Desayuna conmigo (sábado, 9.5.20) Sálvese quien pueda

 

Escila o Caribdis

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Hoy ni siquiera sería necesario recordar que celebramos el día de Europa, pues está en la mente de todos en unos momentos en que Europa, en vez de ser un instrumento muy valioso para el progreso de muchos pueblos, puede convertirse en un problema por la cortedad de miras de sus propias vivencias políticas y económicas. Ayer aludíamos a la rendición de las tropas nazis que ponía fin a la Segunda Guerra Mundial y hoy celebramos la trascendencia del discurso que Robert Schuman pronunció en París cinco años después, en 1950, discurso que dio lugar, al año siguiente, a que se pusiera en marcha el embrión de la actual UE creando la primera institución para mancomunar y gestionar la producción del acero y del carbón con vistas a conseguir la paz y la unidad de todo el continente.

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La preocupación primordial de hoy mismo es conseguir la solidaridad necesaria entre todos los europeos para superar la crisis del coronavirus en la UE y, por redundancia, en todo el mundo. Es ese un reto que, de no conseguirse, puede dar al traste con todos los demás retos, incluida la supervivencia de muchos pueblos.

Lo digo porque parece que, tal como están yendo las cosas, más que esa concitación a la solidaridad europea e internacional lo que se está imponiendo es el grito desesperado de “sálvese quien pueda”. Tal parece ser lo que acaba de ocurrir en España con el paso de la población de la fase 0 a la fase 1 de retorno a la normalidad y lo que ha venido ocurriendo en todo el mundo durante los meses que llevamos de crisis a la hora de acaparar los instrumentos sanitarios necesarios para luchar contra el coronavirus. A ello debe sumarse lo que todavía es más nefasto y escandaloso: la cantidad de depredadores económicos y políticos que tratan de sacar alguna rentabilidad a esta amarga crisis para aumentar sus caudales o sus poderes.

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Lo terrible de la situación es que un virus ha despertado otro y los dos parecen querer tragarse la humanidad entera, concatenando sus fuerzas destructivas, como si los humanos, en nuestra difícil navegación por la vida, no tuviéramos más alternativa que caer en las fauces de Escila o de Caribdis: si luchamos a fondo contra el coronavirus, caeremos en las terribles fauces de la miseria que está devorando vidas humanas sin parar; si se sueltan los correajes que nos atan a los muros de nuestras casas para que podamos salir a trabajar y ganarnos la vida, resulta que el coronavirus ya se encargará de quitárnosla.

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Difícil coyuntura en la que solo los muy diestros políticos y empresarios están en condiciones de ir delineando el sendero. Esta misma mañana he oído por radio que un famoso político se ha erigido en firme defensor de la vida de los madrileños, poniendo a caldo al gobierno de Madrid por querer pasar precipitadamente de la fase 0 a la 1 sin tener en cuenta esa vida, mientras que el gobierno aludido argumentaba que lo que quería defender con su propuesta de pasar ya de una fase a otra era precisamente esa misma vida. La argumentación demagógica y partidaria del político solo habría sido creíble si hubiera ido acompañada del ofrecimiento de sostener con sus propios ingresos familiares, que son diez o quince veces superiores al salario mínimo interprofesional, a diez o quince familias que se hayan quedado sin ingresos durante el tiempo que dure la crisis. Todo lo demás es pura charlatanería oportunista y descarada.

No son estos tiempos propicios para ese egoísta y oportunista “sálvese quien pueda”, sino para la solidaridad que, al menos teóricamente, se está pidiendo en Europa en un día como este, un día que nació de la necesidad imperiosa de erradicar por completo la posibilidad del mayor de los virus que han zarandeado a la humanidad, el de las guerras.

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Saber que si yo no te salvo a ti, tampoco me salvo a mí mismo es la más eficaz y contundente vacuna que se puede desarrollar en los laboratorios de la “humanidad”. Si Europa acierta a ser solidaria, mucho más en la tesitura actual, se convertirá en un gran continente, en un gran eje que hará que funcionen como es debido, bien acompasados, el Oriente y el Occidente. Un día de Europa difícil el que celebramos este año, con la mitad de los europeos confinados en sus casas para no convertirse en carnaza de un bichito tan voraz como el coronavirus, malhadado microorganismo que necesita nuestra cooperación para seguir haciendo de las suyas. Por retarnos a vivir o a morir, debe concitar lo mejor de cada uno de los europeos para abrazarnos y salvarnos juntos.

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Sin la menor duda, hoy Europa tiene un soberbio modelo en el que mirarse y que, por más que le repugne a muchos que no están precisamente en la línea del interés global, está en la base de su propia razón de ser y de su constitución como unión de pueblos enclavados en un determinado lugar. Me refiero, naturalmente, a la religión cristiana, una religión tan asentada sobre la solidaridad que convierte la misma en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Hablo de una “religión cristiana” que nada o muy poco tiene que ver ni con las altas jerarquías eclesiásticas ni con los ritos, algunos sumamente obsoletos, que la Iglesia institucional viene practicando para apiñar a sus fieles. Hablo de la religión que encarna a Dios en el hombre, primero en Jesús y, a través de él, en todo ser humano, de la que ve incluso en el ser humano más deteriorado y nauseabundo la imagen viva del Dios en quien cree. Hablo de la Iglesia que se construye únicamente sobre la solidaridad incondicional, sobre el amor como un único precepto que engloba todo precepto y regla de comportamiento. Hablo de la religión del único precepto del amor que realmente hace libre al ser humano porque, en amando, todo lo demás está permitido.

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El día nos lleva a celebrar también la publicación en 1605 de la primera parte de El Quijote, ese libro que no solo ahorma la lengua española, sino también que es patrimonio de toda la humanidad, razón por la que, sin la menor duda, merece ser el libro más leído en el mundo tras la Biblia. En el contexto de lo que venimos exponiendo, de la necesidad imperiosa de la solidaridad en estos momentos y de que Europa necesita descubrir la huella de Dios en su propio territorio, bástenos recordar que la lengua española es la mejor para “hablar con Dios”, oración a la que nos empuja  un virus que, al romper todos los moldes de nuestras endebles seguridades humanas, nos fuerza a buscarlas donde realmente están. De hecho, los seres humanos, que le han visto las orejas al lobo, están rezando en estos momentos mucho más de lo que lo hacían antes.  Ojalá que logremos descubrir que ese diálogo con Dios pasa inexcusablemente por lo que les digamos a los seres humanos que conviven con nosotros, de la solidaridad con que nos comportemos con ellos.

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Finalmente, el día nos hunde en una tristeza de factura enteramente humana al recordarnos la crueldad con que, un día como hoy de 1978, fue asesinado el político Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Se frustró así la gran proyección política de un hombre en su mejor edad, pues tenía 62 años, no solo para Italia, sino también para Europa. Fue uno de los más importantes líderes de la Democracia Cristiana Italiana, un hábil negociador, dotado de pragmatismo y paciencia. En 2017 la Vicaría General de Roma anunció que abriría un proceso de beatificación por sus virtudes heroicas. Las circunstancias de su muerte nunca han sido esclarecidas por motivos políticos. 

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No son tiempos, pues, para un “sálvese el que pueda”, pues la salvación personal está incondicionalmente ligada a la salvación de todo los demás. No son tiempos de egoísmos, territorios en los que se asientan los monstruos marinos que acechan nuestra navegación, sino de la solidaridad que nace de la conciencia clara de que nuestras vidas están interconectadas las unas con las otras. Son tiempos de la oración que amplía horizontes, del diálogo a fondo con los demás seres humanos que viven a nuestro lado y al mismo tiempo que nosotros, pues es en ellos, únicamente en ellos, donde podemos encontrar la mejor imagen que podamos formarnos del Dios en el que creemos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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