A salto de mata - 30 ¿Pederastia eclesial?

Cada mochuelo a su olivo

1
Pasé mi adolescencia en internados y, visto lo visto, tuve la fortuna de no tener roce personal con pederastas ni supe de ningún compañero que sufriera semejante martirio. Ello hace que las crónicas y las estadísticas a ese respecto, que hoy inundan los medios de comunicación, me escandalicen a mis años, o mejor, me enrabieten y me asqueen. Si abordo el tema en esta reflexión es porque me siento espectador pasivo y desentendido en medio, además del espeluznante drama que es la pederastia de por sí, de una tremenda injusticia contra la Iglesia católica, que me propongo denunciar. Mis seguidores saben que más bien peco de díscolo e impertinente con la “Iglesia institucional” por algo tan esencial y sencillo como que mucho de su ser y obrar no se parece, a mi criterio, a una auténtica comunidad de creyentes en Jesús de Nazareth, situada en el seno de un reino que, sin ser de este mundo, ya está operativo entre nosotros como fuente de fraternidad. Pero no es de recibo que algunos se sirvan de la pederastia que acontece en el ámbito religioso como arma nuclear política para vapulearla.

2

Sin entrar en precisiones ni disquisiciones sobre lo que es la pederastia y sus causas, parece tratarse, a tenor de las estadísticas, de una plaga que deja sus estigmas en más de mil millones de los seres humanos que hoy poblamos este pequeño planeta nuestro. Save the Children publicó en noviembre de 2021 un informe titulado “Los abusos sexuales hacia la infancia en España”. Tras analizar 432 casos y 394 sentencias judiciales sobre los abusos cometidos entre 2019 y 2020, estima que entre un 10% y un 20% de la población española ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia. Respecto a los espacios en los que se cometen dichos abusos, destaca el entorno familiar (49,5%), cuyos abusadores más frecuentes son: el padre (12,3%), otro familiar no identificado (9,7%), la pareja de la madre típicamente masculina (9,3%), el abuelo (6%) y el tío (3,2%). Sobre los victimarios fuera del entorno familiar (34,5%), destacan las amistades o compañeros de la víctima (9,7%), los conocidos de la familia (8,6%) y los educadores (6%).

3

Ateniéndonos a esas informaciones, la pederastia cometida en el ámbito eclesial (clérigos, frailes, monjas y personal subalterno), no llega al 2% del total, pues se trata de menos de la tercera parte del extenso apartado de “educadores”. Quienes sostienen que en él se han producido estos años más de cuatrocientas mil víctimas deberían ser conscientes de afirmar, a tenor de dichas estadísticas, que más de veinte millones de españoles han sido víctimas de la pederastia, lo que no deja de ser una barbaridad. Por lo que a esta reflexión interesa, digamos que en España se está cometiendo una grave injusticia al intentar elevar en la conciencia popular, solo por intereses políticos, ese menos del 2% a la pederastia total, y, lo que todavía resulta mucho más grave, al atribuir la responsabilidad de esos delitos a la institución misma, cosa que solo se está haciendo con los que ocurren en el ámbito eclesial. Obviamente, no es la Iglesia católica española la que delinque, sino algunos depredadores que pretenden cobijarse bajo sus alas. De ser consecuentes, quienes piden tales responsabilidades deberían hacer lo propio con el Estado español por todos y cada uno de los abusos que se cometen en España, pues todas las víctimas son súbditos suyos, y también con los cientos de instituciones y entidades sociales a las que pertenecen los pederastas. Hasta ahora, que yo sepa, nadie ha osado encausar al Estado, a las familias y a ninguna asociación profesional por la pederastia de alguno de sus miembros.

4

Lo más curioso del caso es que la institución que con más vehemencia se opone no solo a los abusos sexuales, sino también al ejercicio justo y sano de la sexualidad hasta el punto de pecar gravemente por defecto, esté siendo castigada por excesos. Tremenda paradoja, pues uno de los grandes retos que realmente tiene planteados con toda crudeza la Iglesia católica es entender que el placer es bueno de suyo para la vida humana y, más en concreto, que el placer sexual, que está en el cuerpo humano como fuerza viva desde la cuna a la sepultura, es mucho más que un ingenioso anzuelo para la reproducción de la especie. A mi criterio, solo cabría hablar de “pederastia clerical o eclesial” si fuera la Iglesia la que realmente la promoviera de alguna manera. Ahora bien, de todos es bien sabido que la Iglesia se mete incluso en las alcobas de los esposos para vigilar que en cada coyunda matrimonial quede expedito el camino de la procreación, que es lo único que, a su funesto criterio, justifica los actos sexuales.

5

Más allá del pederasta, la pederastia mancha y fagocita también a quienes coadyuvan a ella amparándola u ocultándola. En el caso de la Iglesia católica nos topamos con no pocos dirigentes que, por evitar escándalos y engorros de toda índole, la han tapado como si nada hubiera ocurrido (sepulcros blanqueados) y han endosado el muerto a otros estamentos al limitarse a cambiar de destino a los delincuentes. Al sacudirse el problema, se han hecho cómplices del mismo. Su delito es tan grave e incluso más que el de los mismos pederastas. Subrayemos, de paso, que en ambos casos los delitos van agravados por la presión que lo religioso (confesión y dirección espiritual) ejerce sobre las conciencias de las víctimas potenciales. Pero en su caso, como en el de los pederastas, tampoco podrán pedirse justamente responsabilidades a la institución a la que pertenecen, máxime cuando ella se opone explícitamente a cualquier desbarajuste. Nadie tiene por qué cargar con los pecados de otro, ni siquiera con el “pecado original” de la fábula del Paraíso Terrenal. Cada mochuelo a su olivo.

6

Para lo que sí hay razón sobrada es para pedirle a la Iglesia que, además de proceder con contundencia en los casos de pederastia directa o indirecta que realmente ocurran en su ámbito,  reflexione seriamente sobre el papel que ella misma ha venido desempeñando en un tema tan importante para la humanidad. La sexualidad es un ámbito de la vida humana en el que la iglesia está dejando tras sí, más que un camino hollado por pederastas, un lodazal de confusión y depresión que todavía sigue tragándose a muchos seres humanos. Por referirnos solo al ámbito clerical, no es justo ni procedente que muchos eclesiásticos se vean realmente crucificados por una sexualidad, denostada como fuerza del Maligno y fuente de pecado, que los fuerza a apaños indebidos o a consolarse en prostíbulos. En este caso, no se trata de delitos, sino de simples desahogos orgánicos a contra pelo. Amparando como es debido a quienes quieran hacer “voto de castidad” para servir mejor a Dios y a los hombres, la Iglesia católica debería dejar expedito el camino de la sexualidad a cuantos, sin ser monjes, opten por ejercer los distintos ministerios eclesiales.

7

¡Cuánto ganaremos todos el día en que la Iglesia católica valore la sexualidad humana como hermosa obra del Creador, necesaria no solo para transmitir la vida, sino también para hacer que esta transcurra plácida y confortable! Lamentablemente, son todavía muchos los dirigentes eclesiásticos y los directores espirituales que ven en ella una especie de avanzadilla del Maligno para reclutar adeptos. ¡Qué gran equivocación la de ensalzar la castidad como virtud en sí misma frente a una sexualidad considerada asquerosa, y no como un simple estado en el que el individuo, libre de ciertas cargas, puede dedicarse con mayor intensidad al servicio de sus hermanos! Si de puros de corazón hablamos, seguramente hay castos que tienen el corazón manchado y otros que, viviendo como es debido su sexualidad, lo tienen limpio. La consagración tiene mucho más que ver con la misión que con la excelencia del estado del consagrado. Castidad y pederastia. Enfocando la cuestión providencialmente, tal vez la Iglesia esté pagando por esta los excesos cometidos con aquella. La Ascensión que hoy celebramos no deja de ser una bella invitación a más y mejor, a volar más alto, a subirse en las alas de un amor que todo lo entiende y todo lo puede.

Volver arriba