Si en la reflexión matinal que cada día nos sirve de desayuno nos atuviéramos a las coordenadas que nos marca la actualidad, hoy los españoles nos veríamos obligados a zambullirnos de lleno en el galimatías procedimental en que nos ha metido el coronavirus en su recrudecido rebrote y a lanzar un SOS desesperado para que alguien nos ayude a ver el enorme zarzal en que hemos caído con nuestra deuda pública, espada siempre alzada sobre nuestras cabezas. Pero, sin obviar que esos son los temas que ocupan nuestro horizonte vital, el día de hoy, como si quisiera infundirnos alguna esperanza y hasta redimirnos de los pecados cometidos durante la pandemia y nos exhortara a salir de ella mejores que cuando entramos a tenor de las consignas del papa Francisco, llama nuestra atención sobre dos reacciones liberadoras muy necesarias, una para modelar nuestro espíritu y otra para moldear nuestro cuerpo.

La del espíritu proviene del hecho de que hoy se celebra el “día internacional de la no violencia”. La del cuerpo, de la celebración del correspondiente día de la sonrisa, esa de la que también hoy, cuando desde la ventana del despacho donde escribo veo el cielo muy oscuro y llueve a mares, debemos echar mano para lograr que incluso un día así sea un paso adelante. Con el espíritu apaciguado y la sonrisa prendida en la cara, uno está en condiciones para convertir en óptimo lo pésimo, pues incluso de los peores males que a uno le toque sufrir se puede extraer siempre algo bueno. Por ejemplo, de la muerte. Lo solemos decir, aunque muchas veces sin reparar en su profundidad, tras la muerte atroz de un ser querido: "al fin, descansó en paz", o tras una tragedia de la que este sale muy malparado: "más le valía haber muerto".

Que celebremos el “día internacional de la no violencia” se debe a que, al haber nacido en este día de 1869, hoy sería el cumpleaños de Ghandi, auténtico pionero de la filosofía y de la estrategia de la no violencia. Refiriéndose a la no violencia, Ghandi dijo que es “la mayor fuerza a disposición de la humanidad, más poderosa incluso que el arma de destrucción más masiva concebida por el ingenio del hombre". Y la verdad es que al chocar contra un hombre no violento todas las violencias caen hechas añicos. Seguro que lo de "poner la otra mejilla" desarma al agresor mucho más que ninguna réplica de fuerza.

Cuando en junio de 2007 la ONU promovió esta celebración, buscaba no solo denunciar las acciones más violentas que en el mundo se llevan a efecto cada día, sino también realizar actividades culturales para promover la cultura de la paz, de la tolerancia y de la comprensión entre todos los ciudadanos. Los casi dos millones de personas que cada año mueren violentamente en el mundo son víctimas de violencias domésticas, raciales, religiosas, homofóbicas, criminales, terroristas o bélicas. Hay, como se ve, un gran arsenal de violencias que los seres humanos utilizan sin miramientos los unos contra los otros, lo que viene a probar fehacientemente que muchas veces, para su propia desgracia, la vida de un hombre carece de todo valor. En esta ciénaga de despropósitos destacan por su ignominia y asco las violencias contra la mujer, trátese de las violencias mortíferas llevadas a cabo por sus parejas o de las vejaciones verbales a que muchas de ellas se ven sometidas habitualmente. Es este un día propicio para denunciar toda violencia, sin olvidar la que sufren los niños a manos no solo de sus propios padres y educadores, sino también de sus propios compañeros.

Hablamos de una “no violencia” que debe ir más lejos de la conveniencia de no reaccionar violentamente ante las contrariedades para evitar mayores disgustos y destrozos. Lo digo porque la no violencia debe propiciar que en cada ser humano pacífico crezca el “hombre pacificador”, es decir, el que no solo no toma la iniciativa de agredir, sino también el que adquiera la templanza y la destreza necesarias para amortiguar e incluso evitar las violencias que surjan en su propio entorno. El valor de un hombre pacificador es incalculable. ¡Cuántos matrimonios se han roto porque, dada la obcecación de los contendientes, no han contado con la presencia de un buen amigo pacificador que les hiciera ver la bagatela por la que se peleaban!

Que el primer viernes de octubre se celebre, además, el “día mundial de la sonrisa” se debe a que el creador del símbolo iconográfico “carita feliz”, Harvey Ball, así lo propuso en el año 1999. No hubo razón alguna para elegir un día determinado, pues bastaba un día cualquiera para convertirlo en símbolo y reclamo, pues todos los días debemos esforzarnos por ser felices y mostrarlo a los demás. Ball murió dos años después, pero la fundación creada en su honor, la “Harvey Ball World Smile Foundation”, todos los años realiza actividades y recauda fondos para obras benéficas que alegren la vida de los seres humanos.

La sonrisa produce grandes beneficios. Por un lado, consigue que nuestro cuerpo libere endorfinas y serotoninas, dos hormonas que nos hacen sentir más felices y menos estresados, y mejoran nuestro estado de ánimo. Por otro, la sonrisa es un lenguaje universal que nos resulta gratis y nos produce enormes rentabilidades a la hora de seducir, de hacer más efectiva nuestra vida profesional y de sentirnos a gusto con nosotros mismos. Además, no hay vacuna que frene su fácil contagio. Un proverbio escocés dice que la sonrisa, costando mucho menos que la electricidad, produce mucha más luz, y Tolstoi nos hizo reparar en que el niño reconoce a la madre por ella.

Como contrapunto y para realzar lo dicho, el día nos recuerda hoy la masacre de Tlatelolco, ocurrida en 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, causada por las fuerzas del gobierno al reprimir una manifestación. Las muertes allí causadas, estimadas por algunos en varios cientos, cambiaron radicalmente la vida social y política de México. Lo traemos hoy a colación como una simple anécdota entre los miles de conflictos sociales y políticos que, día sí y día también, ocurren en el mundo y que hacen que muchos seres humanos mueran a manos de sus semejantes. ¡Terrible insensatez!

A tono con su plato fuerte, nuestro desayuno concluye endulzándonos la boca con la celebración hoy de los “ángeles de la guarda”, creencia y devoción profundamente arraigadas entre los católicos. Hace solo unos días, los mencionábamos aquí al referirnos a la celebración de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Básteme hoy dejar constancia del candor de la preciosa oración que nuestros padres nos hacían recitar junto al catre, al ir a acostarnos: “Ángel de mi guarda, / dulce compañía, / no me desampares / ni de noche ni de día. / No me dejes solo / que me perdería. / Hasta que amanezca / en los brazos / de Jesús, José y María”.

De buscar el hombre perfecto, deberíamos apuntar hacia alguien que no sea violento, que sea pacificador y que sonría. Si, además, tiene “ángel”, es decir, gracia, mucho mejor. Así deberíamos ser todos los cristianos, pues, si algo nos aporta nuestro cristianismo, es precisamente todo eso: cortados por el patrón del amor (amar a los demás es el único precepto que debemos cumplir), lo único que debemos hacer es amar y, haciéndolo, todo, incluso lo más agrio y escabroso, se vuelve alegría y gracia.  ¡Ojalá que los cristianos supiéramos explotar a fondo la gran fuerza (Ghandi dixit) de la no violencia, en la que se fundamentan el mandato del amor y las bienaventuranzas!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com