Desayuna conmigo (lunes, 22.6.20) “Semper reformanda”

Viveza de la sociedad

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Aunque el título de hoy forme parte de lo que se ha convertido en un aforismo latino (“Ecclesia reformata semper reformanda est”) y tenga un cierto sabor protestante, lo cierto es que lo único que hace es dar cuenta del dinamismo propio de los seres vivos, incluidas las asociaciones o agrupaciones humanas, debido a que la vida, que es pura ebullición, no transcurre en una burbuja herméticamente cerrada, sino en espacios abiertos. El Evangelio cristiano mismo es una profunda reforma del judaísmo y de la trayectoria histórica del pueblo judío. Que al movimiento protestante se lo conozca globalmente como la “Reforma” es un tanto a su favor, mientras que el movimiento católico que se resistió a su empuje, al ser denominado “Contrarreforma”, partió en desventaja. Lo digo porque tanto la creación de la Iglesia de Jesús como su marcha secular están concebidas como obra del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, cuya acción permanente no está sometida a ningún cauce ni reglamento, ni siquiera en el momento de elegir al papa.

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Lo que precede viene a cuento hoy, como plato fuerte de nuestro desayuno, porque en este día de 1995 moría el teólogo dominico Yves Congar, nombrado “cardenal” como un reconocimiento y un honor que solo disfrutó el último año de su vida. Durante mis estudios en París en el Instituto Ecuménico recién creado, de septiembre de 1967 a junio de 1969, no tuve la suerte de conocerlo, pero su presencia doctrinal se dejó sentir, poderosa y seductora, todo el tiempo. Sin duda alguna, Yves Congar ha sido uno de los teólogos que más han influido a lo largo del s. XX en el devenir de la iglesia, siempre problemático en su necesidad de comprender y acercarse a la sociedad de la que se dice mediadora de salvación.

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Tras llevar unos años “confinado doctrinalmente”, el buen papa Juan llama a Congar para trabajar en los documentos más importantes del Concilio Vaticano II junto a otros teólogos tenidos entonces por avanzados, como Joseph Ratzinger y Henri de Lubac, y los que realmente lo eran, como Karl Ranher, Edward Schilleveeckx y Hans Küng.

Para no detenernos aquí demasiado, digamos que a Congar le preocupaba el papel de la jerarquía en la Iglesia y que no escatimó críticas fundadas a la institución eclesial, pues, por ejemplo, veía a los obispos como “encorvados absolutamente en la pasividad y el servilismo(“por el pan baila el can”) y entendía que la catolicidad debería consistir en la capacidad de la Iglesia para asimilar y desarrollar todos los valores auténticamente humanos y la diversidad cultural de la humanidad.

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Sin duda, era la suya una mentalidad muy abierta para aquellos tiempos y no es de extrañar que se acercara con fuerza al movimiento ecuménico, surgido fuertemente como oración en 1908 en el mundo protestante, movimiento del que tanto receló Roma prácticamente hasta el mismo Concilio Vaticano II. Naturalmente, dado su acoplamiento a la sociedad en que realmente vivía, Yves Congar prestó gran atención a un movimiento que ya estaba rompiendo los fuertes corsés que aprisionaban la fe y la reflexión teológica.

Basten hoy estas pinceladas para sentirnos honrados y agradecidos por la obra de un gran dominico a quien la Iglesia actual debe muchos de sus actuales esfuerzos de adaptación al mundo real para que fructifique en él  como es debido su mensaje de salvación. Sin duda, de esas fuentes beben las aperturas que el papa Francisco hace en la actualidad no solo al “mundo cristiano”, considerado todo él como cristianamente hermano, sino también al mundo no cristiano, construido sobre la fraternidad universal, por más que en el propio seno de la institución eclesial encuentre una férrea oposición de quienes conciben el cristianismo no como vida que infunde gracia a los hombres, sino como un “sagrado depósito” que es preciso conservar intacto. Y la verdad, obvia y cristalina, es que los cristianos no transportamos de un lado para otro un “arca de la alianza”, sino que somos panaderos que cada día fabrican el “pan de vida” para alimentar, física y espiritualmente, a todos los seres humanos.

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El día nos trae otras efemérides que abundan en la idea sugerida del cambio o reforma constante de la vida humana. Cambios terribles como el que dio Hitler, un día como hoy de 1933, al prohibir todos los partidos políticos menos, claro está, el “nacionalsocialista” suyo, prohibición que pronto se extendió a los sindicatos y que no tardó mucho en crear la terrible la Gestapo.

Cambios tan determinantes como la aprobación, también un día como hoy de 1981, del divorcio en España (162 votos a favor, 128 en contra y 7 en blanco), sin duda una reforma que ampliaba considerablemente las libertades de los españoles y que, en última instancia, mal que le pese a algunos, no vino más que arrebatar  a la institución eclesial un poder usurpado y que la Iglesia ejercía, y lamentablemente sigue ejerciendo, con sus extraños procesos de abolición o anulación matrimonial, procesos que, a fin de cuentas, no son más que simples divorcios, por mucho que se exagere el papel divino en un sacramento basado en un “compromiso verbal humano”. Objetivamente, digamos sin entrar en detalles que hay mucho más discernimiento, comprensión y misericordia en un proceso de divorcio matrimonial social que en el de una anulación eclesiástica.

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Cambio importante y día triste, sobre todo para los niños, fue la muerte, un día como hoy de 1976, de “Fofó”, uno de los entrañables “payasos de la tele” junto con sus hermanos, “Gaby” y “Miliki”, que tantísimos ratos de diversión e ilusión hicieron pasar a millones de niños españoles y latinoamericanos. Fue un día en el que, sin la menor duda, fueron muchos los niños que se sintieron huérfanos y lloraron una amarga ausencia. Fofó se ha establecido en la memoria colectiva como un testigo fiel de lo fácil que resulta, cuando se quiere, construir una vida alegre y divertida sobre un armazón tan sencillo con las únicas herramientas del buen ánimo y de un sencillo humor

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El día nos recuerda otros cambios más circunstanciales del mundo deportivo y económico, campos todos ellos sometidos también, por lo  general, a una gran tensión. Y así, un día como hoy de 1986, en el campeonato mundial de fútbol de México, la famosa “Mano de Dios”, debido a la habilidad tramposa de Maradona, hacía subir al marcador un gol fraudulento argentino que dio paso a la derrota de la selección británica y a la consecución de un campeonato del mundo. ¡Qué grande sería el fútbol, lo mismo como competición local que internacional, si entre todos consiguiéramos liberarlo de los tramposos y de los buscadores de fortuna que pululan en sus vestuarios!

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Y también un poco antes, en 1934, un día como hoy se sentaron las bases para la celebración este 22 de junio del “día internacional del Volkswagen Escarabajo” al firmarse el tratado entre la asociación de la industria alemana del automóvil del Reich y Ferdinand Porsche, que llevó a la fabricación del popular “Escarabajo” en 1938, el coche de un solo diseño con la más larga duración de producción y uno de los que, durante años, más hemos visto circular también por las carreteras españolas.

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Vivimos tiempos convulsos que plantean difíciles retos. Seguramente todos los tiempos han sido parecidos, aunque desde la lejanía haya períodos que nos parezcan muy tranquilos. Hoy, en un mundo tan superpoblado, la amenaza de las pandemias se hace más dramática, aunque contemos con muchos más medios para combatirlas. La superpoblación es en sí misma un enorme reto, teniendo en cuenta además que vivimos muchos más años, con los deterioros que inevitablemente la edad lleva consigo. Aunque todavía haya recursos para todos y aunque las comunicaciones y los transportes estén muy avanzados, en nuestro mundo hay enormes bolsas de población condenadas a la miseria más severa y a la hambruna. Por otro lado, dado que los problemas económicos no hacen más que encadenar una crisis tras otra, una gran mayoría de los ciudadanos se ve sometida a permanentes crisis de estrés y depresión cuyo final son muchas veces terribles maltratos y crueles suicidios.

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Frente a todo ello, el cristianismo debe convertirse en un fuerte impulso vital que, lejos de encadenarnos y ponernos trabas en el camino, nos ayude a aligerar las cargas inevitables de la vida fomentando entre nosotros una sólida fraternidad efectiva. La Iglesia no puede ser algo dado, como una herencia que se recibe de los padres y se certifica ante un notario, sino una forma de vida que hay que sostener y mejorar día a día. El pan de vida no está hecho para ser guardado en un sagrario o exhibido en una custodia como si de un tesoro se tratara, sino para “ser comido” a fin de que nos dé las fuerzas necesarias para llevar una vida como es debido, dura y difícil, pero gozosa y esperanzada, que pace en verdes praderas y bebe frescas aguas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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