Desayuna conmigo (lunes, 12.10.20) Pilar sagrado, faro esplendente
¿Tiene España artritis reumatoide?
Zaragoza y con ella el reino que fue de Aragón y toda España, incluidos los largos tentáculos de la hispanidad, fundamentan parte de sus creencias cristianas en el hecho de que la Virgen María estuvo allí “en carne mortal”, es decir, en vida, quizá incluso como hecho destacable sobre las apariciones que se le atribuyen en tantos otros lugares del mundo, como, por ejemplo, en Lourdes (Francia) y en Fátima (Portugal). Y así, esa Virgen, que fundamenta la cristianización de los pueblos iberos y pone la primera piedra del camino de Santiago, ha ido aglutinando en torno suyo, como ramos de flores, la espiritualidad ardiente y combativa del mundo hispano, razón por la que hoy la homenajea como su excelsa patrona, aunque que se trate de un patronazgo tardío que se inició en la ciudad de Zaragoza en 1642 para extenderse después, en 1678, a todo el Reino de Aragón.
Con el correr del tiempo, la Virgen del Pilar ha ido acumulando, ya en el siglo XX, patronazgos sectoriales, como el de la Guardia Civil, el del Cuerpo de Correos y Telégrafos, el del Cuerpo de secretarios, interventores y depositarios de la administración local, el de la Sociedad mariológica, el del Consejo superior de misiones y el del Arma Submarina de la Armada Española. En 1977, recién llegada la democracia, España se quedó huérfana de patronazgo al abolirse la Fiesta Nacional que, desde 1938, el franquismo venía celebrando el 18 de julio como inicio de la guerra civil. A partir de ese momento se buscó el día más adecuado para convertirlo en “Fiesta Nacional”, como hacen todos los países del mundo, a fin de celebrar como es debido el sentimiento de unidad y la vinculación con la Patria. A resultas de esa búsqueda, la fiesta nacional española ya pudo celebrarse el 12 de octubre en 1982. ¡Anda, que no hay diferencia en tener como fundamento de la fiesta nacional a Santiago en vez de a Franco!
Dejando de lado las leyendas que envuelven el Pilar y la trayectoria histórica de su devoción, a las que hemos aludido por estar muy presentes en la memoria de todos los españoles, justo es que paremos mientes en nuestro tiempo por la trascendencia política que esta celebración tiene. Lo digo porque desgraciadamente se está aprovechando la debacle de la pandemia y de la crisis económica que padecemos como caldo de cultivo de la fragmentación de España. La cosa es tan descarada que no somos pocos los españoles que incluso llegamos a sentir vergüenza ajen por ello.
Digamos, como base y hablando un español muy claro, que los intereses generales unen y los particulares, dividen. Hoy no está en juego el excepcional halo de gloria que la nación española puede exhibir orgullosa frente a otras naciones, sino la permisividad que se tiene con quienes, aupándose sobre las espaldas de sus propios conciudadanos, quieren medrar desmembrándose para sacudirse de encima las miserias de una patria supuestamente ruin y avasalladora. ¡Qué grande es la democracia que permite tan alocadas veleidades y qué débil cuando se muestra incapaz de vaciar tantas demagogias, de denunciar tantos desmanes y de exigir cuentas a tantos depredadores!
Es indiscutible que España aglutina en un sentimiento de mayor alcance y realce el sentir y el ser de muchos pueblos, ninguno de los cuales, al estar amparado por la patria común, no solo no pierde nada de lo propio, que ciertamente puede potenciar en todas sus dimensiones, sino que se enriquece con el aporte de los demás. En otras palabras: para cada uno de los pueblos que la forman, España es un plus importante, consistente en todo lo que le aportan los demás pueblos, y también un bastión institucionalmente sólido que no debe permitir que ninguno de los pueblos que la forman se niegue a hacer lo propio. Hace falta estar muy ciego para no ver que la idea de España, con su trayectoria histórica y la cultura que ha aportado al mundo, y su entidad social y económica, con las posibilidades de realizarse que ofrece a cada uno de sus hijos, siempre y en todas circunstancia es un factor de suma, nunca de resta.
La no-celebración social del Pilar este año nos da pie y deja tiempo sobrado para exigir cuentas si, convirtiéndola en parada en seco, damos media vuelta y cambiamos de rumbo y perspectiva. Acostumbrados como estamos a buscar culpables mirando hacia fuera de cuanto no nos gusta o nos incomoda, es llegado el momento de mirar hacia adentro y de analizar a fondo nuestro propio comportamiento, como individuos y como ciudadanos, para, sin paños calientes ni miramientos, exigirnos cuentas. Cuando las cosas nos van mal, de nada sirve mirar al vecino. Debemos hacerlo todos, desde los más altos dignatarios políticos y eclesiales hasta el último gato, cada cual en su propio ámbito personal y profesional de actuación. Si yo logro rectificar y mejorar un poco mi conducta, mejora el conjunto. De proceder así, seguro que esta España nuestra, cuya población parece acaparar todas las virtudes y todos los vicios, podría salir de la suma postración en que hoy se encuentra para no solo resolver los muy graves problemas que la aquejan, sino también para ayudar a otros pueblos más de lo que ya viene haciendo.
Sin contravenir lo propuesto sobre que cada cual debe mirar dónde le aprieta el zapato, no hay que cerrar los ojos para ver que no solo el coronavirus, sino también la gangrena y el cáncer, se han apoderado de nuestras instituciones y de nuestros líderes. No es difícil, procediendo con justicia y destreza, diagnosticar tan graves enfermedades. La demagogia y los populismos campan a sus anchas por doquier y, mientras el pueblo grita desesperadamente su dolor, los dirigentes andan a uvas para fabricarse sus propios caldos. Las resistencias se agotan y la fortaleza patria comienza a desmoronarse. ¿Tendremos que volver a resurgir, una vez más, de nuestras propias cenizas? La deuda nos devora. Al volvernos tan vagos y despilfarradores, nos estamos comiendo ya los ahorros de nuestros biznietos. Esta España nuestra parece estar aquejada de “artritis reumatoide”, esa dolorosa enfermedad que compromete los huesos, las articulaciones, los músculos y todo aquello que brinda movilidad al cuerpo. Salta a la vista que las instituciones españolas no funcionan como es debido y, a resultas de ello, los españoles ya no podemos mantenernos en pie por nosotros mismos.
Digo esto último aprovechando el oportunismo de que, desde el año 1996, hoy se celebra también el “día mundial de la artritis reumatoide”, enfermedad que afecta, sobre todo, a las articulaciones de las manos, pero que poco a poco va apoderándose también de las de los pies, las rodillas, los codos y hasta de la columna vertebral. Se desconocen sus causas, si bien parece que se debe a fallos del sistema inmune y que se prodiga más en las zonas industrializadas. Quienes la sufren ven disminuida su calidad de vida por la incapacidad que genera y el fuerte dolor que causa.
Digamos que los españoles tenemos en Zaragoza un “pilar sagrado” al que no solo podemos agarrarnos en tiempos de huracanes, como los que actualmente nos azotan en todos los frentes, sino también sobre el que podemos construir o reconstruir la España que, si no existiera en este mundo, sería necesario inventar por el esplendor y la alegría que su forma de vida inyecta a toda la humanidad. Y que también allí tenemos un “faro esplendente”, capaz no solo de hacernos ver la porquería que acumulamos en todos nuestros recovecos para depositarla en los basureros correspondientes, sino también de iluminar nuestro camino, del exigente “camino de Santiago” que, al ritmo de pies esforzados, facilita la autocrítica y va cuajando, paso a paso, ilusiones que parecían inalcanzables. Que la Virgen del Pilar bendiga hoy a cuantas mujeres la honran con su nombre y que haga que el pilar que la sostiene cumpla sus funciones de sustentación de España y de toda la hispanidad.
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