Nadie debería dudar de la extraordinaria importancia que tiene la familia, manantial inagotable de recursos en todos los ámbitos de la vida humana. En el de las celebraciones, por ejemplo, nuestro calendario realza los días de la madre y del padre, por ejemplo. Pero una familia es mucho más que un padre y una madre, pues sus alas pueden cobijar, con todo derecho, otros muchos integrantes: hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos, suegros, yernos y cuñados. Claro que, además, sus plumas o brazos se alargan mucho más llegando a cubrir todo lo social, lo cultural y lo religioso, pues bajo su significado potenciador caben no solo los vecinos, sino también los ciudadanos de un pueblo, de una nación y del mundo entero. De hecho, solemos decir que toda la humanidad es una familia.

No es necesario que nos detengamos a describir el paraíso familiar: la intensidad de los amores de pareja; los afectos paternales y fraternales; los apoyos profesionales y laborales de unos miembros a otros; el lavado en su seno de los trapos sucios que nunca faltan; su condición de descanso y solaz del guerrero; que sea un remanso en el que cada cual se muestra abiertamente como es y un montón más de otras virtualidades, tan preciosas como encomiables. Pero no debemos olvidar que lo óptimo suele llevar aparejado lo pésimo, razón por la que la familia, que siempre puede ser y de hecho es lo más florido de lo humano y un auténtico cielo para sus integrantes, puede convertirse a veces en el peor de los infiernos para la convivencia entre sus miembros. Son un hecho las rupturas violentas de los padres, tan impregnadas de odios, los malos tratos e incluso los asesinatos, terrible lastre con el que suelen cargar los miembros más débiles, las mujeres y los niños, además de las envidias, los celos y los odios eternos juramentados entre sus miembros.

Esta reflexión viene a cuento porque hoy celebramos el “día del hermano”. Sin la menor duda, el hermano es una figura de crecimiento. Conozco hijos únicos que han añorado la presencia durante su desarrollo de un hermano a su lado y también la frustración de muchos matrimonios que no han podido tener hijos. La misma sangre sustenta lazos de unión-desunión en todos los ámbitos de la vida, desde los espirituales a los más crematísticos. El roce entre hermanos pule los caracteres y la emulación entre ellos se convierte en factor de crecimiento psicológico y social. Por lo general, el férreo lazo de la sangre perdura en los hermanos lo mismo para disfrutar las relaciones más hermosas de la vida que para afrontar, a veces, los más duros trances y retos cuando la vida de alguno de ellos quiebra por razones muy diversas. Conozco hermanos, y yo me encuentro entre ellos, para quienes los vaivenes de la vida de un hermano son difíciles retos que los tienen en vilo, les hace sufrir y los obliga a fajarse a fondo para que su vida no termine en el arroyo de los detritus humanos. Sé muy bien de lo que hablo, razón por la que puedo asegurar que alimentar como es debido esta dimensión de la familia le lleva a uno a comprender la profundidad de los lazos de hermandad que nos unen a todos los seres humanos.

Es curioso que la celebración del día del hermano nazca de las virtualidades de la muerte de Teresa de Calcuta, paradigmática santa del auténtico y genuino quehacer cristiano de fraternidad espiritual de todos los hombres como miembros de un único cuerpo místico. Nos referimos a una mujer a la que ya hemos dedicado otros espacios en este blog y que murió un día como hoy de 1997. Durante más de 45 años, Teresa atendió a pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, al mismo tiempo que guiaba la expansión de su congregación en la India y en otros países del mundo. Ella había vivido el espíritu familiar como la menor de los hermanos en el seno de una familia albanesa acomodada que, seguro, le procuró las herramientas necesarias para extender el espíritu de fraternidad a todos los seres desvalidos con los que se cruzó en su vida.

Esta perspectiva hace que, en muchos lugares del mundo, el enfoque de esta celebración se extienda más allá de los hermanos de sangre, porque, a fin de cuentas, todos los seres humanos somos hermanos por ser hijos del mismo Dios o de la misma tierra, pues no importa en absoluto la denominación que demos a quien o quienes han hecho posible que existamos. Si el cristianismo pasara realmente de las musas a los hechos, que es justo lo que hizo Teresa de Calcuta a lo largo de toda su vida, hoy no tendríamos que plantearnos tantas y tan agudas cuestiones teológicas sobre quién fue realmente Jesucristo, sobre cuál fue su más genuina misión y sobre cómo debe organizarse la Iglesia fundada por él, la comunidad fraternal de sus seguidores.

Por si todavía nos quedara alguna duda sobre la preocupación dominante esta mañana, tras el fuerte impacto de los dos temas apuntados ya, la hermandad universal y el quehacer cristiano de Teresa de Calcuta, el día nos sorprende con la celebración, también hoy, del “día internacional de la beneficencia”, celebración que también nace de la estela benefactora de la vida de dicha santa. Sus monjas, conocidas como Misioneras de la Caridad,  no solo se centraron en realizar obras benéficas en favor de los pobres, los niños y los enfermos, sino también recolectaron fondos para la construcción de hospicios y residencias para los más desamparados. ¡Pura beneficencia en alas de la más hermosa caridad cristiana!

No podemos detenernos a detallar los 17 objetivos que la ONU se propuso alcanzar en 2010 al establecer la celebración de este día, los objetivos del plan de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, orientados todos ellos a paliar o remediar las muchas carencias que sufren millones de seres humanos. Se ha dicho muchas veces que no es la caridad sino la justicia la que debe procurar que todos los seres humanos tengan lo necesario para vivir dignamente, pero la realidad es que, por mucho que se aquilate el equilibrio de la balanza de la justicia, siempre quedará margen para la beneficencia. De hecho, la ONU considera que uno de los medios adecuados para alcanzar los diecisiete objetivos propuestos en su “Agenda 2030” es la promoción de acciones altruistas dentro de las naciones como factor determinante para lograr el bienestar y la sostenibilidad mundial. Y en este blog ya hemos defendido con ahínco que una de las claves de la sociedad que ha de surgir tras la pandemia que padecemos ha de ser la “gratuidad”.

Por lo demás, el día nos recuerda, una vez más, la atención que debemos prestar a la mujer y, más en concreto, a la mujer indígena, pues hoy también se celebra su “día internacional”. Tres son los factores que pesan sobre ellas como losas: ser mujeres, ser indígenas y ser pobres. La celebración de este día nació durante el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América, reunido en Tihuanacu, Bolivia, en 1983, con el propósito de informar sobre la valentía de todas las mujeres indígenas que han jugado y seguirán jugando un rol importante en la pervivencia de la cultura de sus tribus. Se calcula que solo en Latinoamérica viven más de 25 millones de mujeres indígenas que necesitan salir de la pobreza y que se reconozcan sus plenos derechos de seres humanos.

Teresa de Calcuta, fraternidad universal, beneficencia y trato humano para las mujeres indígenas. Cuatro temas de gran trascendencia para encuadrar nuestra conducta de creyentes, de cristianos consecuentes. Cuatro temas para otras tantas densas reflexiones matinales sobre cuál es realmente el sentido de nuestra vida, que debemos compartir enteramente con los demás, y de cómo podemos comportarnos cristianamente, cosa que es suyo mucho más sencilla y fácil que lo que dan a entender nuestros prolijos y enrevesados escritos teológicos, pues Dios es algo mucho más transparente y sencillo, tanto como lo son el amor, el don y el perdón, que lo que tratan de dilucidar nuestros enrevesados discursos.

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