Desayuna conmigo (domingo, 16.2.20) Precariedades

Suelos resbaladizos

En febrero

Mecido por la bonanza climática del templado febrero que estamos viviendo, me ha asaltado materialmente la mente el famoso dicho popular o refrán que dice que, “si hace un buen febrero, malo será el año entero” y me he puesto a temblar por la sencilla razón de que la sabiduría popular es una sabiduría contrastada y sólida. Afortunadamente, no es la única, pues la liturgia de este domingo nos habla de otra sabiduría más exigente e incisiva, la divina, la que nos ayuda a elegir bien, según el Eclesiástico, entre el fuego y el agua, la vida y la muerte; la sabiduría “misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria” de que habla san Pablo a los corintios, y, finalmente, la sabiduría que, según el evangelio, hace nuestra justicia superior a la de los escribas y fariseos en palabras del  mismo Jesús de Nazaret.

Primavera adelantada

Retornando al tema del calendario, la verdad es que estamos teniendo un febrero que, más que corazón de invierno, parece dulce comienzo de primavera, incluso en este brumoso norte atrapado entre la montaña y el mar. Siendo como soy caminante de muchos caminos, estos días los árboles ya floridos me recrean la vista y dulcifican el paisaje. Ignoro si estaremos atravesando alguna fase peligrosa de un inquietante cambio climático que bien pudiera requerir actuaciones drásticas, pero lo cierto es que, como dicen por aquí, al invierno no se lo comen lo lobos y, aunque sea tarde, seguro que todavía retornará por sus fueros para hacernos de las suyas.

Mucho me temo que el presagio del dicho popular que hoy se nos encarama al frontispicio de este desayuno no se refiera, lamentablemente, a la evolución climática, sino a todo el acontecer humano a que estamos abocados en estos momentos en España.

Paro y precariedad

En ese sentido, los presagios ya han rebasado todas las tonalidades de grises para volverse negros de toda negritud. Los españoles, salta a la vista, estamos viviendo una precariedad avasalladora. Todo parece provisional en la vida de nuestros días. Ciertamente, la vida misma es muy precaria de suyo, pues sabemos que ahora estamos aquí y que dentro de un segundo podemos desaparecer del mapa. Pero, una vez asimilada esa precariedad consustancial, a todos nos gusta contar con algún grado de seguridad cara a nuestro siempre incierto futuro.

No se trata solo de que hayamos visto fortunas muy sólidas que han terminado hundiendo en una miseria mendicante a sus poderosos dueños, sino de que somos muchos los españoles que nos levantamos por la mañana sin saber cómo va a transcurrir en lo económico el día que tenemos por delante, de si seremos capaces de ganar algo con lo que poder sustentarnos, de si los ahorrillos tan trabajosamente acumulados en los bancos habrán perdido parte de su valor al llegar la noche. Hay demasiada precariedad y provisionalidad en el trabajo público y privado, en la agricultura, en la cultura y, sobre todo, en la política.

Seguros

Nada tiene de extraño que los tiempos que vivimos ofrezcan todo tipo de oportunidades a las empresas “aseguradoras”, muchas de las cuales no ofrecen lamentablemente ninguna “seguridad”, dada la alegría con que enganchan a sus clientes y la supina sutileza con que, en lo referente a siniestros, camuflan sus responsabilidades con letra ilegible. Somos ranas que confían en escorpiones, náufragos que se agarran a tifones.

Con relación a los medios de vida, mientras algunos hieren a los pobres con sus ostentosos despilfarros, los problemas económicos asfixian a muchas familias que no solo no se pueden permitir algún capricho que otro, sino que ni siquiera llegan a fin de mes sin estrecheces.

Estampa de político ejerciente

Y, si nos da por asomarnos a la escena política, la cosa es para echarse a llorar desconsoladamente: vivimos tiempos de desconcierto en los que nos vendrían muy bien líderes cualificados y solo contamos, al parecer, con aventureros en busca de fortuna. ¡Qué gran desgracia es la de verse obligado a pagar lo que uno no tiene sin recibir nada a cambio!

Suma sencillez

También en la Iglesia, la comunidad que debería ser fuente de consuelos y alegrías indestructibles, nos topamos con oportunistas que convierten las herramientas del servicio en tronos a los que se encaraman reclamando pleitesía. El papa Francisco denuncia con ironía y decepción el “carrerismo” para promocionarse dentro de ella: si Roma vale toda una misa, una simple cátedra de obispo bien puede valer una reverencia. Son muchos los eclesiásticos que quieren mantener el “statu quo” sagrado como murallas resistentes a cualquier embate, como trincheras para salvaguardar su condición de casta y sus obsoletos privilegios. En la cortedad de sus miras, en las que no hay espacio para los impulsos de un Espíritu que se divierte derribando muros, se atreven incluso a reservar el cielo para sus adoradores y a confinar en el infierno a quienes afean sus vicios.

Necesitamos más leña todavía

Ojalá que, recién rebasada la mitad de febrero, retorne enseguida el invierno para que la primavera pueda ser realmente tal y el resto del año trascurra como Dios manda, haciendo trizas el refrán de marras. Necesitamos con urgencia un horizonte despejado, una precariedad enjaulada, una seguridad de palabra labriega, unos brazos trabajadores, un tiempo productivo y una Iglesia zarandeada por el vendaval que en todo momento y lugar desencadena el Espíritu Santo.

Congreso de laicos españoles

El “congreso de laicos” que está teniendo lugar en España debería comenzar por sacudirse de encima un calificativo que por sí solo los deja fuera de juego. Sin querer, lo ha dicho el mismo presidente de la Conferencia episcopal española cuando, en el mismo congreso, ha denunciado el peligro de que los seglares "se mantengan en un estado casi infantil dentro de la Iglesia". No son ellos los que “se mantienen” en ese estado, sino los dirigentes eclesiales los que no les permiten salir de él. Es una barbaridad teológica que, en la comunidad que es la Iglesia, convivan dos tipos de personas muy diferentes, los clérigos y los laicos, cuando entre sus miembros no debería haber más diferencias que las derivadas de los distintos carismas que reparte gratuitamente el Espíritu Santo. De cualquier forma, ya el mismo Jesús de Nazaret indicó el camino a cuantos aspiran a sentarse en los bancos de adelante. ¡Bellas paradojas cristianas que tanto desconciertan a los trepas!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin.com

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