Desayuna conmigo (miércoles, 21.10.20) Un alto en el camino

Cruda encarnación

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Que hayan transcurrido ya 295 días de este extraño y anómalo año 2020 deja en proyecto todavía 71 días más para concluir un período de tiempo convencional que muchos quisieran ver ya finiquitado, mientras que otros hubieran preferido que ni siquiera hubiera comenzado. En lo que se refiere a la andadura de este blog, empeñado en ir llenando día a día las hojas de su calendario, hace tiempo que hemos cruzado el ecuador. Dada la distancia recorrida, preciso será ir preparando la arribada a puerto durante una ya próxima Navidad que, bajo muchos puntos de vista, no será tal. Aunque nos embarcamos con el propósito de ofrecer un “diario intermitente” como reflexión matinal, el día a día lo ha convertido hasta ahora, afortunadamente, en “permanente”, demostrando con ello que “cada día tiene su afán. El de hoy es un buen día para tomarse un respiro, henchir sosegadamente los pulmones y mirar atrás complacido en busca de apoyo para para seguir dando brincos hacia adelante. Ojalá que los imponderables del tiempo nos permitan rematar la faena emprendida hace ya tantos días  para, luego, abordar la tarea que el Providente tenga a bien señalar.

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Ante todo, debo pedir disculpas al puñadito de sufridos y sacrificados lectores, fieles o circunstanciales, de esta “esperanza radical”. Lo digo porque no he podido, no he sabido o no he querido facilitarles su labor al entregarles como desayuno diario un rollo enrevesado, cuyo aprovechamiento seguramente ha requerido de ellos gran esfuerzo y no menor interés. A pesar de que siempre me propongo escribir con claridad en torno a temas que trato de exponer razonadamente, evitando términos raros y construcciones gramaticales abstrusas, amigos tengo que me dicen que es difícil leer lo que escribo. Será seguramente verdad. Y quizá se deba a que, al presumir que quien se interese por ello tiene sobrada capacidad no solo para seguir el hilo de lo dicho, sino para matizarlo e incluso para desmontarlo, me he ahorrado el esfuerzo de utilizar técnicas gráficas que entresaquen párrafos o destaquen con negritas lo valorado como más importante por el autor. Es posible que esa forma de proceder, tan cómoda como egoísta, se deba a pensar que todo lo dicho es importante, razón por la que quien se interese por ello deberá hacer el esfuerzo de adentrarse en todo el contenido, pues en este blog hemos tratado de escribir, no para curiosos ociosos, sino para quienes quieran ahondar en lo que realmente nos hace humanos. De ahí que en todo su desarrollo no se siga la moda de abordar tantas cuestiones intrascendentes como ocupan las primeras páginas de muchos medios de comunicación.

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Tal vez la razón, a contrapelo de las conveniencias de un periodismo cuyo valor se mide por la cantidad de los lectores que lo siguen, sea que escribo sangrando, arrancando a mi pensamiento y, sobre todo, a mi corazón todo aquello que lo alimenta. Tanto es así que incluso me siento tentado a pensar que cada entrada o artículo de este blog es una oración al estilo de aquellas en que, según la santa de Ávila, se dialoga con el Dios que anda entre los pucheros. Hablo de una oración tan sencilla como sentida y devota, que suplica con fuerza que el mensaje de salvación que es Jesús se encarne no solo en el quehacer de los hombres de nuestro siglo, sino también en su forma de vida. ¡Y qué difícil es esto de la encarnación!, pues no siempre uno se encuentra con un cuerpo joven y hermoso para hacerlo.

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¡Qué bien nos vendría hoy mismo ver a Jesús caminando por nuestras calles, curando a los enfermos de coronavirus y animándonos a tomar nuestra cruz, que ahora mismo sería la de no convertirnos por conveniencia en vehículos que lo lleven de un sitio para otro! Pues bien, en el blog hemos insistido hasta la saciedad en que sí lo está, en que Jesús se mueve hoy por nuestras calles y en que hace todo lo deseado, aunque la nube que tenemos en los ojos nos impida detectar su presencia y nuestros intereses epidérmicos nos oculten su hermosa obra de compasión y misericordia.

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Por lo dicho, nada tiene de particular que, tras haber escrito cada entrada, aunque muchos días lo haya hecho con gran esfuerzo y sacrificio, me haya parecido que, al pinchar en “publicar”, se echaba a volar y que ya no me pertenecía en absoluto, que lo escrito allí pertenecía ya a Otro a cuyas manos se confiaba su destino. Hablo de un escrito y de un mensaje en forma de oración, cuya respuesta, claro está, no estaba en las manos del implorante.

Mirando hacia atrás, todavía ayer hablábamos de la idea de “encarnación” para referirnos al cristianismo que profesamos para descubrir en ella la incardinación de todos los hombres y de todo lo creado. Es esa una idea que cambia por completo la perspectiva de todo el cristianismo a la hora de encarnarlo en las preocupaciones y vidas de los hombres de nuestro tiempo. Después de todo, me parece que tanto los libros del Nuevo Testamento como los escritos de los Padres de la Iglesia y las especulaciones de todos los Concilios no han sido más que distintas lecturas de un mismo “hecho”, el acontecer de Jesús, al que han tratado de sacarle jugo para alimentarse con él. ¿Cuál es la lectura que hoy debemos hacer de ese hecho? Esa es la ardua tarea a la que este blog trata de hacer una ligera aproximación.

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En ese sentido, me parece que la obra de salvación, llevada a efecto por Jesús, no se superpone a la obra de creación, sino que la consuma llevándola a su fin, pero no solo en lo que concierne al hombre, sino a toda ella. Y lo hace injertando en ella su propia divinidad y dejándole como legado el amor de Dios, un amor que es al mismo tiempo motor y combustible. De ahí que el cristianismo, lo sepan ellos o no, es la “religión” de todos los hombres, una religión tan simple y sencilla que solo impone una conciencia, la de ser todos hermanos como hijos del mismo Padre celestial, y un precepto, el del amor, el de amarnos unos a otros como Dios nos ama. Lo arduo de l tarea, su inevitable cruz, es aceptar en profundidad dicha fraternidad y practicar sin remilgos ese amor. ¡Cuántos agudos y enquistados problemas de la humanidad desaparecerían por ensalmo con solo aceptar tan cristalina verdad y practicar tan fructífero precepto!

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Desde luego, el cristianismo nada tiene que ver ni con la clerecía con que se ha estructurado su organización social ni, mucho menos, con que de ella se haya hecho una carrera de dominio de conciencias, voluntades y variados haberes. Tampoco tiene que ver, en última instancia, con los ritos con que una bien intencionada voluntad ha tratado de acercarse al Dios que cuenta el número de nuestros cabellos, juguetea con los pucheros y se camufla en las arrugas de los viejos, las llagas de los enfermos y los harapos de los pobres. Hablo de un Dios que está mucho más presente en los cajeros de los bancos, donde duermen los sin techo, que en las catedrales y en las basílicas, donde exhiben sus “poderes” los eclesiásticos. ¡Qué gran engaño conceptual y qué gran fraude económico ha sido convertir lo “sobrenatural” en status y clase social!

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Llegará pronto Navidad y concluiremos nuestro periplo. Tal vez a lo largo del año 2021, año que nacerá del difícil parto en que se está convirtiendo el año en curso, haya tiempo y fuerzas para sistematizar dicho, aunque lo dicho, dicho queda. Y no importa que esta vez nos toque vivir una Navidad “apagada”, porque su luz no proviene de los adornos lumínicos de nuestras calles, ni su alegría, de las algarabías callejeras o de los brindis alcohólicos. La Navidad cristiana es un renacer permanente. Todos los días es Navidad, y lo es en todas partes, porque, sin pausa ni exclusión, el amor que los humanos nos profesamos es el cuerpo de encarnación del amor que Dios nos tiene. Quizá por todo ello, en la difícil búsqueda emprendida en este blog, la de leer el mensaje de Jesús de forma válida para nuestro tiempo, tratamos cada día de no incomodar ni ofender a nadie. Si no siempre lo hemos conseguido a pesar de nuestra buena voluntad, pedimos sinceras disculpas a cuantos se hayan podido sentir incomodados o contrariados por alguna de las cosas aquí escritas. Mañana volveremos a la difícil tarea de auscultar la realidad para descubrir en ella cuerpo de encarnación.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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