Desayuna conmigo (martes, 10.3.20) Soledad

Cuando todo da igual

La soledad

Desde luego, el título no homenajea a ninguna mujer con ese nombre ni abre cauce a las musas para que se prodiguen sobre un sentimiento humano tan polivalente como el de vivir en soledad o padecerla. Son muchos los santos que la han buscado como camino de perfección para ir a Dios y también muchos los que se han suicidado por sentirse irremediablemente solos. En nuestro caso se refiere únicamente a que, no sé si abducido por el pesimismo que destilan los medios de comunicación o simplemente por haber pasado una mala noche, esta mañana me he levantado con una pegajosa y molesta sensación de absoluta vacuidad, de una abisal impotencia para emprender nada que merezca la pena y, menos aún, para escribir algo sabroso para compartir con los comensales que me acompañen en este desayuno. ¡Qué horror! ¡Qué vacío! ¡Qué nihilidad!

El peso de la propia vida

Al mirar atrás es como si, tras casi ochenta años de brega, el desalmado alzhéimer hubiera borrado el archivo de mi memoria; como si todo lo que he almacenado en la despensa tras un aprovisionamiento compulsivo se hubiera descompuesto de golpe y ya no quedara en ella nada comestible. La verdad es que, mirando al pasado, esta mañana no encuentro nada de valor en mis largos años de vida y, encarando el futuro, además de que me es forzoso verlo como muy próximo, me parece un muro infranqueable. Incluso el rostro de Dios, habitualmente acogedor y sonriente, se me vuelve ahora ceñudo y mira a otra parte.

Frente a la pantalla de mi ordenador me siento realmente como un francotirador que dispara sus proyectiles a lo loco, sin apuntar siquiera, pues me domina la amarga sensación de que estoy perdiendo soberanamente el tiempo y de que mis esfuerzos, por audaces y sacrificados que sean, son completamente baldíos. ¿Conseguiré algo algún día con lo mucho que ya llevo escrito en este medio sobre la conveniencia de hacer una audaz relectura del cristianismo para liberarlo de las adherencias que en él va dejando el tiempo, con vistas a que su luz brille como es debido y a que su sal no se desvirtúe? Me parece de ilusos esperarlo siquiera. Este desánimo mañanero hace que me cuestione incluso si la Iglesia estará aportando algún valor a la vida de los hombres, esa vida tan problemática que hoy se me muestra como un recorrido insensato de la nada a la nada. ¡Qué desazón más frustrante me produce contemplar la Iglesia como una candela que se va apagando lentamente por falta de combustible!

Camino a ninguna parte

Si desde las inquietudes cristianas sedimentadas en la conciencia, que de vez en cuando afloran a la superficie a pesar de tantos pesares, me asomo a la vida de todos los días, me doy de bruces con un maldito bicho, el odioso coronavirus, que bien que está jodiendo la vida social y tirando por tierra las finanzas. Seguro que nada más destructivo podría habernos cabido en suerte para acelerar el ritmo de ansiedad que está creando de por sí un año tan saturado de miedos. Lo de que “éramos pocos y parió la abuela”, igual que lo de que “si algo puede empeorar, empeora”, son dichos populares que enturbian ahora mi memoria y la atiborran de pesimismo. No es que yo sea precisamente pesimista, que no lo soy, pero un pesimismo radical me atiza esta mañana de lo lindo.

En estos momentos debería hacer caso a la consigna ignaciana de “en tiempo de desolación, nunca hacer mudanza”, pero la verdad es que una situación tan incómoda incita fuertemente a buscar un clavo ardiendo al que agarrarse. Y, claro está, como todo es negro, no hay forma de encontrarlo.

Hondas verdades

Ayer asistíamos impotentes a los gritos de dolor de las mujeres mexicanas, tan maltratadas y tan salvajemente quitadas de en medio. ¿Cómo evitar tanta barbarie? ¡Impotencia total! También, aunque no lo mencionáramos, al celebrarse en España el día de los desaparecidos, algunos medios dieron cuenta de que hay más de cinco mil familias españolas que sienten que no tienen ningún derecho ni a sonreír ni a tener siquiera una alegría mientras uno de sus miembros sigue desaparecido tras meses y años de búsqueda. ¿Cómo se podría aliviar un poco la sobrecarga de dolor y tristeza tan tremenda que sufren esas familias españolas? Y si desde tan amarga sensación de impotencia me pongo a pensar, que es lo que me ocurre a mí esta endiablada mañana, en la cantidad de sufrimiento gratuito que de mil maneras nos causamos unos a otros, abrumado por el asco, no me quedan ganas más que de replegarme, de enrocarme tras la camisa que llevo puesta y de ir encogiéndome hasta desaparecer del todo. A fin de cuentas, así he encontrado el mundo y así seguirá cuando yo me haya ido, pues mi paso por él no dejará más huella que la de una ola mecida por el viento.

Frente a un hermoso mundo inconsistente

¿Qué es la vida más que un soplo? Uno puede estar rebosante de salud y, un minuto después, traspasar la barrera del tiempo. Me contaron una vez que un buen hombre se había hecho un chequeo general en un hospital cuyo resultado fue que estaba como un cañón. Pues bien, su euforia y su alegría fueron tales que salía del hospital dando brincos de alegría hasta que, en la misma puerta, cayó fulminado por un infarto. Me aseguraron que era cierto, pero, de no serlo, daría igual porque lo obvio es que la vida humana, tenga uno la salud que tenga, pende siempre de un hilo.

Y ¿qué es el dinero sino una simple certificación de la nada? ¿Quién nos garantiza que los ahorrillos que hemos ido acumulando con tanto sacrificio en el banco, esos que hoy todavía tienen algún valor, seguirán teniéndolo mañana? Ayer mismo muchos españoles se acostaron tras haber perdido en un solo día nada menos que un 8% de su patrimonio.

Noche oscura de San Juan de la Cruz

Llegados a este punto de abisal desolación, más vale que pida disculpas por este ácido desahogo a los comensales que hayan tenido la amabilidad y el aguante de acompañarme en este extraño desayuno, en el que me estoy encontrando con la cruda realidad de la vida sobre la mesa. Y, como a pesar de todo quiero agarrarme a algo positivo, les agradezco de corazón su paciencia a prueba de bomba al aguantar un amargo soliloquio que me ha permitido llorar en su hombro y aflojar un poco mi tensión. Los místicos aseguran que, en el peregrinaje cristiano hacia la perfección evangélica, es preciso atravesar “noches oscuras” (san Juan de la Cruz dixit). Pues bien, lo que acabo de describir tal vez haya sido solo “una mañana oscura”. Es esa una bonita posibilidad que me devuelve la alegría de pensar que pudiera estar en el buen camino. ¡Ojalá! Gracias, amigos.

Correo electrónico: ramonhernadezmartin@gmail.com

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