Acción de gracias – 22 “Veni creator Spiritus”

De carismas y potencialidades

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Hace dos domingos, los textos litúrgicos nos hacían paladear ya la presencia continua del Espíritu que agita y reconforta la Iglesia, que revoluciona las conciencias, ilumina las mentes y sosiega el corazón de los creyentes. Litúrgicamente, solo se celebra un día de “Pentecostés”, pero la venida del Espíritu es continua en el tiempo y durará hasta la consumación de los siglos. La vitalidad del “cuerpo místico” de Cristo no depende ni del genio de un papa, con cuya elección hayan dado en la diana los cardenales electores en un determinado momento, ni de la virtud heroica de santos que jalonan la historia de la iglesia y llenan los retablos de los templos, sino de la presencia continua de un Espíritu indomable, que sopla cuando y donde quiere, pero que nunca dejará de sostener la labor de cristiandad de los pastores de la grey y de alimentar la fe de cada uno de los fieles.

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Recuerdo, todavía emocionado, cuando con unción y con el alma en llamarada viva cantábamos en nuestros claustros no hace mucho el “Veni creator Spiritus”, sintiendo que era realmente él quien animaba nuestro canto y henchía de emoción nuestros pechos: “Fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción…, aleja de nosotros el enemigo, danos tu paz, sé tú nuestro guía”. Teniendo a Dios de nuestro lado, entonces y ahora, nadie se atreverá con nosotros. Así lo sentían en tiempos remotos los devotos creyentes del pueblo de Israel y así lo sienten también hoy los millones de cristianos que siguen dando testimonio de Jesús en todos los frentes y dimensiones de la vida.

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Estruendo, ventolera, lenguas de fuego y apóstoles cagaditos de miedo que, de repente, se ponen a hablar por los codos para proclamar las maravillas de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Así nos describen hoy los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura litúrgica de este domingo, la llegada impetuosa de un Espíritu que convierte en valientes a los cobardes discípulos del Maestro. Para su propio asombro, sus miedos desaparecen y su rudo lenguaje y sus escasos conocimientos ceden ante una incandescente elocuencia que hace inteligible a todos, a cada uno en su propia lengua, la predicación de una fabulosa nueva salvadora. ¡Qué maravilla la de poder proclamar, alto y claro, las grandezas de un Dios amoroso, tan cercano y doméstico, en cuyas fornidas manos depositamos nuestros problemas y nuestras angustias! El salmo elegido para hoy lo expresa con mucha más contundencia: “les retiras el aliento, y expiran / y vuelven a ser polvo; / envías tu espíritu, y los creas, / y repueblas la faz de la tierra”.

Cuerpo+Místico+de+Cristo

San Pablo, dirigiéndose a los Corintios en la segunda lectura de hoy, expone clara y sabiamente la cohesión de un pueblo, el de Dios, cuyos miembros reciben unos carismas o habilidades determinados no solo para el perfeccionamiento de su propia vida, sino también para el desarrollo de la vida de toda la comunidad, de tal manera que cada uno pueda atesorar no solo la parte que le toca, sino también la de todos los demás. Aunque a veces resulte difícil verlo y más sentirlo, todos formamos parte de un engranaje mucho mayor y mucho más rico que lo que cada uno somos por nosotros mismos, el engranaje de un “cuerpo místico”. Así, Jesús de Nazaret se convierte en la cabeza de un solo cuerpo, en el Cristo de nuestra fe. Un solo cuerpo con muchos miembros y distintos carismas. Todos sus haberes y potencialidades nos pertenecen y nuestros particulares carismas son sus fuerzas. Vivir en clave cristiana requiere que esta espléndida cohesión, que unifica el todo, no se desvirtúe ni desaparezca en la vida diaria de cada uno de nosotros.

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Del evangelio de hoy, tomado de san Juan, merece destacarse que la presencia de Jesús, el Maestro resucitado, alegra a unos discípulos acobardados y miedosos, a los que, tras infundirles su Espíritu, él mismo envía por todo el mundo para que den testimonio de una forma de vida que lleva aparejada ineludiblemente la cruz y la crucifixión. Alegría celestial y misión sacrificial. No hay otra forma de predicar como es debido el evangelio cristiano que hacerlo con alegría y no hay más fruto que el crece en el árbol de la cruz. La solución de los problemas de los hombres del mundo actual, como también lo fue la de los del pasado y previsiblemente será la de los del futuro, requiere el sacrificio redentor del predicador. No hay otro camino transitable, no hay otro valor consistente frente al cúmulo de contravalores que nos seducen, borran los trazos de la cruz y “tuercen el sendero” de humanización por el que debemos caminar tras las huellas del Maestro. Lo expresa con muy bellas metáforas la oración que hoy entonamos cara al Espíritu Santo: “riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero”.

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¡Hermoso domingo este de Pentecostés, fiesta de los judíos para celebrar el don de la ley, convertida para los cristianos en la fiesta del gran amor de Jesús y de su gran don, el regalo de un mágico Espíritu con cuya presencia jamás volveremos a sentirnos solos! Seguramente, la soledad es la más universal y la más demoledora de las pandemias que padecemos los seres humanos. ¡Cuántos se sienten sumergidos en el asco porque no encuentran a nadie con quien compartir ni sus sufrimientos ni sus alegrías! ¡Cuántos, desesperados de la vida, se suicidan cada día a causa de los estragos que causa en su ánimo una persistente soledad que entenebrece su horizonte vital!

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La naturaleza, guiada por la mano de Dios, nos dota de maravillosas potencialidades que poco a poco debemos ir explotando a lo largo de la vida. Todas ellas son carismas que el Espíritu inserta en nuestras neuronas y en nuestra carne, como armazón y sostén no solo de nuestra propia vida particular, sino también de una vida social que debe ser comunitaria. En ninguna comunidad, y mucho menos en la comunidad cristiana construida sobre el amor, nadie tiene derecho a sentirse inútil, pues todo lo que haga un hombre, por difícil y extraordinario que parezca, también lo puede hacer otro. En última instancia, aun siendo pobres de solemnidad, al menos tenemos sobrado tiempo no solo para amar a aquellos con los que compartimos la vida, sino también para echar una mano y ayudar a levantarse a todo el que caiga a nuestro lado.

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El tiempo es oro y mucho más, pues lo mismo nos sirve para dar un beso que para consolar a quien esté triste. En la vida se nos regalan muchos tesoros que no están al alcance del oro porque valen mucho más, tesoros que, sin embargo, solo requieren un poquito de atención y dedicación, un poquito de tiempo. Y el tiempo, todos los sabemos, sea la nuestra una vida larga o corta, a todos se nos regala tan generosamente que nadie se ve libre, a veces, de bostezar y de aburrirse sin saber qué hacer. ¡Tiempo de Pentecostés, tiempo fuerte, tiempo del Espíritu, tiempo para amar y compartir, tiempo para incendiar el mundo, tiempo para gritar que Dios, el dueño de todo, es nuestro Padre y nos ama!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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