Donde quiera que miremos, nos vamos a encontrar con realidades o, mejor, comportamientos que favorecen o deterioran nuestra propia vida, es decir, con valores y contravalores para la vida humana. Hemos insistido ya mucho en este blog en que todo lo pernicioso, malo, contraproducente y nocivo, incluido el orden moral y los dogmas de fe que se refieren a infiernos y demonios, se condensa y resume perfectamente en el substantivo “contravalor” y, lógicamente, todo lo contrario, incluido también el orden moral y su connotación religiosa de cielo y de Dios, lo hace en el de “valor”. Así se aclaran mucho las cosas, se achican las fantasías y se demuelen prejuicios e intereses abusivos de toda índole.

Con lo dicho se pretende únicamente cimentar la oportunidad y conveniencia de que se atraiga nuestra atención sobre algo de tanta importancia para la vida como es la “preservación de la capa de ozono”, tema sobre el que versa la celebración hoy del “día internacional”. “La capa de ozono es una franja de gas muy frágil que protege la vida en el planeta de los efectos nocivos de los rayos solares y que está en peligro por el uso que se ha venido haciendo durante años de determinados productos químicos”. De todos es sabido que su defensa requiere ineludiblemente reducir los intereses de algunas empresas y eso, naturalmente, siempre es difícil.

Dado que fue el 16 de septiembre de 1987 cuando se firmó el Protocolo de Montreal relativo a este tema, la ONU eligió en 1994 la fecha de hoy como la más adecuada para celebrar este día internacional con vistas a regular el uso de los productos químicos (unos cien, sobre todo, clorofluorocarbonos y hidroclorofluorocarbonos) que disminuyen la capa de ozono. El tema elegido para este año es el de “ozono para la vida”, pues, teniendo presente la pandemia del covid-19, se pone de manifiesto que “hay que trabajar para proteger el planeta si queremos evitar desequilibrios que generen problemas a nivel mundial”.

Sin la menor duda, los productos químicos aportan, de suyo, muchos factores positivos para la vida humana, lo cual es ciertamente un valor, pero el abuso de unos y el uso de otros, además de acarrear enfermedades profesionales y envenenamientos de poblaciones enteras, se vuelve nocivo al reducir la capa de ozono que nos protege de la radiación ultravioleta del sol, lo cual es, obviamente, un contravalor. Hoy celebramos que se estén dando pasos importantes en el buen camino para proteger la vida desde las alturas que la hacen posible y que muchas naciones y empresas se avengan a renunciar a ciertas comodidades en beneficio de la vida en general en la Tierra.

Pero la vida también debemos conservarla en la superficie, donde somos nosotros mismos los agentes principales de su destrucción a base de malos tratos, homicidios, terrorismos y guerras incontables, que jalonan la historia y convierten en valle de lágrimas los calendarios que regulan nuestra vida. No solo los productos químicos nos llevan a la muerte, sino también las ideas que, en el campo general de la cultura y en el más reducido de la religión, deberían ser el mejor alimento de los espíritus. Lo digo porque, un día como hoy de 1498, murió el insigne y furiosamente denostado dominico Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, que, entre 1480 y 1530, llevó a efecto una persecución religiosa contra cientos de judíos y judaizantes que fueron entregados al cruel “brazo popular” para morir, muchos de ellos, en la hoguera. No es cuestión de repasar la convulsa historia y la compleja personalidad de este personaje, tan contradictoria por lo austera y ostentosa al mismo tiempo, sino de constatar que tanto ayer como hoy son muchos los seres humanos que mueren a manos de sus hermanos por pensar de forma diferente.

Y, como contrapunto de la Inquisición, pues no en vano partimos en el desayuno de hoy de valores y contravalores, nos sale al paso otro dominico, santo y, en este caso, un gran valor religioso, que en su celo pastoral supo tratar por igual lo mismo a los ricos que a los pobres. Nos referimos a san Juan Macías, evangelizador del Perú en la primera mitad del s. XVII, que murió un día como hoy de 1645. Se cuenta de él que, a pesar de haber contraído una grave enfermedad por su celo pastoral, atendía a cuantos acudían al portón de su convento de Lima, donde era frecuente ver a los mendigos y a los enfermos en busca de alimentos y consuelo. También se cuenta de él que nunca desatendió a los llamados “pobres vergonzantes”, a los miembros de la clase alta venidos a menos, de los que se ocupaba de forma discreta para que no tuvieran que avergonzarse de su situación.

Además de las preocupaciones por la vida en las alturas y en la superficie, en nuestro desayuno de hoy aparecen también las pertinentes a la vida en sus profundidades. Lo digo porque hoy se celebra también el “día mundial del linfoma”, iniciativa impulsada por la Red Mundial de Asociaciones de Pacientes con Linfoma para concienciar a la población sobre los linfomas y promover prácticas que faciliten su diagnóstico temprano, pues es fácil confundir sus síntomas con los de otras enfermedades. Como el lector sabe, el linfoma es un tipo de cáncer de la sangre, que se desarrolla en el sistema linfático. La leucemia, por ejemplo.

Finalmente, como una relajante anécdota pertinente, esta mañana se nos cuela en nuestra pantalla María Callas al haber muerto un día como hoy de 1977. En el contexto en que nos movemos, podríamos decir que viene a inyectarnos una extraordinaria fuerza vital con su chorro de voz. Como es bien sabido, la Callas fue una soprano griega, considerada la cantante de ópera más eminente del siglo XX, que revivió  el bel canto y fue apodada como “la divina” por su extraordinario talento vocal. De ella se dijo que “su canto se asemeja a una herida abierta que sangra, entregando sus fuerzas vitales, como si ella fuese la memoria del dolor del mundo”.

Un desayuno como este nos viene a recordar a los cristianos que profesamos una “religión de vida”, pues Jesús vino no solo para que tuviéramos vida, sino también para que la tuviéramos abundante. Quizá la mejor imagen que hoy deberíamos hacernos del Resucitado que alimenta la fe de su Iglesia es la de que “Jesús vive”, de que él es el “Viviente”. ¡Qué no darían muchos por poder ver hoy a Jesucristo predicando en nuestras plazas y percibir nítida su voz, libre de todo interés y portadora de un auténtico mensaje de salvación! Y, sin embargo, él está ahí, delante de nosotros, hablándonos abiertamente por las heridas de todos los hombres, porque ha hecho de cada uno de ellos una imagen viva de su rostro. No sé de ninguna religión que haya elevado al hombre a la altura de convertirlo en Dios, en imagen de su rostro, en signo de su presencia y en su propia morada. La gran decepción es que muchos de los más altos dirigentes y responsables de nuestra Iglesia actual no creen una verdad tan iluminadora y sólida, capaz de cambiar por sí sola el disparatado rumbo de la humanidad. Sin embargo, reconforta saber que hay otros muchos cristianos humildes que, en la sombra y sin que su mano izquierda sepa lo que hace la derecha, viven hoy esa verdad en toda su profundidad y arrostran heroicamente todas sus consecuencias.

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