Desayuna conmigo (lunes, 16.11.20) Patrimonio dinámico

El cristianismo, patrimonio indestructible de la salvación

Tolerancia
Mientras caminamos –y la vida es toda ella un camino-, no podemos menos de ir dejando huellas. Si no, que se lo digan a la policía judicial cuando ausculta minuciosamente los escenarios del crimen en busca de sus autores. Puede que la inmensa mayoría de los ciudadanos no seamos más que ovejas de un inmenso aprisco que van donde las llevan y comen lo que encuentran. Pero, aun así, todas juntas y cada una por separado van dejando huellas en las cañadas, en los corrales y hasta en la memoria instintiva de sus congéneres. En el ámbito humano, a todas esas huellas bien podría denominárselas como “patrimonio”, como un “haber” variado que, a la postre, termina siendo, ni más ni menos, que el sentir y el saber colectivos, acumulados y expresados en obras que nos alimentan. Recordemos que una de las cuatro praderas en que pace el ser humano, según fray Eladio Chávarri, es la cultura que se nos regala y nos conforma, es decir, la huella que en nosotros han impreso cuantos nos han precedido en la historia.

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Sirva lo dicho como introducción o ambientación al hecho de que hoy se celebre el “día internacional del patrimonio mundial”, como fruto de una gran preocupación por proteger y preservar todo el haber natural y cultural que hay en nuestro planeta, cuya legítima heredera es toda la humanidad.La UNESCO y el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, tras constatar los graves daños que sufrían tantos lugares históricos, monumentos naturales y otros elementos sobresalientes del patrimonio común, promovieron en 1972 iniciar una campaña mundial de conservación de bienes de valor incalculable, campaña a la que se sumaron de inmediato cincuenta países. La decisión de celebrar este día la tomó la UNESCO en 1999.

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Se trata de proteger un gran patrimonio colectivo del que forman parte las artes, las tradiciones orales, las festividades, las costumbres sociales, los ritos, los saberes y, en general, todo conocimiento que enriquezca la vida de los hombres. Nos referimos al gran legado que, habiendo sido ocupación y alimento de nuestros antepasados, debe serlo también nuestro, y a que, por tanto, nosotros tenemos la sagrada obligación no solo de respetarlo y enriquecerlo, sino también de defenderlo de cuantos desafíos le vayan saliendo al paso, tales como la superpoblación, el cambio climático, el urbanismo desenfrenado, las guerras y los desastres naturales. Hablamos de monumentos, ciudades, paisajes urbanos, pinturas, esculturas, lugares arqueológicos, música, danza, fiestas tradicionales, artesanía, gastronomía, lenguas, parques nacionales, ecosistemas, glaciares, bosques tropicales, cuevas, arrecifes coralinos, montañas, fauna y flora.

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Si bien todos los países tienen un importante patrimonio colectivo que es preciso defender y acrecentar, destacan por el número de “monumentos” que es preciso proteger Italia con 51, China con 50, España con 45 y con algunos menos Francia, India y México. Sería muy prolijo enumerar aquí todos esos monumentos y más describirlos, cosa innecesaria debido a que la mayoría de ellos están en la mente de los seguidores de este blog. Recordemos, sin embargo, que hay como una treintena de lugares considerados como patrimonio mundial, entre ellos, la ciudad vieja de Jerusalén, los hallazgos arqueológicos de Chan Chan peruanos y la ciudad de Tombuctú de Mali, que corren peligro de desaparecer por causas como las guerras, el turismo, la caza furtiva, el abandono y el pastoreo ilícito.

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Por otro lado, hoy se celebra también el “día internacional de la tolerancia”, celebración que le viene a la conservación del patrimonio mundial como anillo al dedo, pues la tolerancia es como la clave musical del concierto mundial de todas las naciones. Tolerancia no quiere decir indulgencia o indiferencia, sino respeto y reconocimiento de las diferentes formas de ser y de obrar. Subrayemos que la tolerancia, que es de suyo un gran patrimonio cultural mundial, también está en peligro a causa de la xenofobia, la discriminación y la homofobia, lacras que desgraciadamente no terminan de desaparecer de las primeras páginas de los medios informativos.

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Lo malo no es ser diferente –cada ser humano es único-, sino tener prejuicios religiosos, culturales o de género con relación a aquellas personas que realizan acciones que no conocemos o no entendemos. Ser diferente es un hecho y un derecho. Nuestras huellas dactilares son únicas y también lo es nuestra fisonomía. Tenemos capacidades, habilidades y gustos distintos. Suele decirse que “hay hombres pa to”, como hemos recordado hace poco, y que “para gustos se hicieron colores”. Sería espantoso que todos tuviéramos los mismos gustos y pensáramos de la misma manera, pues seguramente no habría habido progreso alguno y todos terminaríamos comportándonos como robots programados de antemano. La uniformidad haría desaparecer la razón y hasta el gusto de vivir. La diferencia es siempre enriquecedora y la tolerancia, la herramienta para asimilarla.

Flamenco

Una celebración más viene hoy todavía a enriquecer el tema básico de nuestra reflexión matinal sobre el patrimonio mundial. Me refiero a que también hoy se celebra el “día internacional del Flamenco”, cultura musical andaluza que la UNESCO reconoció en 2010 como “patrimonio de la humanidad”. Lo hizo en Nairobi a propuesta de la Junta de Andalucía, apoyada por Murcia, Extremadura y el Gobierno español. Digamos someramente que el Flamenco es un arte que conjuga el cante, el toque de palmas y el baile que han gestado las diferentes culturas que convivieron en Andalucía en el siglo XV, un estilo único que se ha trasmitido de generación en generación de forma oral. Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Enrique Morente, José Mercé, Carmen Linares, Sara Baras, Carmen Amaya y Joaquín Cortés han sido sus más destacadas estrellas.

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A este cúmulo de “haberes” que hoy nos henos encontrado sobre la mesa de nuestro desayuno viene a sumarse el recuerdo de que, un día como hoy de 1855, David Livingstone, intrépido médico, explorador y misionero británico, descubrió las cataratas Victoria en el curso del río Zambeze, en Rhodesia. Hablamos de un paisaje natural espectacular del que, a partir de entonces, pudo disfrutar la humanidad. Fue el mismo Linvingstone quien puso ese nombre a las cataratas en honor a la reina británica.  Dejemos constancia, por curiosidad, de que la tribu local Kololo las llamaba “Mosi-oa-Tunya” (el humo que ruge) por la gran nube de niebla y el ruido que el agua producía al precipitarse el río en toda su anchura, de aproximadamente kilómetro y medio, unos cien metros.

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Volviendo ahora la mirada hacia nuestro norte, es decir, hacia el Jesús Cristo en quien enraíza y crece nuestra fe, no haríamos bien si no valoráramos el cristianismo como el principal patrimonio de la humanidad, un patrimonio que no consiste en un monumento de piedra, en un paisaje espectacular o en una sobresaliente obra cultural, sino en la salvación de todos los hombres o, dicho de otra manera, en la irrupción amorosa de Dios en nuestras vidas. Todo lo humano fenece antes o después en el discurrir del tiempo, pero el Dios de nuestra fe es una especie de archivo o un chip en el que todo permanece para siempre con toda su entidad.  Eso es justo lo que debemos entender por “eternidad”. El cristianismo es un patrimonio que ni los cataclismos naturales ni la estupidez humana pueden destruir por la sencilla razón de que no está a su alcance hacerlo, pues la humanidad no es su dueña, sino su beneficiaria.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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