Desayuna conmigo (martes, 28.4.20) Salud y trabajo

¡Qué gran vasallo!

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El título elegido para hoy parece sacado de la preocupación más acuciante de todos los españoles en este momento. Salud y trabajo son los dos temas que estos días ocupan nuestra mente y las portadas y primeras páginas de los medios de comunicación. Se trata de dos luchas realmente titánicas: cómo pararle los pies y cortarle todos sus tentáculos al virus que nos ataca para preservar nuestra salud y cómo empezar a hacer frente a la crisis que este maldito bicho ya ha desencadenado, llevándose por delante, además de un montón de vidas, miles de empresas y millones de empleos.

Beneficios de la Prevención de Riesgos Laborales

Lo dicho es solo un marco circunstancial para encuadrar los temas que nos vienen dados del hecho de que en 1999 la ONU declarara el 28 de abril como el Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo. La situación excepcional que estamos viviendo este año por la pandemia que ha desencadenado el coronavirus hace que el tema de este día se centre en abordar las enfermedades infecciosas en el trabajo. A partir de 2003, la estrategia que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) imprimió a la celebración de este día mundial consiste en sensibilizar a la población sobre cómo hacer que el trabajo sea seguro y saludable, dándole a ese tema mayor peso político. De todos es bien sabido que unas veces las prisas y otras el ansia de una mayor rentabilidad hacen que se trabaje sin las precauciones debidas al tipo de trabajo que se realiza y que, lógicamente, se produzcan accidentes laborales que podrían haberse evitado fácilmente. 

De todos es bien conocida la cantidad de actividades que producen enfermedades profesionales, enfermedades a las que ha sido muy difícil hacerles frente para que no se llevaran por delante a muchos trabajadores a una edad temprana. Son demasiados los que mueren a causa de enfermedades profesionales, como en la extracción de minerales o en la manipulación de productos químicos. Igualmente, también son muchos los que mueren a causa de la cantidad de accidentes que todavía se producen en  el trabajo o en los desplazamientos de ida y vuelta al trabajo.

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Este día mundial es un toque de atención a un mundo de muerte que no tendría que ser, al menos en la cuantía que producen enfermedades debidas a una previsión deficiente y accidentes ocasionados por falta de la atención profesional debida. La sociedad está pagando un tributo demasiado elevado por desidias injustificables en cuanto a establecer las medidas necesarias y al control de su cumplimiento escrupuloso. Toda prevención es cara, pero su rentabilidad es la más alta de todas las rentabilidades, la de salvar vidas humanas.

En cuanto a la pandemia que padecemos, que es donde este día mundial pone el acento, y por lo que a España se refiere, está muy claro que las muertes que estamos sufriendo a causa del coronavirus deberían haber sido la mitad o menos de haberse reaccionado a su ataque profesionalmente, no políticamente.

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Por más que se quieran disimular o camuflar los datos, hay dos cosas muy evidentes. La primera es que los españoles somos una sociedad que actúa como un “gran vasallo”, sobre todo en tiempos de peligro común. Así se está demostrando frente a esta pandemia. Donde quiera que miremos, nos toparemos con héroes que van desde los que han tenido y todavía tienen que hacer frente al virus a pecho descubierto, con demasiados heridos y bajas en sus filas, como es el personal sanitario, hasta los que, en campos como el abastecimiento y el confinamiento, han tenido que emplearse a fondo en condiciones muy precarias. Sin duda, este virus está dejando tras de sí una pléyade de héroes anónimos que grita a los cuatro vientos el buen vasallaje del pueblo español.

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La segunda es que, lamentablemente, este buen vasallo no tiene un “buen señor”. No hay duda de que llegarán los momentos del llanto y del rechinar de dientes para tan desventurado señor, cuando le toque no solo verse despojado de su cetro, sino también cuando tenga que cargar con las dramáticas secuelas de su incapacidad e incompetencia. Es una buena pena que los políticos, dicho así en general, hayan empleado la mayor parte de su fuerza e ingenio para camuflar la situación y para vender, buscando réditos electorales, la idea de que han sido los mejores gestores a la hora de afrontar un cataclismo mundial como el que la humanidad está padeciendo. Pero es obvio que en España hay muchísimos más atrapados por el virus que los que se contabilizan como tales y que los cementerios y crematorios se tragan a muchos más muertos de los que figuran como tales en las listas de los tanatorios. El colmo de los despropósitos ha consistido en no promover los ritos fúnebres y otras manifestaciones de duelo en consonancia con el dolor sufrido por la población con el propósito de no menguar réditos partidistas. En suma, el buen vasallo que es todo el pueblo español está pagando un enorme tributo debido a la incompetencia de su enclenque señor.

Y tendrá que seguir pagándolo, una vez que la pandemia sea vencida, porque sus secuelas económicas tendrán muchísima más repercusión en nuestro territorio que en el de las demás naciones. Habiendo sido los españoles los primeros en todos los frentes destructivos del virus por carecer del gran señor que necesitamos, seremos también, con mucho, los últimos en remontar la crisis económica, que ya nos aprieta como un corsé en todo el cuerpo. ¡Lástima que los mejores soldados de todo el mundo tengan los peores capitanes que pueda imaginarse!

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Los hechos están ahí para quien quiera mirarlos sin anteojos ni dioptrías en sus ojos: salvo el abuso de algunos desaprensivos, el pueblo español está cumpliendo como es debido el papel que le toca, sea el de permanecer recluido en sus viviendas y poner al servicio del bien común sus industrias y sus dineros, sea el de ir al frente, la mayor parte de ellos sin los pertrechos necesarios, para dar la batalla al virus en su propio terreno. Y lo ha hecho en muchos casos con altura de miras de héroes dispuestos a perecer en la batalla por salvar a los suyos. Pero, frente a ellos, hemos tenido una clase política que, además de mostrar tanta ignorancia como incompetencia, ha pretendido sacar rédito político, con un autobombo sarcástico a despecho del sufrimiento del pueblo.

No tardará en llegar el tiempo en que los españoles tengamos que derramar el inmenso llanto contenido a lo largo de estos meses. Cuando afloje la pandemia, llegará el momento no solo de analizar el alcance de este gran desastre, sino también las consecuencias de haberse tragado a más de medio centenar de miles de víctimas y de haber despojado a millones de españoles de lo poco que tenían. Con el ánimo herido y la cartera vacía, los españoles tendremos que volver a afrontar, una vez más, con sangre, sudor y lágrimas, un futuro muy problemático. 

Seguro que también nosotros saldremos adelante, pero a costa de todavía muchísimo más sufrimiento y sacrificio. Solo que entonces tendremos mucho más claro que la mayor parte de tamaño desastre se ha debido a que el gran vasallo que los españoles somos no ha encontrado el señor que se merece.

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En ese contexto, aunque de ella no dependan ni las actuaciones sanitarias ni las decisiones laborales, a la Iglesia española le roca jugar ahora el gran papel de la solidaridad de que está haciendo gala la población española entera. Si no aprovecha esta coyuntura para dejar claro que ella es precisamente la sede de la solidaridad humana (la Iglesia es la institución universal del amor), elevando a nivel institucional lo que los cristianos han sabido hacer a nivel de calle, demostrará que también ella forma parte de la plantilla del mal señor que España tiene a su frente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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