Desayuna conmigo (domingo, 28.6.20) Salario de profeta

Plenitud de lo humano

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Plato fuerte el primero que hoy se nos sirve en la mesa de nuestro desayuno al contemplar al profeta Eliseo comiendo en casa de una familia rica y hospedándose en ella, servicio por el que él, que lleva en sí la virtud divina, la premia con la plenitud de la vida, con un hijo. Familia rica y, además, con descendencia. En aquellos tiempos no se podía espirar a más en la vida. La pobreza y la infecundidad eran una maldición, una desdicha. La familia en cuestión acoge al profeta de Dios y este la compensa con la plenitud de lo humano. No se trató de una transacción o convenio comercial, sino de pura gracia por parte de ambos: una familia hospitalaria que acoge a un poeta y un Dios generoso que la premia por ello.

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San Pablo irrumpe en este escenario con lo más fuerte, intrincado y trascendental de su concepción cristiana: nuestra incorporación a la muerte de Cristo por el rito de bautismo es una incardinación completa a todo lo que fue su vida y a todo lo que sigue siendo, pues Cristo vive en Dios, como triunfante del pecado, y en nosotros, todavía caminantes hacia esa meta. El Evangelio de Mateo rubrica esa incardinación de tal manera que el Cristo de la fe copa por completo el horizonte operativo de cada cristiano, ligado a una fraternidad humana, de más férrea unión que la que originan los lazos de sangre.

Las teologías, las distintas escuelas de pensamiento, las ideologías y las sensibilidades cristianas parecen someternos a una especie de tortura mental convirtiendo nuestro camino en laberinto. Sin embargo, todo debería estar meridianamente claro para nosotros, pues cristianismo es igual a Cristo, que es la clara referencia, el camino, verdad misma y la vida eterna. La nueva evangelización no busca una piedra filosofal como clave para acoplar la fe cristiana al mundo actual, sino despojarla de cuanto se le ha ido adosando como lapa a lo largo de sus dos mil años de historia: volver al Evangelio, a Jesús de Nazaret para hospedarlo en nuestra casa como el profeta de Dios que es.

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Pararnos en las consecuencias de ese simple y sencillo gesto nos llevaría hoy muy lejos. No disponemos de espacio ni tampoco es necesario, porque todos tenemos muy claro en nuestra conciencia cómo deberíamos comportarnos para acoplarnos debidamente a las exigencias de una fe que nos pide tomar la cruz de insertar nuestra propia vida en el evangelio y a este en la sociedad actual. Sabemos que nuestro camino debe ser el de la cruz fructífera, el del grano de trigo que cae en tierra y se pudre para fructificar, el de una justicia que metamorfosea su esencial equilibrio en misericordia, donación, perdón, fraternidad y amor.

Me he referido a un discernimiento y a una fuerza evangélicos que son justo lo que necesitamos en estos momentos para celebrar hoy, como es debido, el “día internacional del orgullo LGBT”. Orgullo o dignidad, no una fiesta social extravagante, que, en vez de facilitar el proceso de normalización, podría contribuir al agravamiento de la repulsa social, desgraciadamente demasiado arraigada todavía.

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No es la primera vez que el tema de la homosexualidad nos sale aquí al paso, tema frente al que no me cansaré de repetir que la condición u orientación sexual de una persona la determina su cerebro, no sus órganos sexuales. Son muchas las sorpresas que nos da la genética humana y muchos los misterios que en ese terreno todavía no han sido descifrados. Afortunadamente, al ritmo con que la medicina progresa en saberes y se provee de técnicas quirúrgicas para acoplar los cuerpos a su orientación sexual, la sociedad va logrando derribar muros para integrar debidamente lo diferente.

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Al heterosexual y al homosexual no los hace malos su condición de tales sino una conducta que no responde a los parámetros de la justicia y, hablando en cristiano, a los de la caridad. Tan humano es uno como otro y tan cualificado está el uno como el otro para ejercer sus roles sociales. No hay razón objetiva alguna por la que a un homosexual no se le permita el acceso al sacerdocio o al matrimonio cristianos o tener hijos, sobre todo en unos momentos en que los avances científicos suplen carencias orgánicas y facilitan comportamientos sociales muy solidarios, que van de los masculino a lo femenino y viceversa.

En definitiva, ninguna persona debería avergonzarse de que sus órganos sexuales no se correspondan con su orientación sexoafectiva como consecuencia de que la sociedad haya venido valorando su condición como una “desviación” o incluso como una “enfermedad”. Desgraciadamente, la vergüenza, la exclusión social y las agresiones físicas han llevado a la muerte a muchas víctimas completamente inocentes.

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Insisto en la conveniencia de subrayar, sobre todo un día como este, la dignidad intrínseca de todos los homosexuales, dignidad que solo puede ser pisoteada, como ocurre con todos los demás, por una conducta egoísta y parasitaria. “Desde un punto de vista lingüístico, el término orgullo designa el amor propio o la estima que cada persona tiene de sí misma como merecedora de respeto o consideración. Esta definición transmite la idea de una dignidad intrínseca que todo ser humano posee y que no debe verse afectada por su orientación sexual. En este sentido, un concepto equivalente sería hablar de dignidad”.

Estos son los dos retos tremendos que se nos plantean esta mañana: llevar a cuestas la cruz cristiana que nos obliga a obrar con una justicia ensanchada a caridad, la única que nos hace seguidores de Jesús de Nazaret, y, en consecuencia, tratar como es debido en nuestro caso a quienes tienen una orientación sexual diferente de la nuestra.

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En este contexto, tan desafiante y difícil, nos sale hoy al paso una advertencia tremenda, revestida de profetismo calamitoso, pues Nostradamus predijo para este día, 28 de junio de 2020, una situación francamente dantesca: "los fenómenos naturales pasarán factura. Será imposible negar el cambio climático. Los tornados, las erupciones de volcanes y los huracanes golpearán con fuerza en muchos países". Puede que todo ello no sea más que una metáfora de la hecatombe que están causando en la humanidad el coronavirus y la crisis económica originada por él. Pero la climatología, por un lado, y el cristianismo, por otro, hacen que hoy luzca el sol (la cruz gloriosa, en cristiano) y que la perspectiva humana sea otra: el futuro parece estar en nuestras manos, un futuro que será brillante si, dejándonos guiar por el sentido común, nos convertimos y somos austeros y solidarios.

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En cuanto publique lo que precede, saldré para un largo paseo, sin temor a que el río se desborde y me lleve por delante o a que el camino se abra y me trague. Seguro que oiré cantar a los pájaros y que el río me envolverá en un arrullo divino. y seguro que, cuando llegue la noche, podré seguir dando gracias al cielo por las muchas gracias recibidas a lo largo de un día cuya única especificidad será la de ser el situado entre el 27 y el 29, entre el sábado y el lunes.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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