Desayuna conmigo (lunes, 3.8.20) Paternidad responsable

Sobre ruedas

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Plato fuerte desde el punto de vista cristiano el que hoy se nos ofrece en nuestro desayuno, pues se celebra el “día internacional de la planificación familiar”. Ni la naturaleza empuja al hombre a reproducirse de forma incontrolada ni la moral puede enclaustrar la sexualidad en los parámetros de la reproductividad. Lo primero, porque el hombre es capaz de situar sus propias vivencias en un contexto de viabilidad, sabiendo que no cuenta, ni en lo particular ni en lo general, con recursos ilimitados. Lo segundo, porque la sexualidad, que dura de la cuna a la sepultura, significa para la vida humana mucho más que la capacidad de reproducción.

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Afortunadamente, para mantener relaciones sexuales en su sentido más hondo y penetrante, es decir, para la descarga sexual, el hombre no necesita esperar que lleguen épocas especiales de apareamiento o que la hembra entre en celo. Y tampoco necesita para la vivencia de una sexualidad que aflora espontáneamente en la piel, en la mirada y en la voz, cambios hormonales. La sexualidad es algo que los humanos llevamos aparejado siempre a nuestra piel y a nuestros sueños. Por ello, deberíamos poder vivirla como es debido cuando somos niños, cuando llegamos a la pubertad, durante la madurez e incluso antes de despedirnos de esta vida, por muchos años que vivamos.

El partido que le saquemos a una virtualidad tan fecunda determinará, sin la menor duda, el equilibrio del desarrollo físico y psicológico de nuestras vidas. Ya hemos insistido en que, incluso en el mundo de los consagrados que viven las exigencias totales de sus votos, la vitalidad sexual se filtra por los sentimientos de pertenencia a Dios como poseedor, como esposo, sentimientos que se concretan, en el caso de las consagradas, en confesarse esposas fieles de Jesucristo y comportarse como tales. Recuerdo a un amigo, unos años mayor que yo, que, jugando a las cartas, a veces utilizaba un lenguaje algo grueso. Al advertir algún gesto de extrañeza en los demás jugadores, replicaba con buen humor: “no me miréis así, que tengo bula para hacerlo, pues para algo soy cuñado de Dios”. Al replicarle que cómo era eso, él respondía saleroso: “¡sí, hombre sí, pues tengo una hermana que se ha casado con Dios!”.

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Deberíamos tener muy claro que cuanto más a fondo vivamos nuestra sexualidad y cuanto más llene ella la vida de cada cual, mucho mejor será para el interesado y para toda la sociedad en general. En este terreno, los cristianos deberíamos reconocer que los procedimientos morales de nuestra Iglesia han sido nefastos, tanto a la hora de reprimir las vivencias sexuales como de castigar, por así decirlo, con el posible mochuelo a cuantos se atrevan a tener relaciones sexuales. Afortunadamente, una extralimitación tan enorme del poder de la iglesia le ha servido de poco a lo largo de los tiempos, salvo para cargar enormes fardos sobre las espaldas de muchos creyentes totalmente acríticos.

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Desde hace mucho, los seres humanos encontraron los primeros sistemas de control de la natalidad bien manteniendo relaciones solo en los períodos de infecundidad de la mujer, bien interrumpiéndolas en el momento de la transmisión de fluidos, hecho este último conocido en la Biblia como onanismo y condenado como tal, pero no por la interrupción del coito en s,í sino por le negación de Onán a dar descendencia a un hermano muerto, según era costumbre.

Fue la OMS la que propuso dedicar este día a la planificación familiar, entendiendo por ella el “conjunto de prácticas que pueden ser utilizadas por mujeres y hombres para el control de la reproducción con la finalidad de decidir el número de hijos que se desea tener, según las circunstancias personales. La planificación familiar contempla, también, la educación sexual, la prevención y el tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual, el asesoramiento antes de la concepción y durante el embarazo, así como el tratamiento de la infertilidad”.

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Afortunadamente, hace mucho que han sido superados los métodos tradicionales a base de mantener relaciones sexuales solo durante los períodos de infecundidad femenina o, como vulgarmente se dice, “apeándose en marcha” para evitar un embarazo no deseado. La humanidad ha progresado en ese campo que es un primor. Hoy son muchas las maneras de evitarlo por métodos de barrera, métodos a base de anticonceptivos físico-biológicos, métodos hormonales, métodos químicos y métodos anticonceptivos permanentes, además de los métodos naturales. Los seres humanos no podemos ser juguetes en manos de la naturaleza, sino sus dueños como cooperadores necesarios para el mantenimiento de nuestras propias vidas.

Aunque no podamos detenernos en muchos aspectos interesantes del control de la natalidad, dejemos constancia, al menos, de que “constituye un elemento clave para el ejercicio pleno de los derechos a la salud sexual y reproductiva de la población, como un componente fundamental de bienestar y libertad de las personas, y de que es de vital importancia el diseño, la aplicación y la evaluación de políticas públicas,  orientadas al cumplimiento de tales derechos, en especial a la población en situación de vulnerabilidad”.

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En general, la superpoblación mundial es un hecho que debe invitar a una reflexión profunda sobre el hecho de la fecundidad. El acceso a medios de control artificial de natalidad es uno de los factores más determinantes de la calidad de vida de los ciudadanos, pues, generalmente, son los que cuentan con menos medios los que más hijos tienen, fenómeno que desencadena hambrunas e inhumanos desplazamientos de la población de unos lugares a otros del mundo para poder subsistir.

Es este uno de los temas en que la Iglesia católica está obligada a reflexionar muy seriamente conforme a las más genuinas normas de vida evangélicas. Deberíamos tener en cuenta que Jesús no vino para amargar la vida de nadie ni para ponerle obstáculos, sino para ser luz y camino, para hacer el bien, para amar y exigir a sus discípulos que se amen como él les ama. Al requerir la atención sobre el necesario control de la natalidad no me refiero, naturalmente, a libertinajes ni a bacanales sexuales, sino al ejercicio gozoso de unas vivencias sexuales que son tan importantes para la vida que conviene a todos los seres humanos.

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Por lo demás, me resisto a dejar pasar en silencio el hecho de que, un día como hoy de 1944, nacía Nino Bravo, cantautor de balada romántica, de poderosa voz, a quien conocí en TVE en 1972, en un programa de variedades que se titulaba “zoo loco”, si la memoria no me falla, poco antes de su muerte en un accidente de tráfico.  Y también que, un día como hoy de 2017, fallecía Ángel Nieto, una leyenda del motociclismo mundial con sus 13 campeonatos y uno de los más grandes deportistas españoles. Sirvan estas pocas palabras como recuerdo agradecido por lo que sus vidas han significado para todos los demás.

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Recapitulemos recordando que Dios nos ha dado la responsabilidad de cooperar en su obra de creación como los seres racionales que somos, no como animales que se guían por un instinto ciego. Todos somos responsables de que la vida siga siendo posible en nuestro planeta y de que, igual que no podemos degradar las condiciones que hacen posible la vida, tampoco podemos sobrecargarlo con una población que no encuentre acomodo en él. Tener todos los hijos que Dios quiera, que, en principio expresa un acomodo laudable a la voluntad divina, puede convertirse en un arma de destrucción masiva si por ello entendemos que podemos proceder, en cuanto a sexo se refiere, sin previsión ni responsabilidad.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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