Audaz relectura del cristianismo (51) Rigor y relajación

Dos Polos y un Ecuador

Dos Polos y un Ecuador

El rigor y la relajación son dos conceptos que encuadran perfectamente todo el devenir del cristianismo desde su fundación hasta nuestros días. Lo hacen no solo en lo relativo a las confesiones teóricas de los cristianos (ortodoxia y herejías), sino también en el ámbito más específico y determinante de sus vidas, trátese de clérigos y religiosos o de laicos. En la vida de los cristianos de a pie ha habido épocas en que, sometidos en todo a la tiranía de la religión durante los siglos en que esta polarizó el acontecer social, el ascetismo se impuso de tal manera que, muchas veces, más parecían cadáveres ambulantes que hombres hechos y derechos.

El ayuno, la penitencia, el cilicio, la mortificación, la aguerrida aversión al pecado y su connatural secuela de condenación eterna eran, por así decirlo, el pan nuestro de cada día, el martirio del cuerpo y el alimento diario del espíritu. Claro que también hubo cristianos que, despreocupados o escépticos con relación al destino tenebroso de ultratumba, se tomaron tales enseñanzas y consignas a chirigota y, no sin cierta aprensión de riesgo, se pegaron la vida padre, vulgarmente hablando, a base de comilonas y francachelas.

En las instituciones eclesiales, particularmente en las monásticas, en las que el ascetismo desempeñaba un papel destacado, el temor de los fundadores era que el fervor primitivo, el de un nacimiento brioso y espectacular, perdiera lustre y amarres. Dichos fundadores, urgidos por su celo divino, no pudieron sacudirse el temor de que las inclinaciones hedonistas de la vida, tan consustanciales al ser humano, fueran minando poco a poco el fervor y los propósitos originales de sus seguidores para permitirse una vida más relajada o regalada, menos exigente y sacrificada.

Ardiendo en la hoguera

Los cristianos de nuestro tiempo

Fijándonos en lo que ocurre en nuestros días, también en el seno de las instituciones religiosas y en el ámbito cristiano en general, ocurre que se emiten juicios muy duros para juzgar los distintos comportamientos de quienes, a criterio de los autoproclamados jueces plenipotenciarios, no son fieles “ad pedem litterae” a las doctrinas, consignas y costumbres del ordenamiento cristiano.

Hay muchos cristianos rigoristas, muy activos en las redes y foros de comunicación, para quienes los que no profesan los dogmas en toda su integridad literal ni siguen escrupulosamente las consignas eclesiales, tan determinadas por cánones, preceptos y costumbres, es decir, todos los que no opinan ni viven como ellos, lo único que persiguen es una relajación de la disciplina cristiana que les conduce inevitablemente a la herejía y a la depravación. En resumidas cuentas, se trata de malvados que pretenden pasarlo bien en esta vida y además aspiran, cual caraduras ilusos, a disfrutar de las delicias paradisíacas de la vida venidera, sin darse cuenta siquiera de que, comportándose como se comportan, lo que hacen es vender su alma al diablo. Los condenan con tal vehemencia que, además de negarles el pan (eucarístico) y la sal (la razón de vivir), si pudieran los arrojarían gustosos a la hoguera como puerta de entrada en el eterno llanto y crujir de dientes que irremediablemente les espera. Obrando así, reafirman sus propias convicciones, ancladas en un rigorismo de tal calibre que obliga al mismo Dios al ejercicio de una justicia ramplona, la del diente por diente, sin apercibirse siquiera de que incuestionablemente Dios es padre misericordioso, Abba.

Es evidente que un juicio tan desconsiderado e inhumano parte del desconocimiento no solo de la vida real de los cristianos tan cruelmente juzgados, vida que nada tiene que ver en absoluto con la haraganería mental ni con permisividades obscenas, sino también de sus pretensiones cuando exponen sus pensamientos y delinean comportamientos evangélicos que no se acoplan o no se parecen en nada a los de sus despiadados y tiránicos jueces.

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Escalada peligrosa

Se pueden tildar las diferencias de criterio de herejía y las de vida, de relajo y disipación? Supongamos que los supuestos disidentes, de supuesta vida disoluta, se comportan más o menos como hago yo mismo y que piensen parecido a lo que expongo en este blog. Desde luego, les puedo asegurar que no son carnaza de ninguna maquiavélica o diabólica vendetta por agravios o frustraciones del pasado. Es más, aun a sabiendas de que escalan una peligrosa montaña en vez de hacerlo por una autopista llana o de que se deslizan por el filo de una navaja en vez de hacerlo por la ancha vía de la fe del carbonero, razón por la que sus vidas resultan incómodas y sacrificadas, lo que realmente hacen es afanarse por denunciar lo que les parece mal para que mejore. Saben muy bien que nada hay tan cómodo y dulce desde la perspectiva espiritual como obedecer ciegamente, sin jamás rechistar, los mandatos de sus superiores y como dejarse guiar hasta en los más mínimos detalles de sus vidas por las meticulosas ordenanzas eclesiales. Al discernir y disentir, también saben que serán represaliados de alguna manera por los poderes constituidos, represalias que muchas veces incluso hacen desaparecer el pan de sus mesas.

De fray Eladio Chávarri hemos aprendido que la regla de un equilibrado comportamiento orientado a la mejora de nuestra actual forma de vida consiste, en cuanto a las ricas diferencias de los pensamientos y vidas de los seres humanos, en discernirlas para asimilar todo lo que hay en ellas de enriquecedor.

El gran Inquisidor

Discernir

Deberíamos tener muy claro que el cristianismo que llega hasta nosotros es el producto de las lecturas del mensaje evangélico que han ido haciéndose a lo largo de su trayectoria. Deberíamos tener igualmente claro, además, que esas lecturas han sido varias y que no son las únicas posibles, tanto que el cristianismo necesita de una encarnación permanente en la forma de ser y de sentir de los hombres en cada momento. No basta pensar que el Vaticano II sentó las bases para una readaptación del Evangelio al medio humano en el futuro, porque también él fue un acontecimiento “inculturado”, es decir, inserto en unas determinadas circunstancias o premisas cambiantes. De ahí que nosotros debamos preocuparnos por hacer de ese Evangelio la lectura que lo convierta también en vida de los hombres actuales. Para darse cuenta de la brecha abierta entre la sociedad y la Iglesia basta pararse a comparar lo mucho que ha evolucionado aquella en los últimos cincuenta años y lo poco que lo ha hecho esta, a pesar de los encomiables esfuerzos del papa Francisco en la línea de la renovación.

Asimilar

Nada hay más impropio en la manera de proceder que los desprecios y las condenas originadas por las distintas formas de concebir el cristianismo y de comportarse como cristianos. Debemos asimilar las diferencias de quienes no piensan ni sienten como nosotros para enriquecernos con ellas. Debemos formular reglamentos flexibles que permitan el acomodo de las diferencias en la forma de entender el cristianismo que sean legítimas (hay muchos menos herejes que los calificados de tales) y en la forma de comportarse cristianamente (hay muchos menos “condenados” que los que algunos quisieran o, mejor, digamos que no hay ninguno para lamento de tantos jueces de pacotilla). No veo, pongo por caso, por qué tengan que ser exactamente iguales las vidas de los cristianos europeos y las de los asiáticos, americanos y africanos, sabiendo que todos ellos pueden vivir el mismo cristianismo, el que llama Abba a Dios y ayuda a vivir a los hermanos, en lo profundo de sus continentes y al abrigo de sus culturas.

Girolano Savonarola

Cuando la fraternidad deriva en odio

Más allá de la inculturación que necesita en todo tiempo y lugar el cristianismo, al igual que sucedió con la forma humana con que Dios se nos acercó en Jesús de Nazaret, un judío bien encajado en el judaísmo del siglo primero de nuestra era, el pretendido rigorismo de los cristianos que condenan olímpicamente la supuesta relajación de quienes ni piensan ni viven como ellos no demuestra más que la quiebra de la preceptiva fraternidad cristiana.

Además de la gravedad de tal hecho en sí mismo y dado que esos desprecios y condenas tienen carácter público, el asunto deriva en un escándalo que cuestiona, quiérase o no, la consistencia del mensaje evangélico mismo. Hoy no podría decirse de los cristianos actuales aquello, tan hermoso y seductor, de “mira cómo se aman”. En el fondo de todo ello anida un odio que nada tiene que ver con el odio divino al mal, en el supuesto, claro está, de que Dios necesitara realmente odiar algo o a alguien. Me refiero a un odio interesado, pues solo se debe a que la actitud del odiado les arrebata parte del poder que quisieran conservar íntegro para sí mismos.

El mal, como carencia de algún bien o como contravalor, no existe más que como calificación de algo que se deteriora. Ahora bien, el Evangelio atestigua  claramente no solo que Dios no odia a los malos, sino también que se compadece de ellos, los envuelve en su misericordia, los perdona y los redime. La cosa es tan clara y contundente que bien podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que todo el que no vea en el cristianismo el perdón y la misericordia de Dios para con todos los hombres no está influenciado por la forma cristiana de ver las cosas y de vivir la vida.

Conclusiones

Quedémonos hoy con que entre el rigor, que es solo ambición y tiranía camuflados, y la relajación, que es solo desidia y despreocupación irresponsables, está la fraternidad activa, vindicativa, como único camino delineado por el sentido común y por el Evangelio cristiano. No se debe condenar a nadie, sino discernir para asimilar las razones del que opina diferente. De vivir en los Polos del rigor y de la desidia, nos congelaríamos.

Fraternidad cristiana

Solo caminando por los senderos del Ecuador, donde realmente reside el sentido común y el amor, se camina alegre, confiado y feliz. Fuera del cristianismo, el del Dios Abba y el del amor a los hermanos, hace un frío que pela y congela. De ahí que la sociedad en que vivimos, tan anclada en el culto al dinero y al cuerpo, padezca una gran tiritona.

Por todo ello, podemos asegurar que el cristianismo que no aporte optimismo y alegría a la vida del hombre, incluso a la de quien se ve zarandeado por circunstancias dolorosas, no es absolutamente nada, no tiene ninguna virtualidad. La descalificación y el insulto de unos supuestos cristianos a otros ensucian únicamente, en última instancia, la boca de quien los pronuncia. No es de recibo ir por la vida condenando a todo el que piensa y vive de forma diferente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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