Desayuna conmigo (domingo, 20.9.20) Mis caminos y vuestros caminos

“... in corpore sano"

SAN PABLO ERMITAÑO
Ver a seres queridos, sean familiares o amigos, confesando en el lecho de muerte que han equivocado su vida resulta, además de conmovedor, muy inquietante y desconcertante. Su situación es la de haber llegado al final de su camino o la de hallarse en una meta sin más alternativas que la de declararse culpables en un juicio sin apelación posible. No sé si a los seguidores de este blog les ha pasado, pero a mí sí que me ha ocurrido en dos o tres ocasiones y de todas ellas he salido tocado, interpelado. Se trata de una confesión pública ante familiares o amigos que comparten con esos moribundos el momento más importante de sus vidas. Al no haber utilidades tras el decir ni el obrar, su propio espíritu aflora impetuoso y una sinceridad sin mácula se apodera de toda la escena. Sin duda, es la suya una confesión redentora en busca de reconciliación y de perdón ante la comunidad a la que creen que han fallado.

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Claro que uno puede preguntarse si no será una confesión parecida a la de los santos que, a pesar de haber llevado una vida de total entrega a Dios y a sus semejantes, se sienten en esos momentos con las manos vacías, como si no hubieran hecho nada digno en sus vidas. Seguramente no, porque, bien miradas las cosas, es obvio que aquellos a quienes me refiero han vivido en clave de sí mismos, de egoísmo, en vez de haberlo hecho en clave de los demás o de comunidad. Puede que al final, unos y otros, los santos, que han vivido en clave de comunidad, y los egoístas, que lo han hecho en su propia clave, sean sinceros al sentirse entonces con las manos vacías. Y es que la muerte es mucha balanza, mucho ajuste de cuentas, un juicio frente al que no caben ni habilidades dialécticas de leguleyos ni componendas de intereses. Es lo que hay, una vida humana finiquitada con la que es preciso cargar. ¡Tremendo juicio final el de morir, en el que el moribundo tiene que devolver los talentos recibidos, hayan sido bien explotados, enterrados o malgastados!

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La liturgia de este domingo nos habla de los “caminos de Dios”, que no son en nada parecidos a los nuestros, caminos que discurren por los cielos, mientras que los nuestros nos arrastran por los suelos. Al final, el dilema de san Pablo de optar por lo mejor, el morir para Cristo, o por lo peor, vivir para vosotros, se resuelve por sí solo porque, en realidad, el vivir para vosotros es morir para Cristo. Es obvio que, para el cristianismo, todos los caminos pasan por la cruz y que esta es incuestionablemente un instrumento de muerte. Los grandes dilemas que tanto nos obsesionan, los de bien-mal, gracia-pecado y vida-muerte, no son tales porque el mal es solo ocasión de bien, el pecado, de gracia, y la muerte, de vida. El mal es para que se manifieste el bien; el pecado hace necesaria la redención y la muerte conduce a la resurrección. Si al mal, al pecado y a la muerte les diéramos una entidad consistente, independiente o autónoma, el desbarajuste mental sería de tal calibre que nos veríamos precisados a eliminar las de bien, gracia y resurrección, es decir, que en nuestro mundo mental solo hay espacio para uno de los opuestos irreductibles.

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Solo para demostrarnos que los “últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”, la pedagogía de la parábola evangélica de la liturgia de hoy renquea al hacer ascos a la justicia humana hasta provocar la protesta de quien razonablemente se siente postergado o preterido. De hecho, son muchos los católicos –conozco desgraciadamente algunos- que no solo protestan, sino que están dispuestos hasta hacerle escraches al mismo Dios por ello, porque no puede tratar a los egoístas y vividores pecadores igual que a ellos, que son buenos y justos por haberse sacrificado tanto. Pero claro está, tampoco la justicia de Dios, justicia que es puro perdón, se parece en nada a la nuestra, que solo busca la proporcional reparación del daño. De ahí que no sea buena la explicación de la parábola si de pagar las horas trabajadas se trata, pero sí lo es al concluir solemnemente que, en los planes de Dios, los primeros, es decir, los que se han puesto a ellos mismos por delante y se han erigido en líderes y señores, los egoístas, en suma, serán los últimos, mientras que los humildes, los últimos de la sociedad y de sí mismos, serán los primeros.

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Se comprende así que tanto un santo como un pecador, llegado su postrer momento de vida, cuando todo el pasado parece reducirse a un instante, cuando se desvanece por completo el presente y cuando irrumpe majestuosa la eternidad, confiesen sentirse pecadores o haber equivocado el camino. A fin de cuentas y para beneficio de ambos, ese es el momento en que los caminos humanos se acoplan a los de Dios y la justicia divina, que es esencialmente perdón, es la que emite la única sentencia posible, la de que todo es de Dios y para Dios. Y la verdad clara e incontrovertible es que, afortunadamente, en Dios no puede haber ni primeros ni últimos. ¡Apañados iríamos si la Jerusalén celestial se rigiera por las mismas normas que la terrestre!

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“Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes”, dice Isaías, para situarse cuanto antes en la órbita de un Dios que es rico en perdón; que a san Pablo no le duelan prendas al optar por lo mejor, por morir cada día para Cristo en el servicio a sus hermanos, y que los egoístas, los primeros según sus propios planes, sepan que serán los últimos en la opción preferencial de la vida que, velis nolis, se atiene siempre a los planes de Dios. El camino cristiano es claro y está despejado, pues no hay otro que ir a Dios a través de los hermanos. El camino, en definitiva, del amor que da todo de sí sin esperar nada a cambio.

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Aterrizando en nuestros días, es obvio que el camino del coronavirus, que incomprensiblemente para nosotros forma parte del camino de Dios, se convierte en cruel obstáculo de la trayectoria humana. También el dolor y la muerte, que tantos quebraderos de cabeza nos producen, forman parte del inescrutable camino divino. En esta vida no hay reposo para el guerrero ni bienestar duradero para el cristiano, pues, al igual que le ocurrió a Jesús de Nazaret, nunca podrá eliminar la cruz de su horizonte vital. Puede que el cielo consista hoy para los humanos en soñar un horizonte sin coronavirus, pero la realidad de cada uno de los días de nuestras actuales preocupaciones pasa por llevar mascarillas en la cara, ahormar las costumbres sociales y evitar convertirnos en bomba de relojería o vernos confinados en una UCI en plena juventud. Procuremos que la vida transcurra plácida y que tarde en llegar el día en que cada uno tengamos que confesar humildemente que nos hemos equivocado y contentarnos con el salario que el dueño de la viña tenga a bien pagarnos por los pocos minutos que hayamos podido trabajar en ella.

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Lo de “corpore sano…” del subtítulo viene a cuento de que hoy se celebra el “día internacional del deporte universitario”, celebración promovida en 2016 por la UNESCO para fomentar la formación integral del alumnado en la cultura física y el deporte como ejes fundamentales de desarrollo humano. Su original dimensión universitaria ha dado paso a una inquietud más universal, por un lado, en cuanto a la práctica y presencia del deporte en el mundo y, por otro, en cuanto a suscitar un debate sobre el deporte ético y el juego limpio como la única forma de conseguir que sea realmente un valor de nuestra moderna forma de vida, precisamente ahora cuando tanto se cuestiona la conducta ética de personalidades y autoridades del deporte. Juego limpio para una vida sana en una sociedad bien encaminada.

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Hablando de caminos y designios divinos, los humanos deberíamos asombrarnos sobremanera al haber encontrado en Etiopía, un día como hoy de 2006, el fósil de una niña que vivió hace casi tres millones y medio de años, con rasgos de chimpancé, pero que caminaba sobre dos patas, como los humanos. Hablamos de Jesucristo como el portento que vivió en los mismos orígenes del ser humano y, sin embargo, su historia ocurrió ayer mismo, pues dos mil años apenas tienen canto frente a tres millones y medio. Cuesta imaginarlo. Y ya aquella niña llevaba en su vientre el huerto en que iría creciendo, poco a poco, la especie humana para aparecer como tal muchísimo tiempo después. Que nosotros mismos seamos una evolución de primates que, a su vez, lo fueron de otros mamíferos anteriores y así sucesivamente hasta dar con la misteriosa “chispa” que prendió la vida en la Tierra demuestra cuán inescrutables son los planes a que todo este desarrollo está sometido.

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Domingo de dolorosa encrucijada para nosotros, tan desorientados al intentar vadear la pandemia y tan perdidos al cuadrar cuentas desproporcionadas. Pero, si no perdemos de vista la dinámica paulina de muerte-vida, seguro que, como él, también nosotros acertaremos con la mejor opción, la de valorar el coronavirus como una cruz que ha sido cargada sobre las espaldas de todos para que nos ayudemos unos a otros. La ecuación es clara: muerte es a vida como coronavirus a solidaridad. Y, si la lejana niña etíope era anticipo de que un día la Tierra se llenaría de humanidad, seguro que, en nuestros esfuerzos y sacrificios actuales, cual universitarios que doblegan con deporte sus cuerpos para abrir sus mentes, late ya una mejor forma de vida humana. Domingo de dolores, domingo de parto.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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