Desayuna conmigo (viernes, 26.6.20) Tormentos y torturas

“Camino”

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Por si no fueran pocos los obstáculos que la vida nos presenta de por sí para recorrer su difícil camino, tales como la pertinaz y esquiva pandemia que estamos sufriendo, empeñada además  en tirar por tierra nuestros anteriores logros económicos, el día viene a ponernos delante de los ojos el espectáculo dantesco de gentes que, atrochando por atajos en busca de felicidades alucinógenas, se meten de lleno en el mundo de la droga, sea para ganar un dinero tan rápido como sucio, sea para darle la espalda a la realidad e instalarse en una nube, como si ello fuera posible.

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Lo anterior viene a cuento de que hoy se celebra el “día internacional de la lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas”, un tenebroso mundo construido con el dinero de expolios y alucinaciones. Si todo pecado lleva consigo la penitencia que lo redime, en el mundo de la droga no tarda en hacerse visible ese tributo penitencial al convertir al drogadicto en piltrafa humana. ¿Puede tener la conciencia tranquila quien vive de un negocio que convierte a seres humanos en piltrafas tan deterioradas que su muerte se nos muestre como la mejor solución para sus vidas? Parece ser que el oro que se extrae de esa mina es capaz de acallar tan débiles conciencias.  

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El eslogan de la celebración de este año, “mejor conocimiento para un mejor cuidado”, realza la necesidad de ahondar en lo que es un grave problema mundial y confía en que un mejor conocimiento del mundo de las drogas fomente la cooperación internacional, de todo punto necesaria no solo para frenar los delitos que el tráfico de drogas conlleva, sino también para contrarrestar el impacto que su consumo tiene en la salud de los drogodependientes. El que más y el que menos, todos sufrimos un gran impacto emocional cuando nos cruzamos con personas que, siendo hace poco como nosotros, se ven reducidas en poco tiempo a escombros o desechos humanos. 

No es la primera vez que en este blog nos hemos referido a un problema tan peliagudo, debido seguramente a que la prohibición es su caldo de cultivo al facilitar que una dosis de droga valga, pongamos por caso, cincuenta euros en vez de uno. La humanidad es incapaz de renunciar a todo estímulo de vida sobrevenido. Nunca podrá erradicar del todo no ya el consumo de tantas sustancias estimulantes como utilizamos para vivir, lo que podría agrandar incluso el problema, sino también el consumo de una sola mientras haya de por medio mucho dinero. La despenalización de la droga propiciaría una regularización razonable que no solo permitiría controlar el consumo, sino también desaconsejarlo. El día en que una dosis de droga cueste en el mercado abierto un euro, en vez de cincuenta en el clandestino, se erradicará de un plumazo el tráfico ilícito de drogas y se podrá encauzar debidamente su consumo.

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Si el tema ha estado plagado últimamente de información errónea, lo dicho deja muy claro que la sociedad hace mal al permitir que la droga sea un submundo tanto de economía floreciente como de salud deprimente. No hay atajos para recorrer el camino de la vida, ni estímulos sobreañadidos que sean inocuos al afrontar el hecho de vivir. Es preciso llegar a persuadirse de que el único estímulo válido para vivir es la vida misma, el estar vivo. Solo una vida laboriosamente ganada y sacrificadamente mantenida será una vida plenamente gozada. La política de que "me quiten lo bailao" es un triste consuelo cuando es precisamente lo bailao lo que ahora nos paraliza.

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Por otro lado, el artículo quinto de la declaración universal de los derechos humanos determina que “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”. Es un artículo que, junto con la defensa de los presos de conciencia y la abolición de la pena de muerte, abarca el horizonte operativo de Amnistía Internacional, para la que se produce tortura “cuando una persona, actuando a título oficial, inflige dolor o sufrimiento mental o físico grave a otra persona con un fin específico. En unos casos, las autoridades torturan a una persona para que confiese un delito, o para obtener información de ella. En otros, la tortura se utiliza simplemente como castigo que difunda el miedo en la sociedad”.

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El tema viene a cuento aquí porque hoy celebramos también el “día internacional de apoyo a las víctimas de la tortura”, celebración proclamada por la ONU en 1997 como aplicación de la Convención de 1987.  Es obvio que los más enervantes y frustrantes obstáculos que los seres humanos encontramos en el discurrir de nuestras vidas provienen de los tratos que nos damos unos a otros, de las quiebras de las relaciones humanas. A la vista está que los humanos somos nuestros peores enemigos. Ni el hábitat ni la enfermedad nos torturan como hacen nuestros semejantes. La tortura mental tiene mil caminos y ramificaciones, muchas de las cuales son tan sutiles que apenas afloran a la superficie. La tortura física ha alcanzado tales grados de sadismo y crueldad que solo puede originarse en mentes muy desajustadas. La sola contemplación de los instrumentos de tortura fabricados por nosotros mismos nos aterra. No hay más razón para tan descomunal sinrazón que la pérdida total de la razón, pues la vida misma nos grita que el otro no es para mí un enemigo a batir, sino la fuente de mi propia felicidad por ser mi interlocutor y alguien a quien poder amar.

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Aunque no sea santo de mi devoción, justo es que hoy dediquemos unos segundos a san Josemaría Escrivá de Balaguer al haber muerto un día como hoy de 1975. Su influencia en el decurso de la Iglesia católica del s. XX ha sido, sin la menor duda, una de las más fuertes y determinantes por la consolidación y extensión de su quehacer principal, el “Opus Dei”. Su fuente de alimentación ha sido el convencimiento de que la santidad no es cualidad de cristianos excepcionales, sino que está ligada a la vida ordinaria y, de forma particular, al trabajo de cada cual. En mis tiempos de estudiante de teología en Salamanca ya se nos insistía mucho en una perspectiva por cuya implantación había luchado denodadamente el místico dominico fray Juan Arintero, con quien Unamuno entabló gran amistad. Al pensamiento cristiano le costó mucho descender de las alturas de lo "sagrado" a lo profano y que Dios se había hecho realmente humano.

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Como medio para alcanzar los fines del Opus Dei, Escrivá delinea el plan de vida de sus seguidores con prácticas religiosas tales como la misa diaria, la comunión, el rezo del Ángelus, la visita al sagrario, la lectura espiritual, el rezo del Rosario y las mortificaciones. Una vida claramente orientada al individuo mismo, a la inclusión de todo lo natural en lo sobrenatural, como si el hecho de la “agrupación humana” o “comunidad” que él mismo estaba fundando no fuera más que una circunstancia exterior que favoreciera una intensa vida interior. Abunda en ese mismo sentido el estilo directo de su gran obra, Camino, aparecida como tal en 1939, pues favorece un diálogo sereno en el que el lector se encuentra frente a las exigencias divinas en un ambiente de confianza y amistad. De “Camino” se han publicado casi cinco millones de ejemplares en un buen número de idiomas. La espiritualidad actual, sin dejar de alimentarse del "pan de vida", le exige al cristiano que se convierta, a su vez, en pan de vida para todos los demás. La santidad, rubricada o no por la Iglesia institucional, no nos viene de nosotros mismos sino de Dios.

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Torturas y camino de perfección, desenfoque y enfoque de la vida humana, nos han salido hoy al paso. La droga y la tortura solo nos conducen al abismo de la sinrazón. “Camino”, para ser tal y enfocar debidamente la vida humana, no debe olvidar que el cristianismo, que nos hace santos, es encarnación de la divinidad en la vida real, esa que formamos nosotros mismos con todos los demás: comunidad, “cuerpo místico”. La santidad no está tanto en lo que pienso como en lo que hago y me relaciona con los demás. Por ello, no hay más “camino” posible que el del hombre para ir a Dios, ese que se intuye en la famosa expresión de Kennedy cuando un día como hoy de 1963 gritó en Berlín: “¡soy un berlinés!”, sentir de plena comunión con quien está delante.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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