Desayuna conmigo (sábado, 21.11.20) El cristianismo es básicamente una relación amorosa

¡Hola, amigos!

La presentación
Ahondando en el misterio de la Trinidad en la medida en que podemos hurgar en él, la mejor explicación que los teólogos Padres de la Iglesia encontraron para incrustar tres personas en una naturaleza es una “relación”, la de que el Padre “se conoce a sí mismo” (Verbo), hecho que le impele a “amarse” (Espíritu Santo). Conocimiento y amor, una especie de “movimiento circular” con arranque, trayecto y destino en el punto de arranque. Compleja y alambicada explicación, pero que es el acercamiento intelectual más atrevido y logrado que hasta ahora hemos sido capaces de hacer a algo inabordable de suyo. También la realidad de María se gesta en una relación con el Espíritu que le anuncia una extraña “misión”, para la que ha sido elegida antes de nacer: la de convertirse en la fuente de la que brotará la salvación. En el deambular por los parajes de la misión que le ha sido asignada, la Iglesia oriental se extasía ante ella contemplando su “Presentación” en el templo para comenzar a conocer en él los misterios del Altísimo y prestarle un servicio totalmente desinteresado.

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Que el relato provenga de un apócrifo, el “Protoevangelio de Santiago”, no significa que el hecho de la presentación en sí sea inventado. El relato se refiere a que, cuando la Virgen María era muy niña, sus padres la llevaron al templo de Jerusalén y allí la dejaron por un tiempo, junto con otras niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios. Se trata de una fiesta que se inició en Jerusalén en el s. VI y que adquirió gran importancia en todo el oriente hasta convertirse en una de las principales fiestas de su calendario litúrgico. El papa Gregorio XI, sabedor del esplendor de dicha celebración, la introdujo en Aviñón en el s. XIV y Sixto V la extendió a toda la Iglesia. Relación de María con Dios (encarnación) y, en la festividad de hoy, relación de María con el Templo (misión).

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La mañana nos pone encima de la mesa dos grandes temas de “relación humana”, muy importantes para la cultura y la vida social. El primero se refiere al hecho de que hoy se celebre el “día mundial de la televisión”. Parecía cosa de magia que una especie de mueble de la casa comenzara a transmitir imágenes en los últimos años cincuenta. No importaban ni las interferencias ni el nevado de la pantalla, sino el hecho mágico, pero no el de oír un relato, al que ya estábamos acostumbrados con la radio, sino el de ver en directo algo que estaba aconteciendo en ese preciso momento. Sé de una buena mujer mayor que se angustió mucho, cuando sus nietos le encendieron por primera vez la tele que le habían regalado, pues, al ver tanta gente en aquella caja, pensó que tenía que preparar cena para todos ellos. No hay la menor duda de que ese mueble y cuanto lo anima ha revolucionado nuestras costumbres y cambiado radicalmente nuestra forma de vida, hasta el punto de que, si desapareciera bruscamente, quedaríamos como colgados del aire. Nuevos avances, más inauditos y mágicos todavía, parecía que le reservarían algún rincón en el desván, pero los cambios que el coronavirus ha introducido en el proceder empresarial han vuelto a darle un gran realce como entretenimiento en la obligada clausura familiar y como cauce de las nuevas relaciones laborales.

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La ONU propuso la celebración de este día en 1996, propugnando el uso inteligente y consciente de un sorprendente avance técnico que lo mismo puede contribuir a la construcción que a la destrucción de la humanidad. Ni que decir tiene que la ONU pretende que los programas televisivos promuevan la cultura de paz, eduquen para mejorar las capacidades del desarrollo económico de las naciones y brinden información veraz y fidedigna sobre los sucesos importantes, y que, paralelamente, nos exhorta a dejar de lado la “telebasura”, tan funesta que, al precio de un entretenimiento facilón y morboso, descarna proyectos emprendedores, desmonta ideales laudables y destruye personas dignas.

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El armatoste de nuestro televisor, tan bulímico al principio y tan anoréxico en la actualidad, lo mismo puede ser un estorbo más en las sobrecargadas habitaciones de nuestras casas que un altar donde Dios se hace presente para impulsar su obra amorosa de salvación o que un arma de destrucción masiva, que nos incapacita para discernir y nos convierte en borregos al despojarnos de toda libertad. Como todo en nuestra vida, también la televisión es fuente de valores y contravalores. Siendo de por sí un instrumento muy poderoso para ayudarnos a crecer en humanidad, hay gentes desaprensivas que, tratando de incrementar los índices de audiencia como apoyo de sus mezquinos intereses, no tienen empacho para convertirla en un cebo venenoso, solo aparentemente apetitoso. El uso “inteligente y consciente” que propugna la ONU requiere que la veamos con moderación nosotros mismos y que la utilicemos como la buena herramienta que es para entretener y formar a nuestros niños.

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El segundo “tema de relación” a que hemos aludido nos viene hoy de la celebración del “día mundial del saludo”, algo tan importante para la vida social. Saludo, salud, deseo de todo lo bueno para el familiar, el amigo, el vecino y hasta para el desconocido con quien nos cruzamos en calles y caminos. El saludo viene a ser una manifestación casi espontánea de la más honda humanidad que anida en nosotros. ¡Lástima que la masificación de nuestras ciudades y la complejidad de la vida que llevamos nos estén obligando a pasar unos al lado de otros en total silencio, como si de dos seres inermes se tratara! ¡Con lo fácil y agradable que es hacer un gesto amable, dirigir una mirada benevolente o decir simplemente “hola” o “buenos días” al cruzarse con alguien, aunque no lo conozcamos!

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Fue muy curiosa la forma como surgió este “World Hello Day” en 1973. A los hermanos Brian y Michael Mc Cormack, estudiantes ambos de la Universidad de Harvard, les incomodaba la radicalidad de la hostilidad de Israel y los países árabes. Como creían que los conflictos se resuelven mejor con diálogo que con armas, sabiendo que todo diálogo se inicia con un saludo, se lanzaron a la misión de promover el saludo. Por ello, enviaron miles de cartas, escritas en varios idiomas según destinos, a todo posible interesado en el tema, promoviendo el saludo como inicio de unas relaciones humanas mejores a todos los niveles, sabedores de que la buena comunicación no solo es fuente de buena relación con los vecinos, sino también de paz entre los contendientes de una enconada guerra.

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Imposible que nos detengamos aquí a ver las distintas formas como los seres humanos (y también los animales) nos saludamos a lo ancho de todo el mundo, desde besos en la boca y apretones de manos hasta gestos respetuosos a distancia, como los saludos que nos está imponiendo el coronavirus en nuestros días precisamente en beneficio de la “salud” que el saludo desea. Estoy convencido de que, en cualquier parte del mundo en que se crucen dos desconocidos de culturas absolutamente diferentes, no dejarán de tener el ingenio necesario para convertir su fugaz encuentro en un momento de empatía, paz y fraternidad. Por muy diferentes que sean ellos mismos y por mucho que también lo sean sus culturas, no dejarán de ser dos “almas gemelas”, que sienten y aman de forma parecida, las que pasan una al lado de la otra.

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En nuestro afán diario de vivir como cristianos y de compartir con otros tan gran fortuna, el espacio disponible no nos permite hoy más que subrayar que el saludo, la tele y María nos conducen directamente a la Trinidad, el arsenal infinito de Conocimiento y Amor que es Dios. El conocimiento siempre es laborioso, pero el amor brota espontáneamente de él. Seguro que, si dos enconados enemigos, aparentemente irreconciliables, llegaran a conocerse a fondo como seres humanos hasta descubrir sus propias quiebras, zozobras y anhelos, terminarían abrazándose y consolándose mutuamente. Conocimiento y amor es precisamente en lo que se basa el cristianismo que profesamos: en saber que todos somos hijos de Dios y en proceder consecuentemente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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