Desayuna conmigo (lunes, 24.2.20) Pobreza y poesía

Mística y erudición

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Cuando las comparsas de carnaval invaden ya las calles y espacios públicos de nuestros pueblos y ciudades y una cuaresma tibia está presta a abrirnos su puerta de entrada, el día, al ahondar en la historia, nos regala una vieja delicia de la espiritualidad cristiana, similar a la vivida por san Pablo, en la persona de “il poverello d'Assisi”.  Un día como hoy del lejano 1208, san Francisco oyó, según confesión propia, cómo el mismo Jesucristo le ordenaba que cumpliera su misión. Fuera milagro o alucinación, lo cierto es que él se entregó de lleno a una misión asombrosa de testimonio vivo y de predicación conmovedora.

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De todos es sobradamente conocida cuál era la misión que ha llevado su nombre a ocupar la cátedra de san Pedro en la persona del actual papa. El espíritu de su rigurosa pobreza hace que san Francisco sea seguramente el santo de vida más parecida a la del mismo Jesús, hasta el punto de ser reconocido como “alter Christus”. La flora y la fauna de la naturaleza le sirvieron de espejo de Dios. Convirtió sus plantas, flores y animales en canto de gloria de un Creador al que amaba con pasión. Nada tiene de extraño que haya sido nombrado patrono de cuanto hay en la misma naturaleza, desde la vida a la muerte (“la hermana muerte” y “el hermano lobo”), muy en consonancia con las sensibilidades hacia el medio ambiente y la naturaleza que hoy florecen en muchos sectores de la sociedad de nuestro tiempo.

El solo hecho de haber sido el inspirador o, cuando menos, el promotor de los hermosos “belenes” que seguimos contemplando por doquier durante las Navidades nos demuestra claramente no solo una sensibilidad religiosa excepcional, sino que nos pone la religión al alcance de la mano como algo sumamente sencillo y hermoso.

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Sobre su personalidad me he topado con lo siguiente: determinados rasgos hacen del Pobrecillo de Asís un santo particularmente atractivo. Hombre de grandes contrastes, en efecto, en él coexisten la austeridad llevada al extremo de la mendicidad y la alegría desbordante y expansiva; la severidad más radical y la ternura más misericordiosa; la audacia en su afán de vivir el Evangelio a la letra”.

No necesitamos detenernos a exponer la importancia que para la Iglesia ha tenido su obra como fundador de los franciscanos y de las clarisas, órdenes religiosas que siguen conservando su espíritu en nuestro tiempo, por más que hayan atemperado el rigor con que él se despojaba de todo lo material para dedicarse íntegramente a alabar a su Creador y Salvador. Su muerte a una edad temprana le catapulta a una identificación prácticamente total con Jesús crucificado, de quien recibió la excepcional gracia y el tormento de los estigmas de su crucifixión.

Seguramente hoy, cuando nos empleamos a fondo por mejorar los aspectos materiales que le dan calidad a nuestra vida, ni siquiera podemos entender el rigor de la pobreza extrema que san Francisco eligió para su vida, pobreza que también quiso para sus frailes y monjas, pero que ya fue cuestionada en su tiempo por los suyos. Sin embargo, la fuerza de su entrega total a Dios, a través de las maravillosas obras de la creación, y a Jesucristo, viviendo a fondo en sus estigmas el sufrimiento inherente a su obra de salvación, hacen de él un santo muy atractivo y cercano para los hombres de nuestro tiempo: sencillez, servicio, entrega y amor son cualidades que ennoblecen a los seres humanos de cualquier tiempo y lugar.

Bertrand Russell

La mañana pone en nuestra mesa de desayuno, además, una iniciativa que todavía perdura y que tiene especial relevancia para el futuro de la humanidad. Un día como hoy de 1958, Bertrand Russell lanzó la Campaña para el Desarme Nuclear. Aunque este longevo filósofo y matemático británico, seguramente el más prolífico de los pensadores de todos los tiempos y premio Nobel de Literatura, sintiera que había fracasado en su propuesta de desarme, lo cierto es que sus escritos han fomentado la creación de un espíritu crítico hacia una sociedad que debe esforzarse mucho más por mejorar su forma de vida. De ahí que, al cumplir su octogésimo aniversario (murió en 1970, cuando le faltaba poco para cumplir los 98 años) pudiera decir: He vivido en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza.

Russell y los políticos

Dos personajes que, aunque ambos enfoquen de forma muy diferente tanto el tema de Dios como el de la naturaleza, nos acompañan hoy en nuestro desayuno. Ambos contribuyen a que sea un desayuno de lujo, de fiesta. La mística, la poesía, la alegría y el canto más sublime de san Francisco nos arrastran al éxtasis de la contemplación de las bellezas que nos rodean y del supremo Hacedor que las ha puesto ahí para nuestro servicio y deleite. La erudición, la sabiduría y la conciencia social del pensador y divulgador británico nos adentran en los vericuetos de una sociedad que debe poner freno a sus ímpetus destructivos y a sus artefactos bélicos, cualquiera que sea su alcance, por muy faraónica que sea la tarea de evitar que el odio y la codicia encuentren tierra donde fructificar.

El carnaval y la cuaresma anuncian días de alegría y de sacrificio.  ¿Hay fórmulas mágicas para aunar la alegría y el sacrificio? Sí que la hay para quien no tiemble ante el esfuerzo y esté dispuesto a sujetar sus ínfulas en beneficio de los miembros de la comunidad de la que forma parte. Una mirada a los personajes que hoy nos acompañan, lejos de hacernos algún daño, nos ayudará a comprender lo poquito que somos cada uno de nosotros y lo mucho que podemos lograr juntos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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