Desayuna conmigo (domingo, 9-8-20) Suave y fresca brisa

Devastaciones

75494107

En tiempo de huracanes y terremotos, nada más natural que el deseo de que se calmen los cielos y se aquiete la tierra para que sus fuerzas, desencadenadas, no nos arrastren al abismo. Pasa lo mismo en tiempos tórridos, como los que ahora sufrimos, cuando el fuego prende en montes, urbanizaciones y poblaciones, haciendo irrespirable el aire y llevándose por delante haberes y haciendas. ¡Qué alivio saber que se ha extinguido el incendio que nos cercaba! No, Dios no puede estar ahí, en la destrucción, en la aniquilación y en el fuego. La primera lectura de este domingo hace sentir al profeta Elías la presencia del Señor como una brisa suave, refrescante, que alivia rigores y da sentido y gozo a la vida. Anoche salí de casa tarde, pasadas las 23 horas, a llevar la basura a los contenedores situados en la carretera que bordea el pueblo por su parte alta, la noroeste. Las terrazas de los restaurantes estaban a rebosar, imposible encontrar una mesa. En el recorrido me crucé con medio pueblo. Todos ponderaban lo delicioso del paseo nocturno, en un entorno en el que la noche añadía magia al escenario, acariciados por una suave brisa que se filtraba por la piel y por los pulmones hasta los pies y te hacía sentir plácidamente todo el cuerpo. Dios era, según la liturgia de hoy, la suave y fresca brisa de la bella y mágica noche serrana.

1466947220_278337_1466947585_noticia_normal

Por su parte, san Pablo nos confiesa su pena y dolor porque nosotros, los cristianos, llevamos a Dios en nuestro ADN y vivimos como si no existiera. Su dolor es tan intenso que estaría dispuesto a convertirse en proscrito para que supiéramos que su gran obra de salvación es completamente nuestra, desde los profetas y la alianza hasta el mismo Mesías. De hecho, Dios está más en nosotros que nosotros mismos, pues cada segundo de nuestra existencia tiene entidad de eternidad y cada cabello nuestro cuenta para él. “El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”, canta el salmo, celebrando que la misericordia y la fidelidad se abracen y la justicia y la paz se besen. 

hqdefault

En el evangelio de hoy Jesús nos tiende la mano y nos anima a confiar en él, incluso cuando los cimientos de nuestra vida se vuelvan líquidos: él es la roca sobre la que se asienta su mensaje de salvación. Subrayemos como es debido que, tras el gran evento de saciar el hambre de la multitud, Jesús se retiró y subió solo a un monte para orar. La oración y los momentos de íntima compenetración de Jesús con su Padre tienen lugar, por lo general, en la naturaleza y en los montes, en repulsa quizá de la lenguaraz oración de recitaciones cansinas de los fariseos en el templo. ¿Sabemos realmente los cristianos que para orar no necesitamos palabras porque Dios conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades y que toda la naturaleza se ha convertido en un maravilloso templo de Dios? Confieso que nunca me he encontrado mejor ni más inspirado para dirigir mi mirada agradecida al cielo que cuando camino raudo, acompasado por el ruido rítmico de las aguas de los ríos o acunado por la brisa y la belleza de las montañas.

yukpas-5-edited

La agenda del desayuno de hoy nos pone en la mesa, además de la invitación litúrgica a sentir la suave brisa de un Dios que pasa a nuestro lado y nos transforma en su hábitat, otras preocupaciones urgentes. Una de ellas, al compás de la celebración hoy del “día internacional de las poblaciones indígenas”, nos invita a viajar a lugares remotos y adentrarnos en las selvas para acercarnos humanamente a los casi quinientos millones de indígenas que viven en noventa naciones. En vez de acercarnos a ellos para apoderarnos de sus territorios y riquezas, como hemos hecho en el pasado, deberíamos hacerlo para, tras respetar su forma de vida y su cultura, aportarles las ventajas vitales de nuestros propios grandes avances en todo lo que favorece la vida, sobre todo en los ámbitos de la alimentación y la salud. Debemos acercarnos a ellos para compartir con ellos lo nuestro (tal es el sentido de la “misión cristiana”), para darles lo nuestro, no para robarles lo suyo, que, repito,  es lo que hemos venido haciendo a lo largo de los tiempos.

f8c07369070760e24138281f0fd1c792

Otra preocupación de hoy, al ritmo que nos marca la celebración del “día internacional de la solidaridad con la lucha de la mujer en Sudáfrica y Namibia”, se refiere a la defensa decidida de los derechos de las mujeres en todo el mundo, tema que todavía tiene por delante un largo recorrido en la evolución deseada de nuestra forma de vida. Se habla aquí de Sudáfrica y Namibia como dos lugares en los que esos derechos han sido más pisoteados. La “ley de pases” (a los lugares reservados para los blancos) provocó en Sudáfrica crueles linchamientos. Veinte mil mujeres se manifestaron allí el 9 de agosto de 1956, alegando que esa ley causaba indecibles sufrimientos a las familias negras. Una canción, creada para la ocasión, hizo famosa la expresión: “tocaste a las mujeres, tocaste una roca que te aplastará”. Superado aquel infierno, hoy deberíamos pensar, más bien, que tocar a las mujeres (reconocer sus derechos) es tocar la roca bíblica del gran éxodo, la que daba agua a los israelitas en el desierto del Sinaí.

42-35623976_2000x1333

Otra gran preocupación que hoy nos sale al paso es recoger las lágrimas que Jesús vertió por Jerusalén, por una destrucción que no dejaría piedra sobre piedra, debida a la revuelta que allí se produjo un día como hoy del año 70, cuando Tito arrasó la ciudad y destruyó el templo. De aquella época apenas nos queda hoy el Muro de las Lamentaciones. Recuerdo, de paso, que tuve la oportunidad de orar frente a ese Muro dos o tres veces, pero confieso que, para invocar a Dios y agradecerle sus dones, prefiero la cuenca de los ríos asturianos y, sobre todo, las montañas asturianas y serranas.

Recordemos, siquiera, que la Jerusalén que se erguía frente a Tito parecía una ciudad inexpugnable. Estaba fortificada con tres murallas y albergaba, además del recinto del Templo, dos tremendas fortalezas: el antiguo palacio de Herodes el Grande, con tres torres imponentes, y la fortaleza Antonia, en el ángulo noroccidental del Templo, con cuatro torres muy potentes”.  Pero todo ello parece que se diluyó en las amargas lágrimas que brotaron de los ojos de Jesús, el devoto judío que sufrió en su ánimo la terrible humillación que, como punto de partida para otros muchísimos males históricos, tenía que sufrir muy pronto su propio pueblo.

templo-salomon

Conocemos por Flavio Josefo los pormenores de aquellos terrible cinco meses que duró una contienda tan dura y cruel que el mismo Josefo creyó que el Dios de los hebreos se había pasado al bando de Roma. Judea quedó prácticamente arrasada. En un país de menos de un millón de habitantes los damnificados fueron más de doscientos cincuenta mil.  La mayoría de los supervivientes fueron vendidos como esclavos; unos pocos se destinaron a combates de gladiadores; otros, a las minas de Egipto. Solo algunos volvieron a su vida normal en un territorio arruinado.

b3e0173d-city-14411-167f5c42673

Y, hablando de destrucción, hagamos memoria, finalmente, de que un día como hoy de 1945, como ya dijimos hace unos días, se lanzó la segunda bomba atómica sobre Nagasaki y de que, muchos años antes, en 1173, se inició la construcción de la, al parecer, “indestructible” Torre de Pisa, que sigue ahí en pie, desafiante de la ley de gravedad. Por de sobra conocida como singular atractivo turístico y reclamo indiscutible de la ciudad de Pisa, no es necesario que nos detengamos en sus peculiaridades, salvo en el hecho, una vez más comprobado, de que los hombres somos capaces de crear bellezas que remedan las obras mismas del Creador.

torre-pisa-klIG-U501921388315muD-624x385@Las Provincias

Dios pasa hoy a nuestro lado como suave y fresca brisa que nos invita a subir a la montaña de la oración y a confiar en la mano que, sobre el mundo líquido en que nos toca vivir, nos tiende Jesús. Caminaremos seguros sobre las aguas y nos subiremos a su barca, convertida en el laboratorio que certifica que nuestro ADN es el mismo de Dios, pues no en vano somos su pueblo, sus hijos, y él ha firmado con nosotros una alianza eterna de amor y perdón. Por mucho que se incline la maravillosa torre que somos, ahí seguirá enhiesta, desafiando cuantos huracanes le salgan la paso, cuantos terremotos quieran horadar sus cimientos y cuantas fuerzas malignas de gravedad pretendan aplanarla.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

Volver arriba