Desayuna conmigo (viernes, 13.3.20) Papa Francisco o la buena suerte

Sueños

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Que los viernes y 13 conciten la mala suerte en el mundo anglosajón (en nuestro ámbito cultural, los imanes del infortunio son los martes y 13) debe de tener alguna complicidad con la Bolsa que amaneció hoy en la UCI tras el mayor batacazo de su historia sufrido ayer, aunque lo haya hecho con ganas de recuperar juego. Ojalá que, también en ese campo, este “viernes” no siga revestido de negro funerario, sino de blanco aleluya. Tal vez lo que sigue pueda contribuir a ello.

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Claro que el equilibrio de la balanza de la mala o buena suerte, del negro y del blanco en liza, podría romperse al encontrarnos sobre la mesa de nuestro desayuno la celebración hoy del día mundial del sueño, pues todavía no tenemos el poder de evitar que los sueños se vuelvan pesadillas. Nos libra, sin embargo, la gran capacidad que los humanos tenemos para soñar en vez de dormir. Y un “buen sueño” es lo que también hoy nos encontramos sobre la mesa, hermosamente envuelto y como recién salido del horno.

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Me refiero a que un buen día como hoy, aunque del año 13 de nuestro siglo para mayor rabia de los supersticiosos de los números y mayor realce del contraste entre pesadillas y sueños, fue elegido papa el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, quien adoptó el nombre de Francisco. Y la verdad es que su pontificado, que ya dura 7 años, un tiempo bíblico estimable, no ha dejado de ser en ningún momento pesadilla para unos y ensoñación para otros.

En contraste, para un católico sincero, de esos que quizá no se dan golpes de pecho ni castigan sus rodillas en los templos ni se comen los santos, pero que cumplen las bienaventuranzas de compartir pan y de dar paz, esa fecha solo puede ser de “ensueño” al advertir que ese día Dios miró complacido la tierra y en el rostro del papa Francisco le regaló una sonrisa complacida y complaciente.

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¿Pesadilla? Sin la menor duda, este papa ha sido y sigue siendo pesadilla para cuantos, en el Vaticano o en sus aledaños o en los caminos que conducen a él, buscan un escenario de poder, de exaltación propia y hasta de buena vida. Desde un principio, este papa rompió los corsés áureos de prebendas y glorias que muchos eclesiásticos se habían ceñido con fuerza, para exigirles que aligeren su equipaje, se calcen las sandalias de los auténticos apóstoles y salgan a los caminos a predicar con coraje el evangelio cristiano que habla de perdón y de amor. Nada tiene de extraño que sean muchos los que se hayan vuelto contra quien les pisó fuerte un callo enquistado y les dio un buen latigazo al confrontar su forma de entender el cristianismo, convertido en hornacina para idolatrar sus propios egos, con las auténticas exigencias evangélicas de cargar sobre sus hombros la pesada cruz que interpela y exige la total entrega de uno mismo a la obra de evangelización. No corren tiempos fáciles para los auténticos apóstoles del evangelio.

¿Ensoñación? También este papa ha sido y sigue siendo una ensoñación ilusoria para cuantos, visto su talante y total cercanía, desearon cambios radicales y rápidos en las costumbres cristianas y, sobre todo, en los procedimientos eclesiales. Que sea mucho el camino ya recorrido no es óbice, sin embargo, para saber que todavía falta mucho por recorrer. Sabedores de que la sociedad evoluciona muy lentamente en la modificación de sus costumbres, aunque a algunos les parezca que en nuestro tiempo lo está haciendo a velocidades de vértigo, no debemos desesperar porque la Iglesia lo haga a un ritmo todavía más lento. Lo importante es que lo haga y no se quede paralizada como muerta. La clave la ha dado el mismo papa al advertir que no se trata de cambiar costumbres o procedimientos de una época, sino de cambiar de época, de iniciar una nueva andadura histórica. En este blog ya hemos hablado más de una vez de la necesidad de una paciencia histórica, jobiana, para alcanzar la meta esculpida ya a fuego en la mente y en el corazón de cuantos cristianos queremos y nos esforzamos por aligerar de peso la Iglesia que recibimos para que llegue de forma eficaz, con alegría y salvación, a los hombres de nuestro tiempo. Más aún, pues somos conscientes de que, cuando tal ocurra, lejos de haber alcanzado una meta, se iniciará una nueva andadura para quienes entonces vivan, y así por los siglos de los siglos. Es el nuestro un peregrinaje de muchas metas que se convierten en nuevos puntos de salida.

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¿Pesadilla o ensoñación? Ni una cosa ni la otra, solo ensueño con el sentido de ideal o maravilloso, pues este papa nos está empapando de un realismo mágico en el que, a poco que uno se esfuerce, se puede ver hasta con los ojos de la cara la presencia activa del Espíritu Santo. Lección a lección, consejo a consejo, el buen párroco de pueblo que hoy tenemos de papa nos está guiando a las aguas frescas del evangelio mientras lentamente y pasito a paso, por más que a algunos les desespere tanta lentitud, va descargando las estructuras de la Iglesia de la coraza de hierro que las oprime y limando las punzantes aristas de sus formas de proceder.

Sueños

Quienes me acompañan en estos desayunos saben perfectamente que soy persona a quien le gustaría ver ya realizados cambios radicales en una Iglesia que no ilumina como debiera el camino de los hombres de nuestro tiempo ni fermenta la masa a convertir en pan de vida. Hablo de cambios de sentido común, beneficiosos para la vida de los seres humanos. Cambios, por tanto, que han de hacerse antes o después. Pero no por ello desespero ni me quejo por la lentitud de caracol con que procede este papa, sobre todo después de habernos dado a gustar ya las mieles de la dulzura y de la alegría del cristianismo que él mismo vive y desea para todos. Lo digo a pesar de que mi propia edad y, sobre todo, el deseo de ver cómo el cristianismo es vida, y vida abundante, para los hombres de nuestro tiempo, son circunstancias que me impulsan a la impaciencia. Pero todo ello no me impide ver lo mucho que se va consiguiendo lentamente. Y, creyendo como creo que es el Espíritu quien guía sus pasos, mi única actitud lógica y consecuente es la de una gratitud paciente y esperanzada. Seguramente por eso, cada día doy gracias al cielo por este papa al tiempo que le pido a Dios que le dé fuerzas para aguantar su pesada cruz y para que siga iluminando un camino de humanización no solo para los católicos, sino también para todos los hombres.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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