No encaramamos ya a la cumbre del gélido Everest en que ha terminado convirtiéndose este año de riesgos y dramas. Mirando hacia abajo, toca llorar desoladamente por la muerte de los más de dos millones que se han quedado en la escalada y con los muchos más que sufren deterioros severos de salud. Desperdigados y tirados por la planicie han quedado cuantos, vaciadas sus carteras, han visto evaporarse sus haberes. Todo ello por culpa y demérito de un virus que se ha instalado cómodamente en nuestro equipaje sin que acertemos a saber qué gana él con su expansión aniquiladora. Creyendo que “no hay mal que por bien no venga”, uno no acierta a discernir qué de bueno ha podido traernos este mal bicho, como no sea pasarnos por las narices la fragilidad de la vida humana y la conveniencia de ponerse a trabajar todos juntos para expulsarlo de nuestras tierras. Faltan ya solo dos días para que el calendario de 2020 sea descolgado de la pared y para que sea entronizado en su lugar el “año vacuna” que esperamos que sea 2021, año de recuperación de salud y de repunte económico, a condición, claro está, de que todos, incluso los demasiado jóvenes y los demasiado viejos, nos empleemos a fondo, pues pintan bastos y es preciso que todos arrimemos el hombro en la medida de lo posible.

En cuanto a la marcha general de este blog, concebido con el propósito de hacer una relectura audaz del cristianismo para acoplarlo a nuestro tiempo, y más en particular con el del actual “desayuna conmigo”, que milagrosamente se ha mantenido activo todos los días de un año como este, tan largo por pesado y por bisiesto, resulta más difícil encontrarle algo bueno que a la maldita covid-19. Bien poco es ciertamente que su animador tenga las ideas claras sobre cómo debe vivirse hoy el cristianismo y que haya tratado de contarlo con gran afecto y sinceridad, sin pretender nada a cambio. Pero el vendaval de su mente no ha sido capaz de mover, siquiera, una hoja seca caída en el suelo. Llevamos anclada en los genes culturales una forma de concebir la religión como relación con un Dios misterioso, que cada cual modela a capricho, haciéndolo bailar ora con especulaciones mentales ora con intereses políticos y económicos, en vez de atender llana y directamente al maravilloso programa de conducta que, con altura de miras y duras exigencias personales, traza magistralmente Jesús de Nazaret. Tiempo habrá para concretar que la religiosa es una de las dimensiones vitales humanas que se nutre de valores y que sufre quebrantos cuando ingiere contravalores, cuya perspectiva moralizadora debe ayudar a que todas las demás dimensiones ganen en su terreno la pugna que se desencadena, en el seno de cada una de las acciones o relaciones que entablamos con los demás seres, entre valores y contravalores.

Pasado mañana, al finiquitar el año, cerraremos también este “desayuna conmigo”, especie de diario que ha tratado de llenar todos y cada uno de los días de un año para olvidar. Ni en el mejor de mis sueños aparecía la posibilidad de publicar una reflexión matinal diaria, encuadrada en el acontecer propio de cada fecha, porque el esfuerzo y el tiempo que cada reflexión requiere podían haber estado sometidos a muchos imponderables que la hubieran hecho imposible. Afortunadamente, no ha sido así, pues he podido ir respondiendo cada mañana a la llamada de cada uno de sus 366 días. Ello es motivo sobrado no solo de alegría, por haber cumplido una exigente misión, sino también de acción de gracias, por haber podido hacerlo.

Con tal de que a uno solo de los lectores de este blog, habituales o esporádicos, le haya servido de algo alguno de los artículos publicados en él, me doy por muy satisfecho y más que recompensado por los esfuerzos realizados. En lo sucesivo, con la esperanzadora irrupción de 2021 y contando no solo con la benevolencia que la dirección de RD siempre ha tenido conmigo, sino también con que los años no pesen demasiado y la mente no se vaya apagando lentamente, seguiré ahondando en el propósito general de hacer una “relectura audaz del cristianismo” abordando temas menos pegados al día a día y que trataré de publicar, de ser posible, también de forma periódica, aunque más pausada. Como operario de una viña ajena y sin derecho a salario, procuraré estar atento a lo que el Señor ordene de la forma que le plazca hacerlo.

Y ahora, reteniendo un poco la atención en el día de ayer, que estuvo tan dominado por el tema de la “inocencia”, confieso que me quedé sin espacio para haber escrito una línea, siquiera, en atención a cuantos hacen posible que se celebren tantos “días mundiales e internacionales” a lo largo del año, pues ayer, como si de rizar el rizo se tratara, se celebró el “día internacional de los días mundiales”. No es poca ni insignificante la labor que esas celebraciones realizan al poner de relieve a lo largo del año tantos temas importantes para tenerlos presentes y reflexionar sobre ellos. Hacerles caso le ha permitido a este blog no solo atender a lo más importante del acontecer de cada día, sino también leer los signos de los tiempos, la columna que a diario escribe el Espíritu Santo y la forma que tiene de realizar la encomienda de guiarnos como los hijos de la libertad que el Evangelio de Jesús nos ha ganado.

Lo cierto es que tras los días mundiales o internacionales hay muchas personas que los hacen posibles con su esfuerzo y generosidad, pues no son pocos los organismos que los declaran; las entidades, las asociaciones y las marcas que los proponen; los periodistas, los redactores de medios de comunicación y los escritores que los dan a conocer, y, finalmente, el público en general que responde a las propuestas y se atiene a ellas tanto en su quehacer diario como en su actividad profesional. Gracias a todas esas personas, el calendario se va poblando cada vez más de días mundiales e internacionales, es decir, de temas interesantes para reflexionar. Se trata de una forma de proceder que bien podría ser ella misma un sugestivo desayuno diario de reflexión, al estilo de lo que ha sido este blog a lo largo del año ahora felizmente languideciente.

Afortunadamente para los humanos, hasta lo malo es frágil y caduco. A la vista están, por un lado, el destino de la covid-19 a pesar de que ahora nos haga sentir dolorosamente sus estertores, y, por otro, las desventuras del boqueante año 2020. Cuando hablamos de “castigos eternos”, realmente no sabemos lo que decimos. ¿Podría alguien imaginar que un dolor de muelas pudiera durar toda la vida? Pues bien, si así fuera, la esperanza de morir y descansar podría hacerlo incluso soportable. La muerte se convierte en terapia y consuelo cuando pone fin a un sufrimiento horrible. Un Dios que inventara o permitiera un “tormento eterno” no podría ser más que el más ruin y despreciable de los seres. También lo malo se acaba afortunadamente y el contravalor tendrá que ceder su espacio al valor, igual que la muerte muere para que renazca la vida. Eso es no solo lo que creemos los cristianos, sino también la tea con que debemos prender fuego a nuestro mundo. Sabemos que nos toca jugar un partido difícil, bronco y sucio, con mucha tensión y esfuerzo, pero tenemos la firme convicción de que, por mucho que nos cueste, lo ganaremos. Esa certeza hace que incluso las patadas en las espinillas no duelan ni nos impidan seguir jugando con entusiasmo.

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