A salto de mata - 1 Peste silenciosa

Cuidar al cuidador

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Aunque sea a salto de mata, no quisiera dejar pasar este día sin atraer un momento la atención de los seguidores de este blog sobre “otra peste”, de la que hoy se habla mucho menos que de la Covid-19 y cuya persistencia en el tiempo y en los medios ha reducido prácticamente a una rutina molesta más de nuestras vidas hasta el punto de que, de no estar directamente afectados por ella, preferimos orillar o pasar de puntillas por su escenario. Me estoy refiriendo a que hoy se celebra el “día mundial del alzhéimer”, la enfermedad neuronal degenerativa que lentamente va reduciendo a polvo la condición humana, en lo espiritual y en lo físico, no solo de los pacientes, sino también de muchos de sus cuidadores.

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En estos momentos, en España cabe hablar de más de ochocientos mil enfermos de alzhéimer y de, por lo menos, dos millones más de personas afectadas como cuidadores principales o de apoyo. Así, ¡casi tres millones de españoles se las ven todos los días con esta danza macabra de la condición humana, muy agravada por la longevidad que hoy ya alcanzamos, desorientados frente a un fenómeno que mata mucho antes de que el enfermo muera y que sume en la más absoluta impotencia a cuantos se mueven a su alrededor! Aunque a nada conduzcan las comparaciones por lo de que a cada palo le toca aguantar su vela, lo cierto es que, para darnos cuenta a fondo de este drama, basta pensar que se trata de una peste muy similar a la mencionada del coronavirus, la pandemia que nos acongojó de tal manera que pudimos aguantar, no solo sin rechistar, sino también aplaudiendo, largos meses confinados en angosturas a veces más atosigantes que los muros de una cárcel. Digamos, para abundar en los rasgos más dramáticos de la tragedia, que mientras el grueso de esta peste parece que podrá dilucidarse o diluirse, como estamos viendo, en un par de años, la del alzhéimer corroe el cuerpo del enfermo y el espíritu de su cuidador a veces durante un porrón de años.

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Ambas afectan a un número parecido de españoles, aunque una desencadene una pandemia producida por contagio y la otra sea una enfermedad neurodegenerativa que no contagia más que piedad y ternura. Ninguna de ellas mata directamente de por sí, sino por otras patologías del enfermo. De hecho, un porcentaje importante de los afectados por la Covid-19 ni siquiera llega a tener síntomas y la afección solo dura unos días, si bien, cuando prende a fondo y mete en danza el sistema respiratorio, el drama dantesco que origina se hace insoportable. El alzhéimer, en cambio, desencadena una acción lenta y desesperante durante la que parece que el enfermo va bebiendo la muerte a pequeños sorbos. Así, día a día, salvo que otra patología le salga al paso y se lo lleve por delante, el enfermo va perdiendo muy poquito a poco los contornos y la estructura misma de su humanidad, forzando con ello el crecimiento salvador de humanitarismo en cuantos se mueven en torno a él.  ¡Cuanta más humanidad pierde el enfermo, más humanos han de ser sus cuidadores!

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Dejando en manos de los expertos y especialistas las razones de por qué se desencadena esta enfermedad y cuáles han de ser los mejores tratamientos curativos, temas ambos que, a pesar de los millones invertidos en ellos, parecen estar todavía en barbecho, un día como este reclama la atención no solo de los cuidadores, sino también de toda la sociedad para ir más lejos en la atención que debemos prestar al calvario que día a día recorren tantas familias. Digamos, en cuanto a este segundo cometido, que, obviamente, con dinero el alzhéimer es mucho menos alzhéimer, porque entonces se puede pagar a especialistas que presten al enfermo cuantos cuidados profesionales sean necesarios. Con dinero, el enfermo estará mejor atendido y su familia se verá descargada de un trabajo y de una preocupación atosigantes. Pero, lamentablemente, son relativamente muy pocas las familias españolas con solvencia económica suficiente para prestar a sus enfermos esas atenciones profesionales.

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De ahí que sea preciso que toda la sociedad, no solo los familiares de enfermos de alzhéimer, preste mucha más atención a esta enfermedad y afloje sus dineros para paliar en lo posible su terrible drama. La triste realidad es que, por lo general, muchos miembros de las familias afectadas se escaquean de la enfermedad y del trabajo que conlleva atender a sus seres queridos, dejando, por decirlo mal y pronto, el muerto o el fardo a un cuidador que, por exigencias del cuidado a prestar, puede sufrir un deterioro equiparable o incluso peor que el del mismo enfermo. Cuidar al cuidador es el propósito principal de cuantas asociaciones se crean a ese respecto. De ahí que sea preciso y urgente promover la solidaridad de todos los miembros de una misma familia para repartir la carga común. Para lograrlo, seguramente el medio más eficaz es que la sociedad entera dé ejemplo valorando debidamente el problema y comportándose de forma solidaria no solo con el enfermo de alzhéimer, sino también con todos sus familiares. Hay recursos humanos y financieros para hacerlo, pero falta, a mi criterio, mucha conciencia social del problema y un acertado criterio de selección de prioridades a la hora de afrontar los quehaceres sociales. ¡Ojalá que este día mundial del alzhéimer, que todavía no podrá ser celebrado con la parafernalia social que requiere a causa de la pandemia del coronavirus, nos traiga ambas cosas, la generosidad de todos los miembros de las familias afectadas y una muchísimo mayor solidaridad social con los enfermos y sus cuidadores!

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