Desayuna conmigo (domingo, 26.1.20) Y ahora, ¿qué?

Tiempo fuerte

Semana de oración por la unidad de los cristianos
Las lecturas litúrgicas de hoy, que nos hablan de la gran luz que ve el pueblo que anda en tinieblas (Isaías 9:3 y Mt 4:15) y de la necesidad de tener un mismo pensar y sentir (I Cor 1:10), y la celebración, por un lado, del día de la Palabra (Dios nos habla en la creación y en Jesús de Nazaret) y, por otro, de la Infancia misionera (también los niños tienen una misión), nos dibujan un tiempo fuerte, nos invitan a tomar las armas.

Cristianos de diferentes confesiones oran juntos

En nuestro recorrido particular, acabamos de concluir la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que ha sido, a su vez, otro tiempo fuerte para plantearse a fondo la forma de ser cristianos hoy. En grandes ciudades y en villas pequeñas se han celebrado encuentros de reflexión y de oración, llevados a efecto por creyentes que son conscientes de que algo no va bien en nuestras formas de interpretar y vivir el cristianismo. Se necesitan reformas, conversiones, relecturas del mensaje evangélico de salvación. Entendemos que la división de los cristianos es un escándalo, pero no tanto el hecho de organizarse en torno a distintas estructuras doctrinales y jurisdiccionales, que más que una desgracia bien pudiera ser una gracia, sino el hecho de testificar con “palabra” apagada (en voz baja) el mensaje evangélico de salvación y de desvirtuar (sin el empuje de la misión) su fuerza para sazonar los comportamientos humanos.

Oración común

Aunque para muchos esta Semana de oración haya pasado completamente desapercibida, para una buena partida de cristianos de distintas confesiones ha sido un precioso tiempo de reciclaje en la oración común. Urge que el espíritu de unión manifestado en esa oración, tan conmovedoramente celebrada en iglesias y capillas y que hoy nos sigue recordando san Pablo, no decaiga ante el esfuerzo que requiere alcanzar los frutos deseados.

Vivimos hoy un gran desconcierto, “en tinieblas”, en un mundo demasiado aplastado por los problemas del día a día. Mientras muchos apenas logran sobrevivir, otros despilfarran; mientras unos están condenados a la miseria, otros se deleitan en la abundancia como si no hubiera un mañana. Es necesario acelerar a unos y frenar a otros. Sometidos todos a la tiranía de los contravalores de la indigencia o de la opulencia, todos necesitan dignificación y humanización.

Valorando como es debido los actuales recursos naturales e industriales de que disponemos para vivir y habida cuenta del predominio de lo económico en nuestras vidas, haríamos bien en emplearnos a fondo para equilibrar situaciones tan extremas en pro de una vida digna para todos. Los enormes valores que son de por sí los ingentes recursos económicos de que hoy disponemos son suficientes para enriquecer y dignificar la vida de todos los hombres. De hecho, cuando hoy hablamos de vida “humana digna”, nos referimos casi en exclusiva a esos mismos recursos partiendo del hecho de que, una vez llena la panza, el corazón y las piernas se mueven mejor mientras nuestros barullos mentales se amortiguan.

En Taizé

Los hermosos logros de la Semana de oración por la unidad de los cristianos deben traducirse en una disposición duradera a caminar de la mano y a batallar juntos para mejorar nuestra forma de vida. ¡Qué hermoso ha sido ver estos días a cristianos de distintas confesiones orar juntos, desear lo mismo, abrazarse y darse la paz! ¡Bonito gesto y conmovedora liturgia, pero solo cimiento de una voluntad de hierro para seguir juntos y aunar fuerzas en pos de metas comunes! Debemos seguir reuniéndonos, saludándonos, orando juntos y uniendo nuestras fuerzas para llevar a buen término nuestra común misión. ¡Atrás, completamente olvidados, los bochornosos tiempos de desencuentros, de desprecios, de descalificaciones y de proselitismos salvajes! El mundo en que vivimos no da tregua ni para distraerse ni para holgazanear. La mies es mucha (la palabra suena hoy fuerte) y está abandonada a su suerte (la misión es urgente).

Para dejar de ser un escándalo que desacredite nuestra forma de acercar el evangelio de Jesús a los hombres de nuestro tiempo, debemos desechar la hosquedad de nuestros comportamientos en el pasado y manifestar ya la comunidad que sentimos como deseo. Deberíamos incluso familiarizarnos unos con otros hasta el punto de acudir libremente a los mismos cultos en las distintas iglesias y capillas. Si de veras oramos juntos, nada impedirá que planifiquemos juntos nuestra manera de estar en el mundo y nuestros comportamientos en favor de nuestros hermanos. Los cristianos, que ni siquiera necesitamos templos para adorar a nuestro Dios (Jn 4:21), deberíamos familiarizarnos con orar los unos en los lugares de culto de los otros. Si podemos adorar a Dios en cualquier lugar, ¿algo nos impide que lo hagamos incluso en los lugares de culto de otras religiones?

Mezquita del rey Abdalá I en Amán

Confieso que he orado con fervor en sinagogas judías, en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén y en mezquitas musulmanas de Jordania. Recuerdo con agrado la visita que hice, un día caída la tarde y a punto de cerrar sus puertas hace muy poquitos años, a la grandiosa mezquita del rey Abdalá I de Amán. Sus guardianes me atendieron con gran afabilidad y, juntos, tras mostrarme el impresionante recinto habilitado para albergar a tres mil orantes en postración, leímos algunas aleyas del Corán bilingüe, allí expuesto en un atril. Ellos lo hicieron en árabe y yo, en inglés. Me atendieron con suma afabilidad convencidos de que yo era un fervoroso creyente musulmán español. Al hacerles saber que era católico, su aprecio, lejos de desvanecerse, se acrecentó al constatar que un católico fuera capaz de valorar y venerar de esa manera su libro sagrado. Aunque apenas pudimos cambiar cuatro palabras en inglés a trompicones, el lenguaje de nuestros gestos de simpatía y alegría era un auténtico poema. Tan sorprendidos y satisfechos estaban que, al despedirnos, me acompañaron hasta la puerta y, muy complacidos, me dieron las gracias por mi visita.

Muro de las Lamentaciones

Por ello, a los lectores de este blog no debe extrañarles que, concluida la Semana de oración por la unidad de los cristianos, me atreva a proponerles que no tengan inconveniente en saltar cuantas barreras encuentren a la hora de reunirse con cristianos de otras confesiones y de participar en sus cultos. De hacerlo, no solo demostraremos a todos claramente que ya caminamos juntos, sino también someteremos a los teólogos y a los altos dignatarios eclesiales al correoso esfuerzo de aflojar formulaciones dogmáticas y de reconvertir poderes jurisdiccionales y pompas litúrgicas en efectivo servicio a sus propios fieles, a los demás cristianos y a todos los seres humanos.

Las fracturas cristianas se produjeron cuando los intereses particulares fagocitaron los generales. Ni las razones jurisdiccionales del Cisma de Oriente ni las teológicas de la fractura protestante tienen consistencias que no puedan diluir un análisis minucioso y equilibrado de sus circunstancias y un pensamiento bien construido sobre sus connotaciones esenciales. Las Iglesias comenzaron a caminar entonces las unas de espaldas a las otras y la desunión llegó tras la constatación de una separación consumada. El ecumenismo es conversión, es retorno de todos al único camino común de salvación en Cristo Jesús mediante una acción decidida y valiente en favor del hombre de nuestro tiempo.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail-com 

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