Desayuna conmigo (martes, 14.1.20) Vaticinios miopes de Joseph Ratzinger

El sacerdocio cristiano

El papa emérito y el cardenal Sarah

Esta mañana no puedo sustraerme a lo que ayer se publicó en este mismo portal de RD sobre la postura de BXVI sobre el celibato en lo que parece una pugna abierta con el papa Francisco. Desde luego, no soy quien para dar ningún consejo a persona tan sabia sobre lo que debe o no debe hacer, si bien mis muchos años me fuerzan a exponer, con suma franqueza y total respeto, que su dimisión de papa debería haber sido seria y total a todos los efectos, lo que implicaba, como al principio se dijo, que en lo sucesivo emplearía toda su fuerza de “papa emérito”, rezando o escribiendo, a alentar a los fieles a ser mejores personas.

Joseph Ratzinger

Pero, con ser muy serio, no es ese el tema de esta reflexión, que me propongo dedicar a algo tan importante y trascendente como fueron sus vaticinios, en 1970, sobre la Iglesia del futuro, la del tiempo en que ya estamos. Por aquel entonces su poderosa mente pensaba sin ataduras y volaba libre, catapultada por un pensamiento invariablemente valorado como muy sólido. Sin embargo, tengo la impresión de que ya entonces su perspectiva era muy restringida debido a una mirada miope, la propia de un profeta atrevido que predice el futuro desde una posición muy enrocada.

He oído sus mismas premoniciones a otros muchos eclesiásticos, predispuestos a no abandonar jamás el nido en que se sienten cómodos y protegidos: que el rechazo generalizado de la fe y el progreso del mal en el mundo harán que la Iglesia vaya siendo cada vez más pequeña. Según sus mismas palabras, “… de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad".

Fray Eladio Chávarri, O.P.

Son palabras que apuntan a una tragedia de pura nostalgia. Ratzinger no parecía haberse dado cuenta todavía de que la “religión” había dejado de “modular” toda la vida humana ya en tiempos de la Ilustración y, sobre todo, cuando en nuestro tiempo los valores biosíquicos y económicos modelan todas las dimensiones de la vida humana, incluso la religiosa. Todo se ha vuelto “mercancía” en nuestro tiempo, también la fe y las creencias. El dominico fray Eladio Chávarri ha entendido mejor que nadie ese proceso y en él cimienta su genial concepción de los valores. La religión, además de haber sido reducida por nuestra forma de vida actual a su propia dimensión, se ha visto modelada, como las cinco dimensiones vitales restantes, por los valores biosíquicos y económicos.

Parece reconocerlo él mismo cuando dice que "… ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo”.  Pero se equivoca cuando continúa vaticinando que “… florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte". Lo único que hay que lamentar no es el previsible “achicamiento” de la Iglesia clerical, que debería revitalizarla al liberarla de su propensión o su afición al poder y al dinero, de su afán por dominar y ordenar desde las cabezas a las braguetas de los seres humanos, sino su sometimiento a los valores biosíquicos y económicos predominantes hoy.

La religión no es patria de nadie, sino fuerza vital y albergue de una de las grandes praderas, la metahistórica, en que pace el ser humano, pradera a la que él llama “esperanza”. En función de esa esperanza, la Iglesia debería procurar, sin desmochar ninguna otra dimensión de la vida, que los humanos cultivemos como es debido los valores de todas y cada una de las ocho dimensiones vitales humanas (biosíquica, económica, epistémica, estética, ética, social-política, lúdica y religiosa). Al cristianismo no debería preocuparle que la “Iglesia clerical” florezca ni que los clérigos mantengan sus privilegios, sino que los seres humanos acoplemos nuestras vidas a lo que Jesús nos enseña en el Padrenuestro y cumplamos las “bienaventuranzas” que su evangelio predica.

Método eficaz para una nueva evangelización

Tiene razón cuando afirma que la Iglesia “… conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión”.  Ratzinger parece abrirse aquí al “celibato opcional”, si bien el único ministerio querido por Jesús de Nazaret es el de “pasar por este mundo haciendo el bien”. Ministros de esa conducta son todos los cristianos. No merece la pena especular sobre equipos muy selectos de ministros (sacerdotes célibes) para presidir o dirigir ritos que, de suyo, son muy secundarios en la magna obra de Jesús de Nazaret. Desde luego, ¡qué bien que hayan pasado ya los tiempos de los “privilegios eclesiales”, pues todos los cristianos, desde el papa al último gato, debemos ser siervos unos de otros.

Es obvio que el “celibato sacerdotal” obligatorio es hoy una rémora de funestas consecuencias, lo cual no es óbice para que el “opcional” sea una gracia especial de Dios que predispone al sujeto a prestar un mayor servicio a sus hermanos. Además, nunca deberíamos olvidar que el auténtico sacerdocio lo ejerce cada cristiano. Ordenar hombres casados y mujeres es una medida urgente que irá imponiéndose cada vez con más fuerza mientras sigamos practicando unos ritos que, por su parte, demandan hoy severos ajustes si queremos que signifiquen algo para los hombres de nuestro tiempo.

El papa Francisco y el cardenal Sarah

En esa dirección, el Sínodo de la Amazonía no ha hecho más que apuntar una línea de apertura tímida para resolver problemas urgentes del actual funcionamiento de la “Iglesia clerical”, Iglesia que, insisto, no debería identificarse sin más con la Iglesia de Jesús.

El papa Francisco lo tiene difícil debido a que esta “Iglesia clerical” alberga todavía muchas mentalidades que, por su dignidad y categoría, se creen los dueños del mundo, cuando solo tendrían que ser pastores de la grey, ejemplares servidores a la hora de hacer el bien a imitación del mismo Jesús. Desde luego, el papa Francisco ha emprendido un camino tan difícil (todo el caminar cristiano está impregnado de cruz) que no lo podrá recorrer a menos que, tras sumar nuestras fuerzas a las suyas, vayamos incluso por delante desbrozando malezas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

Volver arriba