Desayuna conmigo (miércoles, 28.10.20) Vida… abundante
202 – 186
Por un lado, estamos frente a un virus destructivo, que mina la salud de la población en general y da buena cuenta de la vida de muchos de los que la tienen precaria, y que se está ganando sobradamente la plaza de símbolo de muchas otras cosas degenerativas; un bicho, en fin, que pretende terminar con la poca vida que nos queda. Y, por otro, tenemos delante una Iglesia cuyas estructuras crujen y cuya imagen se deteriora, por más que el buen papa Francisco trate de apuntalarla ahora con trece cardenales nuevos, trece vigas de refuerzo apolilladas debido a la pompa y al boato envolventes. En otras palabras, estamos frente a un lento caracol, mucha de cuya fuerza sirve solo para transportar una pesada carga de cosas inútiles u obsoletas. Obviamente, resumiendo, estamos necesitando a gritos una acción decidida y bien orquestada contra el coronavirus para contrarrestar su deterioro para poder trabajar cuanto una vida digna requiera, e ídem para descargar de rémoras la Iglesia de la que, con devoción y amor, decimos formar parte, a fin de que, estando ella viva, sea capaz de repartir la abundante vida de que es depositaria.
Esta larga perorata introductoria viene a cuento de que hoy se celebra el “día mundial de la animación”. Fue hace poco más de un siglo, en 1892, en unos momentos en que España ya no era más que los restos del naufragio de un imperio, cuando la cultura comenzó a “animarse”, a cobrar vida en la pantalla con la proyección de las primeras “pantomimas luminosas”, montadas por Charles-Émile Reinaud, que tantísimo sorprendieron y éxito tuvieron. Tras ese primer Teatro Óptico, en seguida apareció el Cinematógrafo de los hermanos Lumière y los gustos sociales, encantados con las mejoras, cambiaron pronto de técnica por el cine de tal manera que hoy ya no sabemos si vivimos con los pies en la tierra o con la mirada anclada a una pantalla.
Se eligió el 28 de octubre para esta celebración como conmemoración de la fecha en que, en 1892, se hizo la primera proyección pública del Teatro Óptico. Con esta celebración se pretende homenajear el talento y el ingenio de quienes fueron capaces de crear la que posiblemente sea la distracción más importante de toda la humanidad, la del cine animado. ¡Ojalá que los cristianos, tan motivados por lo que realmente bulle en las venas de la fe que profesamos, fuéramos capaces de inventar algo parecido para “animar” la vida y la acción evangelizadora de la Iglesia de nuestros días, una Iglesia que más aparece agonizante que portadora del gran tesoro que Jesús ha venido a traer al mundo, el tesoro de una vida abundante, de la vida eterna!
Por lo demás, que hoy se celebre también el “día mundial del judo” no hace más que sobreabundar en el tema de la vida, porque vida es precisamente lo que el judo inyecta en los músculos de los más de veinte millones de judocas que lo practican. La fecha conmemora el nacimiento, en 1860, de Jigoro Kano, el creador del judo. Pongamos aquí de relieve únicamente los valores que este deporte fomenta no solo entre quienes lo practican, sino también en toda la sociedad: la cortesía, el coraje, la sinceridad, el honor, la modestia, el respeto, el autocontrol, la amistad, la lealtad y la gratitud. Viniendo a nuestro propósito, cualquier lector podría deducir fácilmente que no hemos hecho más que mencionar una serie de virtudes cristianas. Y es que, de ahondar un poco, nos encontraríamos con que no hay diferencia entre la musculatura que crea el judo y el nervio que debe animar la acción cristiana en el mundo.
Cruzando ahora a la otra parte del río, pero sin perder de vista la idea de “vida” que hoy nos anima, nos encontramos con la cifra emblemática de 202, que hoy bien podría ser la clave de la vacuna que con tanta urgencia está necesitando la política española para escapar de la mediocridad y del deterioro que la dominan y para vergüenza de muchos españoles honestos. El lector ya ha deducido rápidamente que con esa cifra me he remontado al año 1982 para recordar el número de diputados que obtuvo el PSOE en las elecciones generales celebradas un día como hoy. Mencionar aquí ese partido es meramente circunstancial, porque, no mucho después, en el año 2003, el PP se le acercó mucho al conseguir 186 diputados, consiguiendo con ello otra mayoría absoluta. Tengo la impresión de que ambas mayorías fueron muy importantes, pero desgraciadamente solo para los dos partidos que las consiguieron, no para la España que ambos pretendieron gobernar.
Frente a esos dos logros, que reflejaban tan claramente la coincidencia de los intereses de la mayoría de los españoles y que, desgraciadamente, ninguna de las dos fuerzas políticas aprovechó para llevar la nave española al puerto que más le convenía por no hacer lo que debería haberse hecho, hoy nos encontramos con una fragmentación política que está llevando a sus protagonistas a hacer lo que no deberían hacer. Y así, no habiendo hecho entonces lo debido y haciendo ahora lo no debido, los españoles, gritando sinrazones y vociferando veleidades, vamos de tumbo en tumbo hasta despeñarnos y diluirnos en la nada. De momento, tras robar su patrimonio a nuestros nietos, nos hemos convertido en pedigüeños de Europa. Y, de no cambiar pronto radicalmente, algún desguace tendrá que hacerse cargo del Estado fallido que ya somos.
Realmente, duele ver que nuestra Iglesia muere estando tan llena de vida y que otro tanto hace la nación española, estando tan llena de talento y de inquietudes. El coronavirus, que debería ser un poderoso revulsivo, -perdóneseme el malhablaje- no ha hecho más que joder la marrana, pues, lejos de aunar voluntades y despertar solidaridades, está reverdeciendo egoísmos sumamente depredadores y despertando los más ramplones intereses políticos. Los tiempos requieren que, como españoles, demos un serio toque de atención a unos políticos que no saben o no quieren saber para qué han sido elegidos, y, como cristianos, exijamos a nuestros dirigentes eclesiales que transmitan como es debido la abundante vida que Jesús nos ha traído. Todo lo demás, como qué guapos y listos e importantes sean todos ellos, nada nos importa y nada debería importarles a ellos mismos. Vivimos tiempos de grandes cosechas, pero lamentablemente las mieses se están pudriendo en los campos por falta de buenos cosechadores.
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