Desayuna conmigo (sábado, 05.12.20) Tiempo y dinero para servir

Solidez, imaginación y armonía

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Toca hoy hablar de un tema por el que siento especial debilidad y del que me gustaría hacerlo con sumo tacto, respeto y devoción. Es más, creo que es un tema que ilumina el futuro de la humanidad, abocada a la fraternidad por las coordenadas que la conducen, aunque progrese muy lentamente en ascensión de dientes de sierra. Sin duda, se trata de un tema que abre un camino, perfectamente transitable, hacia la mejora de la sociedad por la que todos suspiramos. He dicho “tacto, respeto y veneración” porque me va en ello la experiencia de haber dedicado muchos años de mi vida, robándole horas a mi profesión y a mi sueño, a promover utopías que pretendían algún tipo de mejora social y que solo me reportaban una gran satisfacción personal. He dicho “fraternidad” porque disponemos de tiempo y de medios para aspirar a la excelencia de la vida. Afortunadamente, que ya no necesitemos trabajar de sol a sol para sobrevivir y que el trabajo bien hecho y debidamente remunerado de un solo trabajador provea a la vida digna de toda una familia nos deja horas sobradas para entretenimientos y aburrimientos.

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Este aperitivo viene a cuento de que hoy celebramos el “día internacional de los voluntarios”, celebración que echó a andar en 1986 con el propósito de resaltar la importante labor que realizan todas aquellas personas que deciden de forma desinteresada tender una mano amiga para hacer de nuestro mundo un lugar mejor”. El voluntariado tiene mucho que ver con la gratuidad, pues, aunque directamente apunte a quien “regala tiempo” en beneficio de sus semejantes, lo mismo si lo hace en el seno de una gran ONG o similar que si su mano izquierda no llega a saber lo que hace la derecha, también engloba a cuantos regalan en forma de donativo parte del fruto de su trabajo. Así, pues, me parece que por voluntario debemos entender tanto el que regala parte de su tiempo como el que lo hace de su haber.

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Es obvio que, en el mundo actual, habida cuenta del desarrollo ya alcanzado, la humanidad en su conjunto dedica millones de horas al entretenimiento y a la diversión y no menos a aburrirse como ostras, anclada como está a la lentitud con que transcurre el tiempo anodino y vacío, cuando ni las manos ni la cabeza saben qué hacer. Son infinitas las horas que nos aburrimos, horas que se convertirían en un tesoro si las dedicáramos a ayudar a quienes no saben o no pueden valerse por sí solos para salir a flote y vivir con dignidad. En esa sensación de frustración nace como remedio el voluntariado, en ella crece la comunidad y de ella se alimenta la fraternidad, engranajes todos ellos que mueven el mundo y dignifican la vida. Son muchos los millones de horas que de hecho hoy se dedican ya al voluntariado y serán muchos más los que, afortunadamente, lo harán en el futuro, por muy mal que nos vengan dadas y por muchos coronavirus que pretendan cortarnos el paso. Lo aseguro porque cada vez vamos siendo más conscientes de que las horas dedicadas al voluntariado son las únicas que producen doble rentabilidad: el fruto directo del tiempo invertido (la construcción de una escuela o la curación de un enfermo, pongo por caso) y la alta remuneración que el esfuerzo realizado reporta como satisfacción personal al actor.

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Subrayemos de paso que el voluntariado tiene, además, otro gran mérito, el de ser contagioso. Los promotores de esta celebración dicen que “quienes ejercen este tipo de acciones, lo hacen principalmente por hacer de nuestro mundo un lugar mejor, y se vuelven agentes motivadores al impulsar a otros a hacerse voluntarios, con lo que, casi sin proponérselo, se va logrando el objetivo número 16 de la Agenda 2030, que habla de promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas, pues donde hay voluntarios no hay diferencias entre las personas”. Siendo este blog un punto de encuentro y reflexión, no es preciso detallar ahora la cantidad de instituciones a cuyos objetivos sociales o humanitarios uno puede dedicar gratuitamente parte de su tiempo ni la cantidad de formas como uno puede ejercerlo privadamente. Lo importante es hacer algo en beneficio de los demás para ayudar a quien lo necesite y demostrarnos a nosotros mismos que servimos para mejorar el mundo en que vivimos. A este respecto, los cristianos no deberíamos perder de vista que el mayor voluntario de la historia humana ha sido Jesús de Nazaret.

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Además de este plato fuerte, el día nos ofrece otro de gran sabor y provecho, pues hoy también se celebra el “día mundial del suelo”, ese que no solo es símbolo de firmeza y solidez, sino también fábrica única de todos los alimentos que llegan a nuestra boca. La verdad es que nos hemos repartido, con peor o mejor suerte o justicia, toda la superficie de nuestro planeta, metro a metro cuadrado, y que hemos fijado esa propiedad en documentos bien rubricados y sellados. Sin embargo, todos sabemos a la perfección que, siendo simples administradores temporales de cuanto decimos poseer, nadie puede ser propietario absoluto de nada. Tengo la impresión de que la muerte es mucho más cruel por dar al traste con el derecho de propiedad que por dejar sin actividad el cerebro humano y huérfanas todas las células del cuerpo.

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La celebración del día del suelo busca “concienciar al mundo sobre la importancia de un suelo sano y luchar por la gestión sostenible de los recursos. Se pretende, en suma, incentivar en la población mundial una preocupación por el cuidado y uso que le damos al suelo en materia de agricultura y en todas nuestras interacciones con él”. Esta celebración fue recomendada en 2002 por la “Unión Internacional de Ciencias del Suelo”, apoyada posteriormente por la FAO en el marco de la “Alianza Mundial por el Suelo” y aprobada, finalmente, por la ONU en 2013.

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El lema de este año, "Mantengamos vivo el suelo, protejamos la biodiversidad del suelo", parte de la conciencia de que “la Tierra alberga un hábitat de más de dos millones de especies, producto de miles de millones de años de evolución. La mayor parte de esta biodiversidad está en el suelo, pero hasta ahora solo se ha identificado un 1% de las especies que viven bajo nuestros pies. Cada una de esas criaturas juega un papel clave en la cadena trófica y contribuye a un delicado equilibrio en los ecosistemas naturales y agrícolas. De ahí la importancia de proteger la biodiversidad”. La celebración del año pasado estuvo dedicada a la erosión, ese factor de desestabilización radical, derivado en su mayor parte de la acción depredadora que suponen el sobrepastoreo, la agricultura intensiva, la deforestación y el veneno de los plaguicidas, más los efectos devastadores de todos ellos en la climatología.

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Disney y Mozart vienen hoy a endulzarnos la sobremesa, como recompensa tal vez por nuestra generosidad como voluntarios y por los mimos con que cuidamos la madre tierra. Lo digo porque el primero cumple hoy 119 años, pues, aunque no lo haga él en vida, sí lo hacen sus preciosas y sugestivas aportaciones a la cultura de la “animación”, palabra tan poderosa de suyo, ya que él fue la figura por excelencia de los dibujos animados y el creador de un mundo de fantasía que sigue encandilando a chicos y grandes. Por otro lado, si la música tuviera ojos, seguro que hoy lloraría al ritmo del conmovedor “Requiem” de  Mozart, interpretado por su propia muerte, ocurrida un día como hoy de 1791. Disney anima y Mozart suena en una interacción que rompe los tiempos al incorporar al presente el pasado como memoria y el futuro como esperanza.

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Vuelvo complacido a homenajear hoy como se merecen a los millones de voluntarios que están construyendo un mundo mejor con su generosidad, ese ansiado mundo cuya base o suelo no será el desarrollo o la productividad, sino la gratuidad. En ese bello mundo por el que ahora suspiramos, pero que un día será realidad, emerge poderosa la figura de Jesús de Nazaret con su impresionante maestría para decirnos que Dios es nuestro padre y su contundente autoridad para imponernos como norma de conducta el amor, cuya consumación es la gratuidad, la gracia. A fin de cuentas, se acepte o no, nos comportemos como animales o como ángeles, “velis nolis”, la fugacidad del tiempo viene a demostrarnos fehacientemente que cuanto somos o tenemos es pura gracia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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