Desayuna conmigo (lunes, 21.12.20) Razón de la Navidad

¡Terrible contraste!

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El “solsticio”, de invierno en el hemisferio norte y de verano en el sur, que se producirá hoy, dentro de unos minutos, es denominación desenfocada de un fenómeno que solo tiene que ver con la Tierra, no con el Sol, pues no se trata de que el Sol se “pare” como para tomar aliento y desandar lo andado desde el solsticio anterior. Es la Tierra la que cambia la cara con que mira el Sol de tal manera que llega un momento en que la verticalidad de los rayos solares invierte su tendencia en un ir y venir incesante. Decimos que el Sol está fijo y que la Tierra bailotea en torno suyo, ofreciéndole ora una cara, ora otra, en un lento proceso en el que los días comienzan a decrecer en la medida en que aumentan las noches y viceversa, dependiendo del solsticio de que se trate. Algo así como un tango en el que el “mocín” se comporta como un poste y la “mocina” como una anguila. Un gran fenómeno, en fin, al que se adscribe la Navidad como nacimiento del “Sol Invictus” que es Cristo y que tiene mucha importancia para nuestras vidas y  cosechas, pero que, en perspectiva de Universo, es menos que una imaginaria ola en el vaso de agua que es nuestro Sol dentro de la Vía Láctea.

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Salvo para los cristianos que se toman la Biblia como un libro que es palabra de Dios sílaba a sílaba y que valoran como rigurosamente históricos los contenidos de todas sus narraciones, lo cierto es que sabemos muy poco, si no nada, del nacimiento de Jesús de Nazaret, de cuándo, dónde y cómo se produjo. Pero Jesús de Nazaret es Dios según nuestra fe cristiana y, como tal, debió de tener un nacimiento especial, si no por la riqueza envolvente de un príncipe terrenal, sí por la trascendencia social del Dios que ya era antes de todos los siglos. La Navidad, en cuanto a tiempo y forma, no deja de ser el escenario que los hombres hemos imaginado como el más apropiado para el nacimiento de Dios. Pero la verdad es que, en cuanto encarnación divina, la Navidad es un fenómeno que no pierde mordiente a lo largo de todos y cada uno de los días del año, ya que el Dios encarnado, Jesús, se identifica como persona con cada ser humano y, como salvador, con la fuerza que la fe en él impregna a toda debilidad.

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De tejas abajo, digamos que el solsticio de invierno del hemisferio norte acaba de producirse hace justo diez minutos (escribo esto a las 10.12 horas de hoy) y os aseguro que no he notado el frenazo del Sol y que, siendo tierra como soy, tampoco estoy en condiciones de sentir los cambios de su inclinación. Acaba, pues, de producirse el magno acontecimiento de nuestro “Sol invencible” y nosotros, como si tal cosa, si exceptuamos que el descubrimiento de la nueva cepa de la covid-19 en el Reino Unido nos ha puesto los pelos de punta y ha causado una debacle en las Bolsas. ¡Bien empezamos! Pero, siendo hoy el día más corto del año, nos cabe la dulce esperanza de que durante los próximos seis meses a nuestros días no les queda otra que crecer, tónica que también deseamos para las Bolsas y para el sentido común de todos los mortales. Alegrémonos y confiemos, pues acaba de comenzar la “gran navidad”.

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Subrayemos que, si para los cristianos la noche de hoy debería ser la que más se corresponde con la “noche buena”, habida cuenta de sus dimensiones litúrgica y teológica, en todo el mundo son innumerables las celebraciones de toda índole que tienen lugar esta noche para festejar un fenómeno natural, irrelevante de suyo. Para nuestro propósito, carece de importancia dar cuenta de tantos y de tan variados rituales festivos como hoy tendrán lugar en tantas naciones y sociedades, pues todo lo nuevo y los inicios de algo motivan sus ricos desarrollos. Si todos los días renacemos del sueño con las fuerzas recuperadas para iniciar una nueva andadura, el día de hoy nos ofrece la oportunidad de alinearnos con el Sol que nos alumbra y vigoriza para acompañarlo en su retorno a la verticalidad de unos rayos que hacen germinar la Tierra que nos alimenta.

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Pero, acostumbrados a vivir en una dualidad permanente, cuyo extremo sería el mal-bien que algunos creen que se han apoderado como entes autónomos del mundo en que vivimos, y cuyo cuerpo se gesta sin duda alguna en el valor-contravalor que toda acción humana lleva aparejados, tampoco la alegría de hoy por comenzar a tener el Sol más de cara podía ser completa, pues también ella lleva grapada a su cuerpo una pegajosa tristeza. Lo digo porque hoy, día del Solsticio de invierno que comienza a agrandar nuestros días y darnos más luz, resulta que se celebra en España el “día nacional del niño con cáncer”, un tremendo apagón, pues nada hay más triste en este mundo que ver a un niño con semejante atuendo. Todo lo referente a los niños despierta, o debería despertar al menos, una gran sensibilidad en los adultos, sobre todo cuando se trata de desgracias. Lo digo sin óbice para pensar que incluso los que ya hemos rebasado los ochenta años sigamos siendo niños, pues también nosotros somos débiles en la medida en que somos vulnerables y, como tales, dignos de compasión.

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Aunque los cánceres de los niños sean curables en más de un 80% de los casos, primero la agresión orgánica que suponen y, luego, la concomitancia de la idea de muerte que todo cáncer arrastra, no solo nos revuelven las entrañas, sino también recrudecen la amargura de la impotencia que sentimos. ¿Hay algo más cruel en esta vida que la muerte de un niño? Me parece bien que, en un ambiente ya abiertamente navideño, se nos haga reflexionar sobre una realidad tan lacerante. Se trata de una celebración aprobada por el Ministerio de Sanidad a propuesta de la “Federación española de padres de niños con cáncer”. Recordemos que en España se diagnostican cada año unos mil cánceres que afectan a niños y adolescentes y que, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en su tratamiento y de los logros que se obtienen, el cáncer sigue siendo la mayor causa de muerte entre ellos.

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Subrayemos que el diagnóstico de un cáncer infantil siempre tiene un gran impacto en una familia cuyos miembros, haciendo de tripas corazón y sobreponiéndose a su propio dolor, deben crear un ambiente positivo en el entorno del niño como factor importantísimo para su propia curación.  Por otro lado, la prevención y la reacción rápida ante cualquier síntoma son importantes para evitar o aminorar los estragos de los deterioros que causa el cáncer. De ahí que toda la familia deba estar atenta a los indicios que delaten algún deterioro de la salud de sus niños.

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El Sol que hoy nos sonríe como si de un recién nacido se tratara, el Niño Salvador que litúrgicamente está naciendo en Belén y los niños que corretean por los pasillos de los hospitales a la espera de que los Reyes Magos les traigan el regalo de la salud nos han salido al paso en esta mañana, tan preñada de luces y sombras, de alegrías y tristezas, de esperanza vivificadora. Hoy es un día de plenitud navideña que, en su sufrido devenir, presagia un mañana mejor. Derrotaremos la covid-19, a pesar de sus tretas y disfraces británicos, y volveremos a vivir felices, aunque tengamos que hacerlo con menos cosas superfluas, porque en el niño de Belén renace una vida que se alimenta de perdón y de amor como los más nutritivos y saludables manjares por los que merece la pena esforzarse.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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