado.  Por mucho que se ahonde en el tema, no hay más cera que la que arde ni más razón que rascar ni más jugo que exprimir. La santidad de vida que se le pide al sacerdote es exactamente la misma a que se obliga todo cristiano. De ahí que cualquier cristiano, sea hombre o mujer, sea teólogo o tenga la fe del carbonero, pueda ser perfectamente habilitado para ejercer el ministerio sacerdotal.

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En el pueblo de Dios hay gran cantidad de candidatos al sacerdocio. De hecho, los cristianos somos un pueblo de sacerdotes. Pero ese es un hecho que la Iglesia católica institucional se niega a reconocer para no verse obligada a renunciar al enorme poder de que se ha aureolado y a la cantidad de privilegios en que, a lo largo de los siglos, se ha ido envolviendo la “clase clerical”. En un día como este, el dedicado a orar por las vocaciones sacerdotales, lo primero que deberíamos pedir a Dios es que abra las mentes de nuestros actuales dirigentes eclesiales para discernir los signos de los tiempos y para que les dé el valor necesario para salir a la palestra a predicar el mensaje de Jesús sin alforjas, ataviados únicamente con bastón, túnica y sandalias.

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En nuestra actual coyuntura política, lo peor que le puede ocurrir a una Iglesia institucional es decantarse por alguno de los bandos que desgraciadamente nos tienen condenados a los españoles a permanecer en enquistados enfrentamientos aguerridos. Desde luego, los españoles somos duros de mollera y aprendemos mal las lecciones de nuestra propia historia. La Iglesia, por ser la casa común de todos y proclamar la fraternidad universal, no puede ser ni de derechas ni de izquierdas, denominaciones bajo las que grupos muy avezados camuflan intereses espurios. De hecho, si leemos a fondo y sin prejuicios el auténtico mensaje de Jesús, nos toparemos con la sorpresa de que en él tienen perfecto acomodo tanto los más descarnados ideales humanitarios de las izquierdas como los más esforzados logros de mejora de la vida humana que pretenden las derechas. Si ambas tomasen como base los Evangelios para aunar fuerzas y emplearlas en el bien de los ciudadanos, seguro que harían saltar por los aires los actuales enfrentamientos esquizofrénicos que tan mal nos traen a cuantos miramos más allá de los intereses partidistas. A fin de cuentas, según reza la liturgia de hoy, todos somos ovejas de un solo redil que, afortunadamente, cuenta con un buen Pastor.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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