Desayuna conmigo (miércoles, 25.11.20) Portada para las “mujeres”

“Al mal tiempo, …”

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A un mes justo de la Navidad, cuando otrora ya estarían las calles y los escaparates ornados con los más preciosos elementos sacramentales que la envuelven y que desde antiguo le dan cuerpo en nuestras sociedades, nosotros nos debatimos hoy en el desarrollo de sus horas tratando de buscarle las cosquillas a un coronavirus que, pasito a paso y sin descanso, nos va devorando sin piedad. Al ritmo que llevamos, según estadísticas de hoy mismo, cuando llegue ese anhelado día el malaventurado demonio se habrá llevado por delante a más de quince mil españoles y a muchísimos más estará haciéndoles pasar las de Caín en las UCI, mientras, cual jinete apocalíptico, el muy ladino continuará sembrando la devastación en los predios de las empresas y haciendo tabla rasa de nuestras economías domésticas. Más parece que nos estuviéramos preparando para un contra-sacramento a base de acumular desechos putrefactos, en vez de abrir nuestras carnes para que penetre fácilmente en ellas el espíritu de Dios, el espíritu cristiano, el de la fraternidad incondicional y universal, ese que hoy exige moralmente que no nos convirtamos de ninguna manera en alimento de la covid-19 ni en catapulta para que él siga lanzando cómodamente,  a diestro y siniestro, sus tentáculos.

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Valga lo anterior como simple tirón de orejas a gobernantes y demás ciudadanos desaprensivos, porque lo que deberíamos hacer hoy, y quizá todos los días hasta alcanzar la meta, es poner en portada a la mujer, ese macho cabrío en el que los hombres descargan todas sus frustraciones para terminar sacrificándolo muchas veces en el altar de su propia fatuidad. Cuanto menos vale y menos desenvuelto es un hombre, tanto más larga tiene la mano. Viene todo esto a cuenta de que hoy se celebra el “día internacional para la eliminación de la violencia contra la mujer”. Obviamente, en la relación hombre mujer, esa maravillosa posibilidad que ofrece la naturaleza para formar familia, ponerle carne al amor y hacer posible la continuidad de nuestra especie, lo único que debería imperar es una absoluta igualdad en cuanto a derechos y una diferenciación en cuanto a la mejor funcionalidad y productividad se refiere. Igualdad de los derechos inherentes a la condición de seres humanos, distintos roles en atención a las diversas potencialidades de unas y otros.

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Con el inicio de esta celebración en el año 2000, la ONU invitó a los gobiernos, a las organizaciones internacionales y a las ONG a tomar cartas en el asunto, coordinando actividades que eleven la conciencia pública en lo referido a la eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres. Loable propósito que no debería desaparecer de las portadas de los medios de comunicación y que, afortunadamente, aunque sea de forma muy lenta, va cuajando en la conciencia popular. Mano dura a los medio hombres que, para sentirse completos, agreden a sus mujeres, y una pronta revisión a fondo de los códigos penales, de los reglamentos protocolarios y de los contratos laborales son los mejores caminos para alcanzar la meta deseada. En una naturaleza, que va dejando tirados por tierra a los individuos más débiles para aliarse con los más fuertes, no es fácil cambiar las estructuras sociales que han consagrado el modelo de la selección de las especies. Si algo añade la civilización a la naturaleza es la defensa legal de los más débiles.

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La idea de esta celebración se gestó en 1960 como memoria de las hermanas Mirabal, asesinadas por el gobernante dominicano Trujillo. Poco a poco, a partir de ese momento se fue creando un movimiento internacional de militantes y activistas en favor de la igualdad de género y en defensa de la mujer frente a las agresiones del hombre. La que este día nos ofrece es una celebración sumamente importante, pues la violencia contra las mujeres y las niñas estaba y sigue estando muy extendida en el mundo actual debido a la impunidad de que disfrutan los perpetradores y que, desgraciadamente, está muy crecida por el silencio, la estigmatización y la vergüenza de las víctimas. Espanta la sola mención de los muchos tipos de agresiones que sufren las mujeres, tales como violencia física, maltrato psicológico, violación conyugal, feminicidio, violación sexual, actos sexuales forzados, insinuaciones sexuales no deseadas, abuso sexual infantil, matrimonio forzado, acecho, acoso callejero y cibernético, esclavitud, explotación sexual, mutilación genital y matrimonio infantil.

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A este tenebroso mundo, que tanto degrada la condición humana, han venido a sumarse este año los estragos que en el campo de la agresión contra la mujer está causando el maldito coronavirus. Partiendo de que una de cada tres mujeres sufre violencia física y sexual y de que la mayoría de las veces el verdugo es la propia pareja, no es difícil imaginar la dificultad añadida para muchas mujeres al verse obligadas a permanecer confinadas en casa con sus agresores. Podría decirse que el coronavirus lleva otra pandemia pegada a su cuerpo como sombra, la de la violencia que por su causa padecen muchas mujeres. La ONU y la UE han emprendido la campaña “spotlight”, algo así como “iluminar el marrón” o hacerlo visible para eliminarlo del todo. Haríamos bien en poner de relieve, en la primera página de toda agenda cultural y social, todos aquellos casos en que, apoyándose únicamente en su fuerza bruta, los hombres, desde los niños a los viejos, agreden a las mujeres en la búsqueda inútil del equilibrio mental que han perdido.

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A pesar del espacio ya consumido por la envergadura de la reflexión que precede, me gustaría cuando menos mencionar a dos mujeres que hoy nos salen al paso de la fecha. Una es Ana de Jesús, la carmelita descalza y discípula predilecta de nuestra Teresona, que nació un día como hoy de 1545, y que con gran celo y eficacia continuó su labor fundadora en España, Francia y Bélgica, donde murió como santa, a pesar de que su proceso de beatificación, tras varias intentonas a lo largo de los siglos ya transcurridos, todavía no haya llegado a buen término. La segunda es Catalina de Alejandría, mártir del s. IV, cuya fiesta se celebra hoy, santa cuyo beneplácito se invoca contra la muerte súbita. Envuelto más en la leyenda que en la historia, puede que el relato de su vida y de su muerte, a caballo entre los siglos III y IV, se nutra de la biografía de la maestra y filósofa neoplatónica Hipatia, rectora de la Escuela neoplatónica de Alejandría a principios del s. V, que fue una de las primeras mujeres matemáticas de la historia.

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Por lo demás, no me gustaría concluir este desayuno sin apuntar que un día como hoy de 1881, para honra y gloria del orbe católico, nació un ángel (Angelo) que, andando el tiempo, se convertiría en el cardenal Roncalli y en el papa Juan XXIII, el papa de la “Mater et Magistra”, la “Pacem in Terris” y el concilio Vaticano II. Fue, además, el “papa bueno” por excelencia y también el “papa santo”. Dejemos constancia, además, de que, en el contexto de nuestra reflexión de hoy, el suyo fue un magisterio importante y denso en favor de la emancipación de la mujer. El lector no necesita más información para calibrar la trascendencia que tuvo para la iglesia este papa, elegido como provisional o de tránsito, haciendo verdad, una vez más, lo  inescrutables que son los caminos del Señor.

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Los cristianos deberíamos tener muy claro que las mujeres son la mitad de la humanidad en la que se encarnó el Verbo y que a ellas les corresponde, en exclusiva, la maternidad divina. En la práctica de la Iglesia, la del culto, la del humanitarismo y la misionera, ellas, tan orilladas, olvidadas y hasta esclavizadas, son una inmensa mayoría. Bastaría que todas ellas se pusieran en huelga para que la vida de las comunidades y el culto católicos se hundieran del todo. Tiempo es de defender no solo la integridad de su cuerpo, sino también los derechos de su persona. Los hombres de nuestro tiempo, creyentes o no, estamos obligados a transformar los golpes que propinamos a nuestras mujeres en los derechos que les negamos. Y es preciso que comiencen a hacerlo, en primer lugar y como ejemplo, los varones célibes, dirigentes religiosos, que no dan un paso serio hacia adelante por temor a perder sus propios privilegios.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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